Los demonios de la Corte
jenaro villamil
México, D.F., 4 de noviembre (apro).- --Muchas gracias ministro, por haberle dado un coscorrón a esa vieja cabrona –se escucha una voz opaca al otro lado de la línea telefónica.
--Al contrario, ya sabe usted que es nuestro héroe, chingao --responde entre risas el jurista.
--Ustedes son mis ministros preciosos.
--Bueno, hay que agradecerle a Olga Sánchez que cambió el sentido de su voto y a Margarita Luna Ramos que salió a leer un comunicado de prensa para explicar la resolución de la Corte. Para que no digan. Es la primera vez que la Suprema Corte explica así su sentencia.
--Es que ya estuvo bien de tanta difamación y tanta infamia.
--Así es… Estos temas nos gustan.
--Y para celebrar les mandaré a todos unas botellas bellísimas.
--Muchas gracias, pero no hace falta.
--Ja, ya lo sabíamos… De todas maneras, la Corte ya tiene aprobado un presupuesto precioso para el 2008.
Un diálogo imaginario de este estilo bien pudo haberse dado en algún momento de las horas de infamia que acompañaron a la sentencia de los seis ministros de la Suprema Corte que echaron por la borda la frágil línea de credibilidad y de esperanza que quedaba en el circuito de la justicia mexicana para analizar el caso de Mario Marín.
Los demonios del edén no se quedaron sólo en Cancún. Una vez más se demostró lo que Lydia Cacho sugirió en su libro: las redes del tráfico, abuso sexual y pornografía infantil constituyen una de las mafias político-financieras más poderosas y perniciosas en el país. Se estima que después del tráfico de armas y del narcotráfico, aquel constituye el crimen organizado que moviliza más recursos y establece pactos de complicidad e impunidad más difíciles de romper. Los propios ministros tuvieron en sus manos la escalofriante cifra de más de 9 mil menores que han sido víctimas de estas redes.
La mafia de los preciosos le demostró a todo el país que son capaces de cualquier ignominia con tal de defender la omertá que los vincula. Luego de la sentencia quedó muy claro que no se trata sólo de defender a Mario Marín ni a Kamel Nacif sino lo que ambos representan: el pacto de impunidad entre camarillas priistas y grupos del panismo que mantienen atenazado al gobierno de Felipe Calderón; el menosprecio permanente ante las violaciones documentadas de derechos humanos; una nueva doctrina que coloca a los periodistas que se atreven a investigar y a indagar en el papel de acusados; la misoginia institucionalizada y ahora teorizada por el ministro Mariano Azuela, que tuvo la desgracia de argumentar que lo que le sucedió a Lydia Cacho no fueron violaciones “determinantes” ni graves; el oscuro secreto de los pederastas que, como vimos desde el caso del padre Marcial Maciel y en las recientes denuncias contra un sacerdote de la Arquidiócesis de México y contra maestros en el Distrito Federal, Michoacán y Oaxaca, encontrarán la fórmula eficaz para salirse con la suya.
A pesar de la impudicia, el verdadero problema para los ministros que le dieron entrada a los demonios en la Corte es lo que ellos nunca calcularon: la ola de indignación y enojo de una sociedad que ya no está dispuesta a quedarse sólo a la expectativa y a tragarse los argumentos leguleyos que amparan la impunidad.
Esa es la peor sentencia para Mario Marín, para su abogado Alonso Aguilar Zinser --ave de múltiples tempestades--, para los seis ministros, para un impávido Calderón Hinojosa que olvidó su promesa de justicia ante los poblanos y para toda la cúpula priista –desde Beatriz Paredes hasta Manlio Fabio Beltrones-- que cerraron filas en torno del gobernador poblano. Los demonios quedaron desnudos ante la opinión pública. Y ésta ya sabe de qué tamaño es el infierno.
México, D.F., 4 de noviembre (apro).- --Muchas gracias ministro, por haberle dado un coscorrón a esa vieja cabrona –se escucha una voz opaca al otro lado de la línea telefónica.
--Al contrario, ya sabe usted que es nuestro héroe, chingao --responde entre risas el jurista.
--Ustedes son mis ministros preciosos.
--Bueno, hay que agradecerle a Olga Sánchez que cambió el sentido de su voto y a Margarita Luna Ramos que salió a leer un comunicado de prensa para explicar la resolución de la Corte. Para que no digan. Es la primera vez que la Suprema Corte explica así su sentencia.
--Es que ya estuvo bien de tanta difamación y tanta infamia.
--Así es… Estos temas nos gustan.
--Y para celebrar les mandaré a todos unas botellas bellísimas.
--Muchas gracias, pero no hace falta.
--Ja, ya lo sabíamos… De todas maneras, la Corte ya tiene aprobado un presupuesto precioso para el 2008.
Un diálogo imaginario de este estilo bien pudo haberse dado en algún momento de las horas de infamia que acompañaron a la sentencia de los seis ministros de la Suprema Corte que echaron por la borda la frágil línea de credibilidad y de esperanza que quedaba en el circuito de la justicia mexicana para analizar el caso de Mario Marín.
Los demonios del edén no se quedaron sólo en Cancún. Una vez más se demostró lo que Lydia Cacho sugirió en su libro: las redes del tráfico, abuso sexual y pornografía infantil constituyen una de las mafias político-financieras más poderosas y perniciosas en el país. Se estima que después del tráfico de armas y del narcotráfico, aquel constituye el crimen organizado que moviliza más recursos y establece pactos de complicidad e impunidad más difíciles de romper. Los propios ministros tuvieron en sus manos la escalofriante cifra de más de 9 mil menores que han sido víctimas de estas redes.
La mafia de los preciosos le demostró a todo el país que son capaces de cualquier ignominia con tal de defender la omertá que los vincula. Luego de la sentencia quedó muy claro que no se trata sólo de defender a Mario Marín ni a Kamel Nacif sino lo que ambos representan: el pacto de impunidad entre camarillas priistas y grupos del panismo que mantienen atenazado al gobierno de Felipe Calderón; el menosprecio permanente ante las violaciones documentadas de derechos humanos; una nueva doctrina que coloca a los periodistas que se atreven a investigar y a indagar en el papel de acusados; la misoginia institucionalizada y ahora teorizada por el ministro Mariano Azuela, que tuvo la desgracia de argumentar que lo que le sucedió a Lydia Cacho no fueron violaciones “determinantes” ni graves; el oscuro secreto de los pederastas que, como vimos desde el caso del padre Marcial Maciel y en las recientes denuncias contra un sacerdote de la Arquidiócesis de México y contra maestros en el Distrito Federal, Michoacán y Oaxaca, encontrarán la fórmula eficaz para salirse con la suya.
A pesar de la impudicia, el verdadero problema para los ministros que le dieron entrada a los demonios en la Corte es lo que ellos nunca calcularon: la ola de indignación y enojo de una sociedad que ya no está dispuesta a quedarse sólo a la expectativa y a tragarse los argumentos leguleyos que amparan la impunidad.
Esa es la peor sentencia para Mario Marín, para su abogado Alonso Aguilar Zinser --ave de múltiples tempestades--, para los seis ministros, para un impávido Calderón Hinojosa que olvidó su promesa de justicia ante los poblanos y para toda la cúpula priista –desde Beatriz Paredes hasta Manlio Fabio Beltrones-- que cerraron filas en torno del gobernador poblano. Los demonios quedaron desnudos ante la opinión pública. Y ésta ya sabe de qué tamaño es el infierno.