Calderón (EL PELELE), la retórica cavernaria
carlos acosta córdova
México, D.F., (apro).- Todavía no encuentra el presidente Felipe Calderón un estilo propio para comunicarse con la gente. Ni siquiera hay certeza de que lo esté buscando. Lo que sí es cierto es que cada vez se parece más a Carlos Salinas de Gortari, aunque sólo en la parte retórica, en el discurso.
Como candidato dio muestras reiteradas de ello, y como presidente ya van varias. Las últimas, en los días previos al primer aniversario de su gestión, durante su discurso del primero de diciembre y en los días posteriores, en los que sus estrategas de comunicación social armaron una burda campaña de entrevistas en medios electrónicos en los que el presidente se dedicó, lastimosamente, ante los pobres resultados en muchos frentes, a decirle al país que no podíamos estar mejor.
Y, sí, como Salinas, el presidente ha empleado un discurso en el que la autocrítica está ausente de manera ostensible. Ni siquiera un “vamos bien pero tenemos que redoblar el esfuerzo” de las fórmulas retóricas del priismo. No, a un año de gobierno calderonista, el mensaje que se pretende a golpe de entrevistas en radio y televisión y del infame bombardeo de spots --¡todo el día!-- de la Presidencia y de las secretarías de Estado, es: “estamos mejor que nunca, qué bien se están haciendo las cosas, cómo trabaja el gobierno, uff, por el bienestar de los mexicanos”.
A fuerza de reiterar, el presidente quiere convencer de una realidad que no es. Abusa de las justificaciones, de la reducción y simplificación de problemas, las verdades a medias, las comparaciones, las descontextualizaciones, los lugares comunes, las minimizaciones, la ausencia de autocrítica y el echar mano de toda suerte de recursos retóricos que en su momento empleó Salinas… salvo las metáforas, que no se le dan mucho a Calderón, y que aquél empleaba al tope.
El mensaje recurrente, explícito o implícito era y es: “mi gobierno es el mejor”.
Pero en la magnificación de logros y el velado autoelogio, Calderón ofende la inteligencia de la gente, falta al respeto, toma el pelo.
En dos de los principales temas de la vida nacional –la lucha contra el narcotráfico; el empleo--, el presidente ha querido tender una cortina de humo a través del discurso. Inútil, pues a estas alturas ha quedado claro que la administración, con toda la espectacularidad del despliegue militar, apenas está descubriendo de qué tamaño es el animal y, también, de qué tamaño son las posibilidades reales de atacarlo. No hay duda de los esfuerzos que se están haciendo, ni tampoco se pueden escamotear los avances. Pero si algo ha sido notorio es que el gobierno va de sorpresa en sorpresa, apenas reconociendo al enemigo --que también está en casa, admite apenas-- en sus diversas y cada vez más brutales maneras de expresarse.
Pero donde no hay perdón es en el caso del empleo. Nadie esperaría que un gobernante, al menos en la política mexicana, reconociera un fracaso, menos en un tema social y económico tan sensible, y mucho menos si la aspiración era, es, ser el presidente del empleo.
Es ofensivo vanagloriarse de un logro que no es. Qué bien que haya más trabajadores afiliados al IMSS. Pero el presidente no quiere aceptar que en su primer año de gobierno el aumento neto de empleos fue raquítico; que hay más desempleados ahora que cuando asumió el mando del país; que el ritmo de crecimiento de los empleos eventuales es mayor al de los permanentes, que crece el número de puestos de trabajo sin contrato y sin prestaciones; que ahora hay más mexicanos es busca de una segunda chamba porque la que tienen no les da un ingreso suficiente; que crece el empleo doméstico; que la informalidad aumenta… En fin, el saldo del primer año de la “presidencia del empleo” es: puestos mal pagados, inseguros, precarios… de mala calidad, pues.
Y eso hasta Vicente Fox lo reconocía. Pero Calderón, imposible. Como con Salinas, a fuerza de la reiteración, del abuso de la retórica, el país está de plácemes. (7 de diciembre de 2007)
México, D.F., (apro).- Todavía no encuentra el presidente Felipe Calderón un estilo propio para comunicarse con la gente. Ni siquiera hay certeza de que lo esté buscando. Lo que sí es cierto es que cada vez se parece más a Carlos Salinas de Gortari, aunque sólo en la parte retórica, en el discurso.
Como candidato dio muestras reiteradas de ello, y como presidente ya van varias. Las últimas, en los días previos al primer aniversario de su gestión, durante su discurso del primero de diciembre y en los días posteriores, en los que sus estrategas de comunicación social armaron una burda campaña de entrevistas en medios electrónicos en los que el presidente se dedicó, lastimosamente, ante los pobres resultados en muchos frentes, a decirle al país que no podíamos estar mejor.
Y, sí, como Salinas, el presidente ha empleado un discurso en el que la autocrítica está ausente de manera ostensible. Ni siquiera un “vamos bien pero tenemos que redoblar el esfuerzo” de las fórmulas retóricas del priismo. No, a un año de gobierno calderonista, el mensaje que se pretende a golpe de entrevistas en radio y televisión y del infame bombardeo de spots --¡todo el día!-- de la Presidencia y de las secretarías de Estado, es: “estamos mejor que nunca, qué bien se están haciendo las cosas, cómo trabaja el gobierno, uff, por el bienestar de los mexicanos”.
A fuerza de reiterar, el presidente quiere convencer de una realidad que no es. Abusa de las justificaciones, de la reducción y simplificación de problemas, las verdades a medias, las comparaciones, las descontextualizaciones, los lugares comunes, las minimizaciones, la ausencia de autocrítica y el echar mano de toda suerte de recursos retóricos que en su momento empleó Salinas… salvo las metáforas, que no se le dan mucho a Calderón, y que aquél empleaba al tope.
El mensaje recurrente, explícito o implícito era y es: “mi gobierno es el mejor”.
Pero en la magnificación de logros y el velado autoelogio, Calderón ofende la inteligencia de la gente, falta al respeto, toma el pelo.
En dos de los principales temas de la vida nacional –la lucha contra el narcotráfico; el empleo--, el presidente ha querido tender una cortina de humo a través del discurso. Inútil, pues a estas alturas ha quedado claro que la administración, con toda la espectacularidad del despliegue militar, apenas está descubriendo de qué tamaño es el animal y, también, de qué tamaño son las posibilidades reales de atacarlo. No hay duda de los esfuerzos que se están haciendo, ni tampoco se pueden escamotear los avances. Pero si algo ha sido notorio es que el gobierno va de sorpresa en sorpresa, apenas reconociendo al enemigo --que también está en casa, admite apenas-- en sus diversas y cada vez más brutales maneras de expresarse.
Pero donde no hay perdón es en el caso del empleo. Nadie esperaría que un gobernante, al menos en la política mexicana, reconociera un fracaso, menos en un tema social y económico tan sensible, y mucho menos si la aspiración era, es, ser el presidente del empleo.
Es ofensivo vanagloriarse de un logro que no es. Qué bien que haya más trabajadores afiliados al IMSS. Pero el presidente no quiere aceptar que en su primer año de gobierno el aumento neto de empleos fue raquítico; que hay más desempleados ahora que cuando asumió el mando del país; que el ritmo de crecimiento de los empleos eventuales es mayor al de los permanentes, que crece el número de puestos de trabajo sin contrato y sin prestaciones; que ahora hay más mexicanos es busca de una segunda chamba porque la que tienen no les da un ingreso suficiente; que crece el empleo doméstico; que la informalidad aumenta… En fin, el saldo del primer año de la “presidencia del empleo” es: puestos mal pagados, inseguros, precarios… de mala calidad, pues.
Y eso hasta Vicente Fox lo reconocía. Pero Calderón, imposible. Como con Salinas, a fuerza de la reiteración, del abuso de la retórica, el país está de plácemes. (7 de diciembre de 2007)