Legado incómodo: Neofranquistas en México
Guadalajara.- Veo a tantos descendientes de exiliados republicanos españoles afectos a las versiones mexicanas del Partido Popular de la “Madre Patria” —heredero directo e indiscutible de lo más granado del “franquismo”— que no puedo menos que suponer a sus padres y abuelos, enterrados en este México nuestro precisamente por sus ideas progresistas, revolcándose de ira en su tumba al ver lo que tuvieron a bien legar como parte de su genealogía.
Tal parece que su proceso de acomodo en la sociedad mexicana, con base en buenos estudios y una herencia familiar de buen nivel cultural, permitió buenos rendimientos económicos y, por consecuencia, ocurrió una mutación del credo tradicional de su parentela hasta llegar al extremo contrario y esgrimir ahora un ideario similar al que utilizaron los asesinos y torturadores de sus ancestros.
De las bondades que significó para México el exilio republicano español, a partir de 1939, se ha dicho mucho. Incluso algunos nos atrevimos antaño a matizar un poco y hasta osamos señalar algunas de sus características negativas, con la manifiesta ira y censura por parte de los aludidos. Acuñar, con poca originalidad por cierto, el término de neogachupines para quienes asumieron las peores características de los paisanos suyos que habían llegado con anterioridad, con el único fin de sacarse el hambre de encima, ofendió profundamente a exiliados que, por el hecho de serlo por cuestiones ideológicas y no económicas, se presentaban a sí mismos como mejores que los demás.
A la postre parece que, entre los descendientes del exilio, el número de neogachupines —que han derivado en un patente “neofranquismo”— ha resultado incluso mucho mayor de lo que supusieron los más pesimistas.
Nada mejor que una buena situación socioeconómica para olvidar lo que se es.
Obvio es que la generalización resulta incorrecta. Incluso no me atrevería siquiera a suponer que estos personajes constituyen una mayoría dentro del conjunto de descendientes del exilio español. ¡Cuántos hay que pueden considerarse, con pleno derecho, objeto del mayor respeto porque ellos mismos han sabido honrar lo que son y, con ello, se han sabido enaltecer a sí mismos! Mas para desgracia de todos, la apostasía, aun siendo minoritaria, resulta mucho más visible y, ¡claro!, dejan la imagen de que son más.
Me pregunto si respecto de esta situación deberían de hacer algo quienes mantienen en alto la bandera republicana española, en vez de preocuparse tanto por obtener pequeñas ventajas de su condición. Es evidente que en España la imagen del rey empieza a tambalearse —máxime por andar dando mala nota de su persona por andar “a medios chiles”— y el republicanismo español en “el exilio” podría ayudarlo a bien caer y honrar así a su tradición.
Tal parece que su proceso de acomodo en la sociedad mexicana, con base en buenos estudios y una herencia familiar de buen nivel cultural, permitió buenos rendimientos económicos y, por consecuencia, ocurrió una mutación del credo tradicional de su parentela hasta llegar al extremo contrario y esgrimir ahora un ideario similar al que utilizaron los asesinos y torturadores de sus ancestros.
De las bondades que significó para México el exilio republicano español, a partir de 1939, se ha dicho mucho. Incluso algunos nos atrevimos antaño a matizar un poco y hasta osamos señalar algunas de sus características negativas, con la manifiesta ira y censura por parte de los aludidos. Acuñar, con poca originalidad por cierto, el término de neogachupines para quienes asumieron las peores características de los paisanos suyos que habían llegado con anterioridad, con el único fin de sacarse el hambre de encima, ofendió profundamente a exiliados que, por el hecho de serlo por cuestiones ideológicas y no económicas, se presentaban a sí mismos como mejores que los demás.
A la postre parece que, entre los descendientes del exilio, el número de neogachupines —que han derivado en un patente “neofranquismo”— ha resultado incluso mucho mayor de lo que supusieron los más pesimistas.
Nada mejor que una buena situación socioeconómica para olvidar lo que se es.
Obvio es que la generalización resulta incorrecta. Incluso no me atrevería siquiera a suponer que estos personajes constituyen una mayoría dentro del conjunto de descendientes del exilio español. ¡Cuántos hay que pueden considerarse, con pleno derecho, objeto del mayor respeto porque ellos mismos han sabido honrar lo que son y, con ello, se han sabido enaltecer a sí mismos! Mas para desgracia de todos, la apostasía, aun siendo minoritaria, resulta mucho más visible y, ¡claro!, dejan la imagen de que son más.
Me pregunto si respecto de esta situación deberían de hacer algo quienes mantienen en alto la bandera republicana española, en vez de preocuparse tanto por obtener pequeñas ventajas de su condición. Es evidente que en España la imagen del rey empieza a tambalearse —máxime por andar dando mala nota de su persona por andar “a medios chiles”— y el republicanismo español en “el exilio” podría ayudarlo a bien caer y honrar así a su tradición.