Vertiginoso estancamiento
Siempre
Por primera vez en casi tres décadas, hace un año por fin llegaba a la Presidencia de la República uno que parecía menos malo que su antecesor inmediato. Desde que la Revolución Mexicana dejó Los Pinos, al inicio de los ochenta, todo fue cuesta abajo. Y cuando parecía que habíamos tocado fondo, el doctorcito de Yale nos heredó a Fox, rueda de molino que nos hizo tragar a título de la alternancia con la que culminaría la transición democrática.
Derrotado en su propio partido, Fox no pudo dejar heredero. Felipe Calderón se impuso al favorito de la pareja presidencial y contra viento y marea construyó su candidatura. Para presionarlo, Fox se apresuró a darle el apoyo que manchó su elección, pues en eso resultó el torpe y obsequioso afán del abajeño que a punto estuvo de provocar la anulación de los comicios presidenciales.
Cuando reverdeció la higuera y el olor a beatitud dejó su lugar a la santidad probada con el milagro de la multiplicación de los votos, Felipe ascendió a los altares del poder y encontró el desastre: al estancamiento de la economía y al deterioro social se añadía la omnipresencia del crimen organizado al que el complaciente gobierno foxiano le había permitido apoderarse de territorios sustraídos a la soberanía. Y la política exterior, otrora fuente del más legítimo orgullo mexicano, al servicio de Bush.
Nomás llegando, el presidente (será el pelele espurio) Calderón recurrió al ejército en un desesperado intento por meter orden y que no logró sino una precaria regulación del mercado de la droga a favor de los cárteles dominantes en la metrópoli imperial que postulan el apotegma de que la peor coca es la que no hay. Dejaron de rodar cabezas en el escenario nacional, aunque se sigue cumpliendo la cuota diaria de ejecuciones.
El mejoramiento de las relaciones con Venezuela y Cuba contrasta con la turbia iniciativa de Mérida. La reforma del ISSSTE dejó más damnificados que las inundaciones de Tabasco y la fiscal resultó parto de los montes, que apenas alcanzó para que el presupuesto del 2008 fuera aprobado por los que todavía insisten en que el gobierno es ilegítimo, impostura que para lo único que ha servido es para que no haya oposición.
Oposición política, digo, porque ahora el Presidente va por la reforma laboral, con la bronca de los mineros peor que como la dejó Fox, y por la reforma energética con Pemex al borde del colapso inducido.
Un año para maquillar cifras de empleo y lo que queda del sexenio para disimular el magro crecimiento, cuya meta para 2012 ahorra explicaciones y compromisos intermedios. Por ahora, y por lo pronto, seguiremos vertiginosamente estancados.
Por primera vez en casi tres décadas, hace un año por fin llegaba a la Presidencia de la República uno que parecía menos malo que su antecesor inmediato. Desde que la Revolución Mexicana dejó Los Pinos, al inicio de los ochenta, todo fue cuesta abajo. Y cuando parecía que habíamos tocado fondo, el doctorcito de Yale nos heredó a Fox, rueda de molino que nos hizo tragar a título de la alternancia con la que culminaría la transición democrática.
Derrotado en su propio partido, Fox no pudo dejar heredero. Felipe Calderón se impuso al favorito de la pareja presidencial y contra viento y marea construyó su candidatura. Para presionarlo, Fox se apresuró a darle el apoyo que manchó su elección, pues en eso resultó el torpe y obsequioso afán del abajeño que a punto estuvo de provocar la anulación de los comicios presidenciales.
Cuando reverdeció la higuera y el olor a beatitud dejó su lugar a la santidad probada con el milagro de la multiplicación de los votos, Felipe ascendió a los altares del poder y encontró el desastre: al estancamiento de la economía y al deterioro social se añadía la omnipresencia del crimen organizado al que el complaciente gobierno foxiano le había permitido apoderarse de territorios sustraídos a la soberanía. Y la política exterior, otrora fuente del más legítimo orgullo mexicano, al servicio de Bush.
Nomás llegando, el presidente (será el pelele espurio) Calderón recurrió al ejército en un desesperado intento por meter orden y que no logró sino una precaria regulación del mercado de la droga a favor de los cárteles dominantes en la metrópoli imperial que postulan el apotegma de que la peor coca es la que no hay. Dejaron de rodar cabezas en el escenario nacional, aunque se sigue cumpliendo la cuota diaria de ejecuciones.
El mejoramiento de las relaciones con Venezuela y Cuba contrasta con la turbia iniciativa de Mérida. La reforma del ISSSTE dejó más damnificados que las inundaciones de Tabasco y la fiscal resultó parto de los montes, que apenas alcanzó para que el presupuesto del 2008 fuera aprobado por los que todavía insisten en que el gobierno es ilegítimo, impostura que para lo único que ha servido es para que no haya oposición.
Oposición política, digo, porque ahora el Presidente va por la reforma laboral, con la bronca de los mineros peor que como la dejó Fox, y por la reforma energética con Pemex al borde del colapso inducido.
Un año para maquillar cifras de empleo y lo que queda del sexenio para disimular el magro crecimiento, cuya meta para 2012 ahorra explicaciones y compromisos intermedios. Por ahora, y por lo pronto, seguiremos vertiginosamente estancados.