Rivera ya no es útil
Como era de esperarse, la derecha y la ultraderecha mexicanas han cerrado filas en torno a Norberto Rivera por el asunto de la provocación de los doce minutos de campanazos durante el Primer Informe de Gobierno del Presidente Legítimo, el pasado domingo 18 de noviembre.
Mas es evidente que esos apoyos, sobre todo mediáticos, no le servirán de gran cosa al belicoso cardenal, pues éste ha dejado de ser, desde hace tiempo, una pieza útil de la política vaticana contra el innegable avance seglar y democrático de los mexicanos.
Rivera ya no es útil, porque ha dejado de parecer el hombre de buena fe que trabaja en pos de la concordia entre los mexicanos. Ha dejado de parecer el desinteresado pastor que sólo busca el bien de su rebaño. Ha dejado de parecer el cura apolítico que no se entromete en los asuntos de la lucha de clases y de la disputa por la riqueza social.
Ciertamente, Rivera nunca fue ese dechado de virtudes éticas y pastorales que deben adornar a un sacerdote. Esa era sólo su imagen pública para engañar a incautos y a despistados.
Curiosamente, sin embargo, Rivera ha dejado de ser útil no sólo por su condición de franco contendiente político contra la izquierda; ni por su excesiva y alardeada cercanía con los plutócratas mexicanos; y ni siquiera por ser declarado adversario de, al menos, la mitad de la población del país. Estos rasgos de Rivera han sido únicamente el suelo abonado y fértil en que ha caído la sospecha de su condición de hombre inmoral y ligado al abominable delito y pecado de la paidofilia.
Ahora, al hombre desenmascarado en lo político se suma la información pública sobre su carencia absoluta de los más elementales principios morales. Por ello, el combate de la Iglesia católica contra la secularización mexicana necesita aquí otra cara. Y otro historial, éste sin máculas tan siniestras como las de Rivera.
Habrá quien diga, desde luego, que el jerarca sólo cumplió con su deber político al tomar partido por Calderón y haber avalado la guerra sucia y el fraude electoral contra el candidato de la izquierda. Y es posible que sin la existencia del poderoso movimiento social y popular de resistencia al fraude electoral y a la imposición, Rivera no estaría hoy tan en entredicho.
Pero a un año del fraude, ese movimiento sigue denunciando el robo de la Presidencia y la falta de democracia. Por eso Rivera ya no le sirve a Roma. Por eso se prepara ya su salida de México y un dorado exilio vaticano al estilo de su compañero de andanzas, Marcial Maciel.
Mas es evidente que esos apoyos, sobre todo mediáticos, no le servirán de gran cosa al belicoso cardenal, pues éste ha dejado de ser, desde hace tiempo, una pieza útil de la política vaticana contra el innegable avance seglar y democrático de los mexicanos.
Rivera ya no es útil, porque ha dejado de parecer el hombre de buena fe que trabaja en pos de la concordia entre los mexicanos. Ha dejado de parecer el desinteresado pastor que sólo busca el bien de su rebaño. Ha dejado de parecer el cura apolítico que no se entromete en los asuntos de la lucha de clases y de la disputa por la riqueza social.
Ciertamente, Rivera nunca fue ese dechado de virtudes éticas y pastorales que deben adornar a un sacerdote. Esa era sólo su imagen pública para engañar a incautos y a despistados.
Curiosamente, sin embargo, Rivera ha dejado de ser útil no sólo por su condición de franco contendiente político contra la izquierda; ni por su excesiva y alardeada cercanía con los plutócratas mexicanos; y ni siquiera por ser declarado adversario de, al menos, la mitad de la población del país. Estos rasgos de Rivera han sido únicamente el suelo abonado y fértil en que ha caído la sospecha de su condición de hombre inmoral y ligado al abominable delito y pecado de la paidofilia.
Ahora, al hombre desenmascarado en lo político se suma la información pública sobre su carencia absoluta de los más elementales principios morales. Por ello, el combate de la Iglesia católica contra la secularización mexicana necesita aquí otra cara. Y otro historial, éste sin máculas tan siniestras como las de Rivera.
Habrá quien diga, desde luego, que el jerarca sólo cumplió con su deber político al tomar partido por Calderón y haber avalado la guerra sucia y el fraude electoral contra el candidato de la izquierda. Y es posible que sin la existencia del poderoso movimiento social y popular de resistencia al fraude electoral y a la imposición, Rivera no estaría hoy tan en entredicho.
Pero a un año del fraude, ese movimiento sigue denunciando el robo de la Presidencia y la falta de democracia. Por eso Rivera ya no le sirve a Roma. Por eso se prepara ya su salida de México y un dorado exilio vaticano al estilo de su compañero de andanzas, Marcial Maciel.