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martes, 5 de agosto de 2008

El PAN, ni quiere ni puede

No sabe para qué es el poder

Lo único peor que un político es un mal político. Lo demuestran los “líderes” del PAN, personajes inventados por la oportunidad y el arribismo, voces de una oratoria cursi y hueca, seres desprovistos de inteligencia política, esa que no se compra en las boticas ni se adquiere con la bendición de la misa dominical.

Si sólo se tratara de una formación política sin responsabilidades gubernamentales no importaría mayormente. Pero ocurre que Acción Nacional es el partido en el poder, el que está obligado a tomar decisiones que afectan la vida de todos los mexicanos y que si opta por no actuar, como lo hizo en el sexenio foxista, igualmente nos perjudica, pues la renuncia al ejercicio del poder abre espacios que ocupan otros poderes, sean éstos estatales, municipales, económicos o meramente criminales.

Por supuesto, en estos días no hay partido que pueda presumir de una vida sana ni de mantener a sus fuerzas unificadas, pero la responsabilidad mayor recae en el panismo, que a ocho años de su arribo a la Presidencia de la República no ha mostrado capacidad para gobernar, si hemos de entender el verbo como la capacidad de imponer orden y dirección a la sociedad, lo que no es cosa de sacar el ejército a las calles, como cree Felipe Calderón, sino un sesudo trabajo de orfebrería política que empieza por el control de las propias fuerzas.

Una muestra de franca inoportunidad la acaba de ofrecer el “dirigente” panista, Germán Martínez, quien reunió al consejo nacional de su partido en León, la principal guarida del Yunque, la ultraderecha albiazul que no pierde ocasión de evidenciar la ineptitud de quienes están al frente de su partido y aun del Ejecutivo federal.

Con una ingenuidad conmovedora, Germán Martínez metió en un costal a perros y gatos en la creencia de que con sus discursos engolados podría aplacar la irritación de Santiago Creel y de Carlos Medina Plascencia; igualmente, el pequeño líder del panismo debió creer que bastaba con invitar y tener deferencias con Vicente Fox y Manuel Espino para que su partido recobrara la armonía.

No hubo tal. El PAN salió de Cuévano más dividido y en medio de mayores enconos. No podía ser de otra manera, pues las soluciones no las tiene Germán, sino Felipe Calderón, que hace un buen rato debió poner un estatequieto a los rijosos. El problema es que no sabe cómo hacerlo, sencillamente porque ignora qué y para qué es el poder. Por eso hay quien advierte que su sexenio no llegará a los seis años. Así andamos.