El México horrendo
Fraude, de Mandoki
Se supone que en la “democracia” mexicana no hay censura. Pero ciertos mecanismos vienen siempre a estorbar expresiones contrarias a la “verdad” oficial, mecanismos algunos de ellos muy sutiles. Así, Luis Mandoki tuvo que superar toda una serie de dificultades para llevar su film a los cines del país.
El hecho es que quizá estas dificultades fueron la mejor publicidad para la película, que convirtieron, como me decía una amiga, en “un deber cívico” ir a verla. Cierto que una parte del país rechaza a priori ese deber cívico y se refugia en un antiperredismo visceral o en una frívola indiferencia priísta.
Pero no es cosa de partidos. Pienso que todos los que nos interesamos en lo que está pasando en este país debiéramos no perdernos la película de Mandoki, porque es un testimonio —como lo fue El Violín— del horrendo México de Fox y Calderón, que siguen el viejo programa de Salinas para imponer ese programa económico y político entreguista que va ya tan adelantado.
Confieso no ser perredista, entre otras cosas, porque en Jalisco ese partido hizo una alianza miope y calculadora —resultó un mal cálculo— con un innombrable cacique universitario. Así que no asistí con mi esposa a ver Fraude: México 2006 por convicción partidista, sino por alarma nacionalista. Y la película me impresionó —no se trata de una película para que nos guste, sino para que nos sacuda—, por el poder de sus imágenes, que van haciendo contrapunto a las palabras tanto de López Obrador como de los entrevistados grandes y pequeños.
La visión de un Zócalo repleto y vociferante tiene un enorme valor icónico y ciertas imágenes como las tomadas de Carlos Salinas de Gortari hablan más que una novela política. El rostro de Salinas se convierte en algo misteriosamente maléfico, diabólico. Sus trucos demagógicos son desnudados por las imágenes mismas y el espectáculo de Fox llega a ser insoportable.
El ojo de la cámara despliega su poder de penetración en los personajes con una “objetividad” implacable. Y pongo entre comillas objetividad porque el cine político, aunque sea documental, no puede ser neutro. Las sucesión de imágenes, el ritmo narrativo, el contagio que sufre la cámara de la energía que explota en el ambiente, carga a la película de una pasión que no puede ser fríamente objetiva.
Pienso que, al igual que la fotografía, el cine político es un poderoso recurso emocional. Del signo político que queramos, hay que recordar a la gran pionera alemana que convierte los olímpicos de Berlín en un homenaje al nazismo
¡Bravo por Mandoki! Necesitamos que nuestras pantallas dejen de ser vehículos de la enajenación que nos impone Hollywood.
Se supone que en la “democracia” mexicana no hay censura. Pero ciertos mecanismos vienen siempre a estorbar expresiones contrarias a la “verdad” oficial, mecanismos algunos de ellos muy sutiles. Así, Luis Mandoki tuvo que superar toda una serie de dificultades para llevar su film a los cines del país.
El hecho es que quizá estas dificultades fueron la mejor publicidad para la película, que convirtieron, como me decía una amiga, en “un deber cívico” ir a verla. Cierto que una parte del país rechaza a priori ese deber cívico y se refugia en un antiperredismo visceral o en una frívola indiferencia priísta.
Pero no es cosa de partidos. Pienso que todos los que nos interesamos en lo que está pasando en este país debiéramos no perdernos la película de Mandoki, porque es un testimonio —como lo fue El Violín— del horrendo México de Fox y Calderón, que siguen el viejo programa de Salinas para imponer ese programa económico y político entreguista que va ya tan adelantado.
Confieso no ser perredista, entre otras cosas, porque en Jalisco ese partido hizo una alianza miope y calculadora —resultó un mal cálculo— con un innombrable cacique universitario. Así que no asistí con mi esposa a ver Fraude: México 2006 por convicción partidista, sino por alarma nacionalista. Y la película me impresionó —no se trata de una película para que nos guste, sino para que nos sacuda—, por el poder de sus imágenes, que van haciendo contrapunto a las palabras tanto de López Obrador como de los entrevistados grandes y pequeños.
La visión de un Zócalo repleto y vociferante tiene un enorme valor icónico y ciertas imágenes como las tomadas de Carlos Salinas de Gortari hablan más que una novela política. El rostro de Salinas se convierte en algo misteriosamente maléfico, diabólico. Sus trucos demagógicos son desnudados por las imágenes mismas y el espectáculo de Fox llega a ser insoportable.
El ojo de la cámara despliega su poder de penetración en los personajes con una “objetividad” implacable. Y pongo entre comillas objetividad porque el cine político, aunque sea documental, no puede ser neutro. Las sucesión de imágenes, el ritmo narrativo, el contagio que sufre la cámara de la energía que explota en el ambiente, carga a la película de una pasión que no puede ser fríamente objetiva.
Pienso que, al igual que la fotografía, el cine político es un poderoso recurso emocional. Del signo político que queramos, hay que recordar a la gran pionera alemana que convierte los olímpicos de Berlín en un homenaje al nazismo
¡Bravo por Mandoki! Necesitamos que nuestras pantallas dejen de ser vehículos de la enajenación que nos impone Hollywood.