subordinan a los intereses de dicho capital”, finaliza.
Quehacer Político
De las páginas del libro del ex dirigente panista, Señal de alerta, surge la verdadera imagen de su autor, como un personaje poseído por el afán de poder, por la envidia hacia otros políticos, golpeador por vocación, derechista y católico por sus raíces
Acaba de publicarse el libro Señal de alerta, de Manuel Espino, que viene a ser un episodio más de sus pugnas con Felipe Calderón, donde aquél exhibe sus ansias de poder y su encono hacia el priísta Manlio Fabio Beltrones, quien es ahora blanco principal de sus ataques.
De las páginas del texto surge la imagen de su autor, como un personaje poseído por el afán de poder, por la envidia hacia otros políticos, golpeador por vocación, derechista y católico por sus raíces. Un hombre cuya esencia es la vulgaridad, y su lenguaje el de la agresión hacia sus rivales y, cuando le conviene, el de la hipocresía cortesana hacia los más poderosos.
No obstante, lo más interesante del libro son las revelaciones que en su diatriba contra Beltrones hace Espino acerca de la corrupción panista, y sobre los personajes que, como el ex presidente Vicente Fox, alientan las pretensiones políticas del actual presidente de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA).
AMORES PERROS: CALDERÓN, ESPINO Y BELTRONES
El libro Señal de alerta. Advertencia de una regresión política, está dedicado a satanizar a Manlio Fabio Beltrones, debido a su pretendida influencia sobre Felipe Calderón.
Con inocultable despecho, señala Espino que, a cambio de apoyar la reforma energética promovida por Calderón, Manlio Fabio “se ha hecho de un poder con el que intimida y apoya a Calderón, el cual deriva de los privilegios y cortesías políticas que le ha dispensado el Presidente” (p. 29).
Sin embargo, con hipocresía lacayuna, el pasado 14 de julio, en plena campaña de difusión del libro, con la que Espino pretende volver al candelero político, declaraba en entrevista con la periodista Denise Maerker: “Tengo confianza en que la madurez legislativa no se vea interferida por el libro del militante de un partido”.
Prologado por el panista Juan José Rodríguez Prats, el libro aparece bajo el sello de editorial Planeta, que en España ha publicado las Cartas a un joven español, de José María Aznar, ex presidente de ese país y uno de los colegas de Espino como activista de la derecha internacional.
En su libro, Espino alterna el relato de hechos actuales con otros ocurridos hace más de una década, en 1997, cuando jugó en Sonora un cuestionado papel al imponer a Enrique Salgado como candidato a la gubernatura de ese estado, en detrimento de Adalberto Rosas, dirigente histórico del panismo en esa entidad. En su afán de autojustificación, Espino acusa a sus críticos de aquel entonces de actuar por conveniencia o en complicidad con el oficialismo.
La “regresión” de que habla Espino es el posible regreso del PRI al poder, y al calificarla así, el ex presidente del PAN está evidenciando que la derecha no está dispuesta a permitir la alternancia, a dejar el Gobierno por la vía democrática.
Por ello, en 2006 los panistas usaron todos los recursos a su alcance para evitar que Andrés Manuel López Obrador llegara el poder. Contra él lanzaron una feroz campaña de desprestigio basada en el lema, que Espino proclamaba, de que AMLO era “un peligro para México”.
Ahora, Espino quiere hacer lo mismo con Manlio Fabio Beltrones, a quien considera el “protagonista de sus páginas”, plagadas todas ellas de odio y de hipocresía, y salpicadas de algunas referencias literarias con las que Espino quiere aparentar gran erudición.
Según Rodríguez Prats, está escrito “con fervor, con coraje, atropellado en su afán de decir cosas, pero a su vez, con una espontaneidad que le da un buen sabor literario” (p. 16).
En realidad, el texto exhibe en algunas de sus 195 páginas un gran servilismo hacia Fox, e incluso, de manera muy hipócrita, hacia Calderón, a quienes incluye en las dedicatorias, pero también es un alarmante testimonio de la personalidad proclive a la agresión del propio Espino, quien en algunos pasajes exhibe además la falsedad de sus pretensiones intelectuales con expresiones absurdas y pomposas como “son paradigmas clásicos”, “la orientación axiológica de los principios inspiradores”, “la virtud de la franqueza que implica veracidad, sinceridad, libertad y transparencia”, etcétera.
Ese es el Espino literato. El Espino político manifiesta un odio desbocado hacia Manlio Fabio, inspirado por la envidia y a la vez la admiración que le despierta Beltrones, “cuyo indiscutible talento recuerda a César Borgia” (p. 29).
Al final del ejemplar, Espino remata, en forma involuntariamente chusca, el temor que le ha inspirado Beltrones: “Alguna vez había reconocido tenerle miedo a Manlio; ese temor volvió a invadirme e inspirar algunas reflexiones íntimas” (p. 165).
En su libro, Espino prodiga una larga lista de acusaciones contra Manlio Fabio: Espionaje político, vínculos con el narco, tácticas violentas, fraude electoral, de estar implicado en el asesinato de Luis Donaldo Colosio, de coptación de la prensa y de tráfico de influencias, porque “favoreció con contratos a la empresa Aregional, de la que es socio” (p. 65).
Aun si todas esas afirmaciones fueran ciertas, palidecerían ante la magnitud de los abusos cometidos por funcionarios panistas en el tiempo que lleva la derecha en el poder. Baste recordar los escandalosos casos de tráfico de influencias de los Bribiesca Sahagún, a quienes Espino no toca en su libro ni con el pétalo de una rosa. Por el contrario, una y otra vez tiene expresiones favorables hacia Fox, de quien dice que “ha sido respetuosísimo del Gobierno calderonista” (p. 164).
Luis Donaldo Colosio fue asesinado en territorio gobernado por el PAN, en una época en que ese partido era comparsa del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari.
El espionaje político ha proliferado en el panismo al grado de que Espino mismo denuncia en su libro ser víctima de él; la coptación de la prensa (pero aun de la televisión) y las prácticas fraudulentas llegaron a su clímax en las elecciones de 2006, que la derecha nunca logró legitimar, así es que una y otra vez Espino ve sólo la paja en el ojo ajeno. En cuanto a los vínculos con el narco, hay que recordar su relación con Nahum Acosta, culpado durante el foxismo de ser un espía del narco en Los Pinos.
A lo largo del texto, Espino hace revelaciones acerca de sus conflictos con Felipe Calderón, de quien dice, por ejemplo, que es “indiferente y poco afable en ciertos momentos en que otros necesitan de su apoyo” (p. 190). En otro pasaje, referente a su relación con Calderón hace una década, menciona: “Le pedí confianza y apoyo, los mismos que ofreció con cierto desgano” (p. 53); lo describe como “de temperamento difícil y de liderazgo impositivo… Un hombre que, en opinión de algunos que lo conocen de cerca, es de estilo abstruso, poseedor de una indiferencia a veces altanera y a quien podrían reclamarse algunas inconsistencias de lo que antes ha dicho y promovido respecto de lo que ahora hace o permite hacer” (p. 35).
Espino acusa reiteradamente al Presidente de hacer pactos con personajes a los que antes combatió, como Beltrones, y de sus acuerdos con Elba Esther Gordillo, lo mismo que de proteger a quienes se les imputan prácticas corruptas.
LAS REVELACIONES DE ESPINO
Retomando expresiones del periodista Eduardo Huchim, indica el hoy presidente de la ODCA en su libro: “Resulta inadmisible que las cuentas, las gratitudes y los pactos políticos se saben de espaldas a los intereses nacionales. Mouriño, Elba Esther y Romero Deschamps son apenas tres ejemplos de ello”.
Espino entra en detalles sobre las componendas entre el PAN y Elba Esther Gordillo, y con tal de probar su fidelidad a Calderón, confiesa:
“En su campaña, pese a lo que en falso afirman muchos, a Felipe Calderón lo apoyé al extremo de que gestioné ante el CEN su insólita petición de asignar candidaturas de las llamadas plurinominales al gremio de Elba Esther Gordillo, quien se las había solicitado para respaldarlo… (p. 94).
“Otro tanto hube de hacer cuando se desfondó la campaña tras el cuñadazo del segundo debate entre candidatos. Andrés Manuel López Obrador, del PRD, exhibió a Diego Hildebrando Zavala como traficante de influencias. Me coloqué sin dudarlo en la línea pragmática que había adoptado Felipe en la contienda y, bajo la justificación del bien superior, hice mi parte. Persuadí a algunos gobernadores para mover el voto útil de sus correligionarios…” (p. 94).
Más aún, se atribuye haber contribuido a frenar la “comprensible indignación” de Creel y de Alberto Cárdenas, luego de la elección de Calderón como candidato del PAN a la Presidencia, evitando así que llevaran sus quejas al Tribunal Electoral.
Ahora, Espino se siente relegado, acosado incluso por los “malos” quienes, de acuerdo con sus conveniencias, son los “calderonistas” que desde el gabinete, dice él, han desatado campañas difamatorias en su contra.
Revela que ha pedido al “equipo de comunicación” de Los Pinos detener las críticas contra él, pues en su mentalidad, el periodista que lo critica no es porque lo merezca, pues en su visión él es perfecto, sino sólo porque ese comunicador obedece los lineamientos que, según él, dictan a la prensa Beltrones y los “calderonistas”.
VIOLENCIA Y FANATISMO
El libro de Espino es muy ilustrativo acerca de sus propias tendencias a la agresión, de la que, con mucha autenticidad, se jacta una y otra vez.
Por ejemplo, reconoce que ante las críticas mediáticas “con frecuencia el sentido del deber flaqueaba y me atraía el deseo de venganza” (p. 166). En otro pasaje se vanagloria de haber agredido en Sonora al periodista Luis Alberto Viveros, a quien insulta en su libro, y quien lo había demandado judicialmente “por lesiones que supuestamente yo le había ocasionado; hizo la farsa de aparecer con cabestrillo en brazo ante cámaras de televisión para acusarme de haberlo agredido físicamente. Ganas no me faltaban, por falsario” (p. 75).
Espino reconoce que se le impidió a Viveros cubrir un evento del PAN, simplemente porque no era afín a ese partido: “Impedimos a un mitotero la posibilidad de hacer sus actuaciones circenses en el pleno de una rueda de prensa del PAN…”. Para justificar la agresión, ocurrida en 1997, Espino alegó que la libertad de expresión tiene “límites”.
En otra ocasión, muy al estilo panista, Espino fue a quejarse con el director del periódico local El Independiente, contra un reportero que publicó algo que no le había gustado, y quien finalmente renunció a ese medio a raíz de dicho conflicto.
En fin, en otras páginas, Espino se jacta de haber insultado y amenazado a Manlio Fabio, lo cual le produjo al panista gran satisfacción.
Cuando alguien escribe, demuestra involuntariamente quién es. En el caso de Espino, sus propias palabras lo exhiben como un personaje movido por bajas pasiones, sin respeto a los demás, prepotente, proclive a la agresión, hipócrita, servil cuando le conviene, violento cuando puede.
Pero ese estilo tan poco ético, va acompañado en el caso de Espino, como sucede con muchos otros panistas, de una retórica santurrona, con invocaciones a Dios, a los Evangelios y a los padres de la Iglesia, de referencias a Juan Pablo II y a Benedicto XVI.
Así, se compara nada menos que con San Pablo. Según Espino, en sus labores cotidianas de abuso y agresión, “tenía fe en la ayuda de Dios, como la tengo ahora para mirar los retos que vienen y decir como San Pablo: Todo lo puedo en aquél que me conforta” (p. 86).
Obviamente, Espino tiene raíces en organizaciones católicas como la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, de la que fue dirigente. Ágilmente, una y otra vez evade el tema de su pertenencia al Yunque, que finalmente es sólo una más de las organizaciones católicas dedicadas a la política, o niega contundente que en el PAN operen organizaciones secretas.
A pesar de que en su libro encontramos una explicación muy clara del sentido del término mismo, el Yunque, trasplantado de la España franquista, que rezaba ser primero “yunque”, para resistir los ataques de los enemigos, y luego, ya en el poder, golpearlos como un martillo.
“Resistir las refinadas embestidas de nuestros adversarios y detractores era la prueba permanente a nuestra pertenencia partidaria y a la particular vocación que seguía forjándose como el hierro sobre el yunque…”. (p. 74).
En las páginas de Señal de alerta abundan por si fuera poco, frases que encontrarían un sitio más apropiado en la cursilería de las tarjetas de felicitación que venden ya impresas: “El amor es un acto de voluntad” (p. 75), “pusimos la vida al servicio de aquel anhelo” (p. 75), y declaraciones como esta: “Era otra oportunidad de invertir parte de mi vida en los demás, de ser y no de tener, de dar y no de recibir…” (p. 40); “… el poder no es aventura intrascendente ni atribución de beneficios” (p. 21). Frases de político mentiroso.
Al PAN lo califica como “patrimonio de todos los mexicanos…”, que no debe “ponerse en posición de peligro” (p. 31). Con esa retórica, Espino llena buena parte de su libro, donde leemos frases como las siguientes, sobre la “mística del PAN”, que Espino retoma sin pudor de uno de sus discursos:
“Recordé con ellos (los panistas) el valor de nuestra mística… forjada en el amor a México y a los mexicanos, en el deseo ardiente de engrandecer a la nación y de encauzarla hacia su destino. Apelé a ese algo espiritual, intangible, impalpable y oculto que habita en cada militante dispuesto a dar aun sin recibir…” (p. 70).
Con frases como ésas, el libro de Espino es un crudo testimonio de porqué es importante evitar que el PAN siga en el poder, para evitar los abusos de los políticos reaccionarios que, como él, pretenden también ser santurrones.
Retrospectiva del fraude
Los conflictos dentro del PAN, y de éste con el PRI, han venido a confirmar, dos años después, las denuncias públicas que hizo AMLO acerca del cochinero que fue la elección de 2006.
Luego de la aparición del libro de Espino, el senador priísta Fernando Castro Trenti ha salido en defensa de su coordinador parlamentario, Manlio Fabio Beltrones, admitiendo el fraude electoral de 2006, a la vez que tratando de justificar la complicidad que en él tuvo el priísmo.
Según el senador, Beltrones “no tiene de qué avergonzarse. No hemos asumido un papel de legitimador, pero tampoco de desestabilización. Nos vimos obligados a aceptar los resultados de una elección fraudulenta en 2006, que impuso a un Presidente en donde estábamos nosotros en la disyuntiva de reconocerlo o desconocer las instituciones” (El Financiero, 14 de julio de 2008).
En realidad, la apelación a las instituciones es un mero truco de lenguaje, que consiste en sustituir realidades concretas por nociones abstractas, pues traducido, lo que quiere decir el priísta es que su partido apoyó al IFE, que a su vez validó la elección arbitrariamente, incluso reconociéndolo así.
Esa complicidad que ahora reconocen los priístas fue denunciada hace dos años en las asambleas populares encabezadas por López Obrador, con grabaciones y otras pruebas que gratuitamente fueron ignoradas o desacreditadas por los grandes medios.
Una de esas revelaciones, que ahora Espino confirma, fue la negociación del PAN con Elba Esther Gordillo, y con gobernadores priístas, que le proporcionaron votos al blanquiazul.
Es claro, ahora, que la permanencia del PAN en el poder ha resultado muy favorable a ellos, al grado de que tan sólo en Jalisco, Televisa ha recibido millones de pesos para sus eventos, e incluso para elaborar una telenovela.
(Edgar González Ruiz)
De las páginas del libro del ex dirigente panista, Señal de alerta, surge la verdadera imagen de su autor, como un personaje poseído por el afán de poder, por la envidia hacia otros políticos, golpeador por vocación, derechista y católico por sus raíces
Acaba de publicarse el libro Señal de alerta, de Manuel Espino, que viene a ser un episodio más de sus pugnas con Felipe Calderón, donde aquél exhibe sus ansias de poder y su encono hacia el priísta Manlio Fabio Beltrones, quien es ahora blanco principal de sus ataques.
De las páginas del texto surge la imagen de su autor, como un personaje poseído por el afán de poder, por la envidia hacia otros políticos, golpeador por vocación, derechista y católico por sus raíces. Un hombre cuya esencia es la vulgaridad, y su lenguaje el de la agresión hacia sus rivales y, cuando le conviene, el de la hipocresía cortesana hacia los más poderosos.
No obstante, lo más interesante del libro son las revelaciones que en su diatriba contra Beltrones hace Espino acerca de la corrupción panista, y sobre los personajes que, como el ex presidente Vicente Fox, alientan las pretensiones políticas del actual presidente de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA).
AMORES PERROS: CALDERÓN, ESPINO Y BELTRONES
El libro Señal de alerta. Advertencia de una regresión política, está dedicado a satanizar a Manlio Fabio Beltrones, debido a su pretendida influencia sobre Felipe Calderón.
Con inocultable despecho, señala Espino que, a cambio de apoyar la reforma energética promovida por Calderón, Manlio Fabio “se ha hecho de un poder con el que intimida y apoya a Calderón, el cual deriva de los privilegios y cortesías políticas que le ha dispensado el Presidente” (p. 29).
Sin embargo, con hipocresía lacayuna, el pasado 14 de julio, en plena campaña de difusión del libro, con la que Espino pretende volver al candelero político, declaraba en entrevista con la periodista Denise Maerker: “Tengo confianza en que la madurez legislativa no se vea interferida por el libro del militante de un partido”.
Prologado por el panista Juan José Rodríguez Prats, el libro aparece bajo el sello de editorial Planeta, que en España ha publicado las Cartas a un joven español, de José María Aznar, ex presidente de ese país y uno de los colegas de Espino como activista de la derecha internacional.
En su libro, Espino alterna el relato de hechos actuales con otros ocurridos hace más de una década, en 1997, cuando jugó en Sonora un cuestionado papel al imponer a Enrique Salgado como candidato a la gubernatura de ese estado, en detrimento de Adalberto Rosas, dirigente histórico del panismo en esa entidad. En su afán de autojustificación, Espino acusa a sus críticos de aquel entonces de actuar por conveniencia o en complicidad con el oficialismo.
La “regresión” de que habla Espino es el posible regreso del PRI al poder, y al calificarla así, el ex presidente del PAN está evidenciando que la derecha no está dispuesta a permitir la alternancia, a dejar el Gobierno por la vía democrática.
Por ello, en 2006 los panistas usaron todos los recursos a su alcance para evitar que Andrés Manuel López Obrador llegara el poder. Contra él lanzaron una feroz campaña de desprestigio basada en el lema, que Espino proclamaba, de que AMLO era “un peligro para México”.
Ahora, Espino quiere hacer lo mismo con Manlio Fabio Beltrones, a quien considera el “protagonista de sus páginas”, plagadas todas ellas de odio y de hipocresía, y salpicadas de algunas referencias literarias con las que Espino quiere aparentar gran erudición.
Según Rodríguez Prats, está escrito “con fervor, con coraje, atropellado en su afán de decir cosas, pero a su vez, con una espontaneidad que le da un buen sabor literario” (p. 16).
En realidad, el texto exhibe en algunas de sus 195 páginas un gran servilismo hacia Fox, e incluso, de manera muy hipócrita, hacia Calderón, a quienes incluye en las dedicatorias, pero también es un alarmante testimonio de la personalidad proclive a la agresión del propio Espino, quien en algunos pasajes exhibe además la falsedad de sus pretensiones intelectuales con expresiones absurdas y pomposas como “son paradigmas clásicos”, “la orientación axiológica de los principios inspiradores”, “la virtud de la franqueza que implica veracidad, sinceridad, libertad y transparencia”, etcétera.
Ese es el Espino literato. El Espino político manifiesta un odio desbocado hacia Manlio Fabio, inspirado por la envidia y a la vez la admiración que le despierta Beltrones, “cuyo indiscutible talento recuerda a César Borgia” (p. 29).
Al final del ejemplar, Espino remata, en forma involuntariamente chusca, el temor que le ha inspirado Beltrones: “Alguna vez había reconocido tenerle miedo a Manlio; ese temor volvió a invadirme e inspirar algunas reflexiones íntimas” (p. 165).
En su libro, Espino prodiga una larga lista de acusaciones contra Manlio Fabio:
Espionaje político, vínculos con el narco, tácticas violentas, fraude electoral, de estar implicado en el asesinato de Luis Donaldo Colosio, de coptación de la prensa y de tráfico de influencias, porque “favoreció con contratos a la empresa Aregional, de la que es socio” (p. 65).
Aun si todas esas afirmaciones fueran ciertas, palidecerían ante la magnitud de los abusos cometidos por funcionarios panistas en el tiempo que lleva la derecha en el poder. Baste recordar los escandalosos casos de tráfico de influencias de los Bribiesca Sahagún, a quienes Espino no toca en su libro ni con el pétalo de una rosa. Por el contrario, una y otra vez tiene expresiones favorables hacia Fox, de quien dice que “ha sido respetuosísimo del Gobierno calderonista” (p. 164).
Luis Donaldo Colosio fue asesinado en territorio gobernado por el PAN, en una época en que ese partido era comparsa del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari.
El espionaje político ha proliferado en el panismo al grado de que Espino mismo denuncia en su libro ser víctima de él; la coptación de la prensa (pero aun de la televisión) y las prácticas fraudulentas llegaron a su clímax en las elecciones de 2006, que la derecha nunca logró legitimar, así es que una y otra vez Espino ve sólo la paja en el ojo ajeno. En cuanto a los vínculos con el narco, hay que recordar su relación con Nahum Acosta, culpado durante el foxismo de ser un espía del narco en Los Pinos.
A lo largo del texto, Espino hace revelaciones acerca de sus conflictos con Felipe Calderón, de quien dice, por ejemplo, que es “indiferente y poco afable en ciertos momentos en que otros necesitan de su apoyo” (p. 190). En otro pasaje, referente a su relación con Calderón hace una década, menciona: “Le pedí confianza y apoyo, los mismos que ofreció con cierto desgano” (p. 53); lo describe como “de temperamento difícil y de liderazgo impositivo… Un hombre que, en opinión de algunos que lo conocen de cerca, es de estilo abstruso, poseedor de una indiferencia a veces altanera y a quien podrían reclamarse algunas inconsistencias de lo que antes ha dicho y promovido respecto de lo que ahora hace o permite hacer” (p. 35).
Espino acusa reiteradamente al Presidente de hacer pactos con personajes a los que antes combatió, como Beltrones, y de sus acuerdos con Elba Esther Gordillo, lo mismo que de proteger a quienes se les imputan prácticas corruptas.
LAS REVELACIONES DE ESPINO
Retomando expresiones del periodista Eduardo Huchim, indica el hoy presidente de la ODCA en su libro: “Resulta inadmisible que las cuentas, las gratitudes y los pactos políticos se saben de espaldas a los intereses nacionales. Mouriño, Elba Esther y Romero Deschamps son apenas tres ejemplos de ello”.
Espino entra en detalles sobre las componendas entre el PAN y Elba Esther Gordillo, y con tal de probar su fidelidad a Calderón, confiesa:
“En su campaña, pese a lo que en falso afirman muchos, a Felipe Calderón lo apoyé al extremo de que gestioné ante el CEN su insólita petición de asignar candidaturas de las llamadas plurinominales al gremio de Elba Esther Gordillo, quien se las había solicitado para respaldarlo… (p. 94).
“Otro tanto hube de hacer cuando se desfondó la campaña tras el cuñadazo del segundo debate entre candidatos. Andrés Manuel López Obrador, del PRD, exhibió a Diego Hildebrando Zavala como traficante de influencias. Me coloqué sin dudarlo en la línea pragmática que había adoptado Felipe en la contienda y, bajo la justificación del bien superior, hice mi parte. Persuadí a algunos gobernadores para mover el voto útil de sus correligionarios…” (p. 94).
Más aún, se atribuye haber contribuido a frenar la “comprensible indignación” de Creel y de Alberto Cárdenas, luego de la elección de Calderón como candidato del PAN a la Presidencia, evitando así que llevaran sus quejas al Tribunal Electoral.
Ahora, Espino se siente relegado, acosado incluso por los “malos” quienes, de acuerdo con sus conveniencias, son los “calderonistas” que desde el gabinete, dice él, han desatado campañas difamatorias en su contra.
Revela que ha pedido al “equipo de comunicación” de Los Pinos detener las críticas contra él, pues en su mentalidad, el periodista que lo critica no es porque lo merezca, pues en su visión él es perfecto, sino sólo porque ese comunicador obedece los lineamientos que, según él, dictan a la prensa Beltrones y los “calderonistas”.
VIOLENCIA Y FANATISMO
El libro de Espino es muy ilustrativo acerca de sus propias tendencias a la agresión, de la que, con mucha autenticidad, se jacta una y otra vez.
Por ejemplo, reconoce que ante las críticas mediáticas “con frecuencia el sentido del deber flaqueaba y me atraía el deseo de venganza” (p. 166). En otro pasaje se vanagloria de haber agredido en Sonora al periodista Luis Alberto Viveros, a quien insulta en su libro, y quien lo había demandado judicialmente “por lesiones que supuestamente yo le había ocasionado; hizo la farsa de aparecer con cabestrillo en brazo ante cámaras de televisión para acusarme de haberlo agredido físicamente. Ganas no me faltaban, por falsario” (p. 75).
Espino reconoce que se le impidió a Viveros cubrir un evento del PAN, simplemente porque no era afín a ese partido: “Impedimos a un mitotero la posibilidad de hacer sus actuaciones circenses en el pleno de una rueda de prensa del PAN…”. Para justificar la agresión, ocurrida en 1997, Espino alegó que la libertad de expresión tiene “límites”.
En otra ocasión, muy al estilo panista, Espino fue a quejarse con el director del periódico local El Independiente, contra un reportero que publicó algo que no le había gustado, y quien finalmente renunció a ese medio a raíz de dicho conflicto.
En fin, en otras páginas, Espino se jacta de haber insultado y amenazado a Manlio Fabio, lo cual le produjo al panista gran satisfacción.
Cuando alguien escribe, demuestra involuntariamente quién es. En el caso de Espino, sus propias palabras lo exhiben como un personaje movido por bajas pasiones, sin respeto a los demás, prepotente, proclive a la agresión, hipócrita, servil cuando le conviene, violento cuando puede.
Pero ese estilo tan poco ético, va acompañado en el caso de Espino, como sucede con muchos otros panistas, de una retórica santurrona, con invocaciones a Dios, a los Evangelios y a los padres de la Iglesia, de referencias a Juan Pablo II y a Benedicto XVI.
Así, se compara nada menos que con San Pablo. Según Espino, en sus labores cotidianas de abuso y agresión, “tenía fe en la ayuda de Dios, como la tengo ahora para mirar los retos que vienen y decir como San Pablo: Todo lo puedo en aquél que me conforta” (p. 86).
Obviamente, Espino tiene raíces en organizaciones católicas como la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, de la que fue dirigente. Ágilmente, una y otra vez evade el tema de su pertenencia al Yunque, que finalmente es sólo una más de las organizaciones católicas dedicadas a la política, o niega contundente que en el PAN operen organizaciones secretas.
A pesar de que en su libro encontramos una explicación muy clara del sentido del término mismo, el Yunque, trasplantado de la España franquista, que rezaba ser primero “yunque”, para resistir los ataques de los enemigos, y luego, ya en el poder, golpearlos como un martillo.
“Resistir las refinadas embestidas de nuestros adversarios y detractores era la prueba permanente a nuestra pertenencia partidaria y a la particular vocación que seguía forjándose como el hierro sobre el yunque…”. (p. 74).
En las páginas de Señal de alerta abundan por si fuera poco, frases que encontrarían un sitio más apropiado en la cursilería de las tarjetas de felicitación que venden ya impresas: “El amor es un acto de voluntad” (p. 75), “pusimos la vida al servicio de aquel anhelo” (p. 75), y declaraciones como esta: “Era otra oportunidad de invertir parte de mi vida en los demás, de ser y no de tener, de dar y no de recibir…” (p. 40); “… el poder no es aventura intrascendente ni atribución de beneficios” (p. 21). Frases de político mentiroso.
Al PAN lo califica como “patrimonio de todos los mexicanos…”, que no debe “ponerse en posición de peligro” (p. 31). Con esa retórica, Espino llena buena parte de su libro, donde leemos frases como las siguientes, sobre la “mística del PAN”, que Espino retoma sin pudor de uno de sus discursos:
“Recordé con ellos (los panistas) el valor de nuestra mística… forjada en el amor a México y a los mexicanos, en el deseo ardiente de engrandecer a la nación y de encauzarla hacia su destino. Apelé a ese algo espiritual, intangible, impalpable y oculto que habita en cada militante dispuesto a dar aun sin recibir…” (p. 70).
Con frases como ésas, el libro de Espino es un crudo testimonio de porqué es importante evitar que el PAN siga en el poder, para evitar los abusos de los políticos reaccionarios que, como él, pretenden también ser santurrones.
Retrospectiva del fraude
Los conflictos dentro del PAN, y de éste con el PRI, han venido a confirmar, dos años después, las denuncias públicas que hizo AMLO acerca del cochinero que fue la elección de 2006.
Luego de la aparición del libro de Espino, el senador priísta Fernando Castro Trenti ha salido en defensa de su coordinador parlamentario, Manlio Fabio Beltrones, admitiendo el fraude electoral de 2006, a la vez que tratando de justificar la complicidad que en él tuvo el priísmo.
Según el senador, Beltrones “no tiene de qué avergonzarse. No hemos asumido un papel de legitimador, pero tampoco de desestabilización. Nos vimos obligados a aceptar los resultados de una elección fraudulenta en 2006, que impuso a un Presidente en donde estábamos nosotros en la disyuntiva de reconocerlo o desconocer las instituciones” (El Financiero, 14 de julio de 2008).
En realidad, la apelación a las instituciones es un mero truco de lenguaje, que consiste en sustituir realidades concretas por nociones abstractas, pues traducido, lo que quiere decir el priísta es que su partido apoyó al IFE, que a su vez validó la elección arbitrariamente, incluso reconociéndolo así.
Esa complicidad que ahora reconocen los priístas fue denunciada hace dos años en las asambleas populares encabezadas por López Obrador, con grabaciones y otras pruebas que gratuitamente fueron ignoradas o desacreditadas por los grandes medios.
Una de esas revelaciones, que ahora Espino confirma, fue la negociación del PAN con Elba Esther Gordillo, y con gobernadores priístas, que le proporcionaron votos al blanquiazul.
Es claro, ahora, que la permanencia del PAN en el poder ha resultado muy favorable a ellos, al grado de que tan sólo en Jalisco, Televisa ha recibido millones de pesos para sus eventos, e incluso para elaborar una telenovela.
De las páginas del libro del ex dirigente panista, Señal de alerta, surge la verdadera imagen de su autor, como un personaje poseído por el afán de poder, por la envidia hacia otros políticos, golpeador por vocación, derechista y católico por sus raíces
Acaba de publicarse el libro Señal de alerta, de Manuel Espino, que viene a ser un episodio más de sus pugnas con Felipe Calderón, donde aquél exhibe sus ansias de poder y su encono hacia el priísta Manlio Fabio Beltrones, quien es ahora blanco principal de sus ataques.
De las páginas del texto surge la imagen de su autor, como un personaje poseído por el afán de poder, por la envidia hacia otros políticos, golpeador por vocación, derechista y católico por sus raíces. Un hombre cuya esencia es la vulgaridad, y su lenguaje el de la agresión hacia sus rivales y, cuando le conviene, el de la hipocresía cortesana hacia los más poderosos.
No obstante, lo más interesante del libro son las revelaciones que en su diatriba contra Beltrones hace Espino acerca de la corrupción panista, y sobre los personajes que, como el ex presidente Vicente Fox, alientan las pretensiones políticas del actual presidente de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA).
AMORES PERROS: CALDERÓN, ESPINO Y BELTRONES
El libro Señal de alerta. Advertencia de una regresión política, está dedicado a satanizar a Manlio Fabio Beltrones, debido a su pretendida influencia sobre Felipe Calderón.
Con inocultable despecho, señala Espino que, a cambio de apoyar la reforma energética promovida por Calderón, Manlio Fabio “se ha hecho de un poder con el que intimida y apoya a Calderón, el cual deriva de los privilegios y cortesías políticas que le ha dispensado el Presidente” (p. 29).
Sin embargo, con hipocresía lacayuna, el pasado 14 de julio, en plena campaña de difusión del libro, con la que Espino pretende volver al candelero político, declaraba en entrevista con la periodista Denise Maerker: “Tengo confianza en que la madurez legislativa no se vea interferida por el libro del militante de un partido”.
Prologado por el panista Juan José Rodríguez Prats, el libro aparece bajo el sello de editorial Planeta, que en España ha publicado las Cartas a un joven español, de José María Aznar, ex presidente de ese país y uno de los colegas de Espino como activista de la derecha internacional.
En su libro, Espino alterna el relato de hechos actuales con otros ocurridos hace más de una década, en 1997, cuando jugó en Sonora un cuestionado papel al imponer a Enrique Salgado como candidato a la gubernatura de ese estado, en detrimento de Adalberto Rosas, dirigente histórico del panismo en esa entidad. En su afán de autojustificación, Espino acusa a sus críticos de aquel entonces de actuar por conveniencia o en complicidad con el oficialismo.
La “regresión” de que habla Espino es el posible regreso del PRI al poder, y al calificarla así, el ex presidente del PAN está evidenciando que la derecha no está dispuesta a permitir la alternancia, a dejar el Gobierno por la vía democrática.
Por ello, en 2006 los panistas usaron todos los recursos a su alcance para evitar que Andrés Manuel López Obrador llegara el poder. Contra él lanzaron una feroz campaña de desprestigio basada en el lema, que Espino proclamaba, de que AMLO era “un peligro para México”.
Ahora, Espino quiere hacer lo mismo con Manlio Fabio Beltrones, a quien considera el “protagonista de sus páginas”, plagadas todas ellas de odio y de hipocresía, y salpicadas de algunas referencias literarias con las que Espino quiere aparentar gran erudición.
Según Rodríguez Prats, está escrito “con fervor, con coraje, atropellado en su afán de decir cosas, pero a su vez, con una espontaneidad que le da un buen sabor literario” (p. 16).
En realidad, el texto exhibe en algunas de sus 195 páginas un gran servilismo hacia Fox, e incluso, de manera muy hipócrita, hacia Calderón, a quienes incluye en las dedicatorias, pero también es un alarmante testimonio de la personalidad proclive a la agresión del propio Espino, quien en algunos pasajes exhibe además la falsedad de sus pretensiones intelectuales con expresiones absurdas y pomposas como “son paradigmas clásicos”, “la orientación axiológica de los principios inspiradores”, “la virtud de la franqueza que implica veracidad, sinceridad, libertad y transparencia”, etcétera.
Ese es el Espino literato. El Espino político manifiesta un odio desbocado hacia Manlio Fabio, inspirado por la envidia y a la vez la admiración que le despierta Beltrones, “cuyo indiscutible talento recuerda a César Borgia” (p. 29).
Al final del ejemplar, Espino remata, en forma involuntariamente chusca, el temor que le ha inspirado Beltrones: “Alguna vez había reconocido tenerle miedo a Manlio; ese temor volvió a invadirme e inspirar algunas reflexiones íntimas” (p. 165).
En su libro, Espino prodiga una larga lista de acusaciones contra Manlio Fabio: Espionaje político, vínculos con el narco, tácticas violentas, fraude electoral, de estar implicado en el asesinato de Luis Donaldo Colosio, de coptación de la prensa y de tráfico de influencias, porque “favoreció con contratos a la empresa Aregional, de la que es socio” (p. 65).
Aun si todas esas afirmaciones fueran ciertas, palidecerían ante la magnitud de los abusos cometidos por funcionarios panistas en el tiempo que lleva la derecha en el poder. Baste recordar los escandalosos casos de tráfico de influencias de los Bribiesca Sahagún, a quienes Espino no toca en su libro ni con el pétalo de una rosa. Por el contrario, una y otra vez tiene expresiones favorables hacia Fox, de quien dice que “ha sido respetuosísimo del Gobierno calderonista” (p. 164).
Luis Donaldo Colosio fue asesinado en territorio gobernado por el PAN, en una época en que ese partido era comparsa del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari.
El espionaje político ha proliferado en el panismo al grado de que Espino mismo denuncia en su libro ser víctima de él; la coptación de la prensa (pero aun de la televisión) y las prácticas fraudulentas llegaron a su clímax en las elecciones de 2006, que la derecha nunca logró legitimar, así es que una y otra vez Espino ve sólo la paja en el ojo ajeno. En cuanto a los vínculos con el narco, hay que recordar su relación con Nahum Acosta, culpado durante el foxismo de ser un espía del narco en Los Pinos.
A lo largo del texto, Espino hace revelaciones acerca de sus conflictos con Felipe Calderón, de quien dice, por ejemplo, que es “indiferente y poco afable en ciertos momentos en que otros necesitan de su apoyo” (p. 190). En otro pasaje, referente a su relación con Calderón hace una década, menciona: “Le pedí confianza y apoyo, los mismos que ofreció con cierto desgano” (p. 53); lo describe como “de temperamento difícil y de liderazgo impositivo… Un hombre que, en opinión de algunos que lo conocen de cerca, es de estilo abstruso, poseedor de una indiferencia a veces altanera y a quien podrían reclamarse algunas inconsistencias de lo que antes ha dicho y promovido respecto de lo que ahora hace o permite hacer” (p. 35).
Espino acusa reiteradamente al Presidente de hacer pactos con personajes a los que antes combatió, como Beltrones, y de sus acuerdos con Elba Esther Gordillo, lo mismo que de proteger a quienes se les imputan prácticas corruptas.
LAS REVELACIONES DE ESPINO
Retomando expresiones del periodista Eduardo Huchim, indica el hoy presidente de la ODCA en su libro: “Resulta inadmisible que las cuentas, las gratitudes y los pactos políticos se saben de espaldas a los intereses nacionales. Mouriño, Elba Esther y Romero Deschamps son apenas tres ejemplos de ello”.
Espino entra en detalles sobre las componendas entre el PAN y Elba Esther Gordillo, y con tal de probar su fidelidad a Calderón, confiesa:
“En su campaña, pese a lo que en falso afirman muchos, a Felipe Calderón lo apoyé al extremo de que gestioné ante el CEN su insólita petición de asignar candidaturas de las llamadas plurinominales al gremio de Elba Esther Gordillo, quien se las había solicitado para respaldarlo… (p. 94).
“Otro tanto hube de hacer cuando se desfondó la campaña tras el cuñadazo del segundo debate entre candidatos. Andrés Manuel López Obrador, del PRD, exhibió a Diego Hildebrando Zavala como traficante de influencias. Me coloqué sin dudarlo en la línea pragmática que había adoptado Felipe en la contienda y, bajo la justificación del bien superior, hice mi parte. Persuadí a algunos gobernadores para mover el voto útil de sus correligionarios…” (p. 94).
Más aún, se atribuye haber contribuido a frenar la “comprensible indignación” de Creel y de Alberto Cárdenas, luego de la elección de Calderón como candidato del PAN a la Presidencia, evitando así que llevaran sus quejas al Tribunal Electoral.
Ahora, Espino se siente relegado, acosado incluso por los “malos” quienes, de acuerdo con sus conveniencias, son los “calderonistas” que desde el gabinete, dice él, han desatado campañas difamatorias en su contra.
Revela que ha pedido al “equipo de comunicación” de Los Pinos detener las críticas contra él, pues en su mentalidad, el periodista que lo critica no es porque lo merezca, pues en su visión él es perfecto, sino sólo porque ese comunicador obedece los lineamientos que, según él, dictan a la prensa Beltrones y los “calderonistas”.
VIOLENCIA Y FANATISMO
El libro de Espino es muy ilustrativo acerca de sus propias tendencias a la agresión, de la que, con mucha autenticidad, se jacta una y otra vez.
Por ejemplo, reconoce que ante las críticas mediáticas “con frecuencia el sentido del deber flaqueaba y me atraía el deseo de venganza” (p. 166). En otro pasaje se vanagloria de haber agredido en Sonora al periodista Luis Alberto Viveros, a quien insulta en su libro, y quien lo había demandado judicialmente “por lesiones que supuestamente yo le había ocasionado; hizo la farsa de aparecer con cabestrillo en brazo ante cámaras de televisión para acusarme de haberlo agredido físicamente. Ganas no me faltaban, por falsario” (p. 75).
Espino reconoce que se le impidió a Viveros cubrir un evento del PAN, simplemente porque no era afín a ese partido: “Impedimos a un mitotero la posibilidad de hacer sus actuaciones circenses en el pleno de una rueda de prensa del PAN…”. Para justificar la agresión, ocurrida en 1997, Espino alegó que la libertad de expresión tiene “límites”.
En otra ocasión, muy al estilo panista, Espino fue a quejarse con el director del periódico local El Independiente, contra un reportero que publicó algo que no le había gustado, y quien finalmente renunció a ese medio a raíz de dicho conflicto.
En fin, en otras páginas, Espino se jacta de haber insultado y amenazado a Manlio Fabio, lo cual le produjo al panista gran satisfacción.
Cuando alguien escribe, demuestra involuntariamente quién es. En el caso de Espino, sus propias palabras lo exhiben como un personaje movido por bajas pasiones, sin respeto a los demás, prepotente, proclive a la agresión, hipócrita, servil cuando le conviene, violento cuando puede.
Pero ese estilo tan poco ético, va acompañado en el caso de Espino, como sucede con muchos otros panistas, de una retórica santurrona, con invocaciones a Dios, a los Evangelios y a los padres de la Iglesia, de referencias a Juan Pablo II y a Benedicto XVI.
Así, se compara nada menos que con San Pablo. Según Espino, en sus labores cotidianas de abuso y agresión, “tenía fe en la ayuda de Dios, como la tengo ahora para mirar los retos que vienen y decir como San Pablo: Todo lo puedo en aquél que me conforta” (p. 86).
Obviamente, Espino tiene raíces en organizaciones católicas como la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, de la que fue dirigente. Ágilmente, una y otra vez evade el tema de su pertenencia al Yunque, que finalmente es sólo una más de las organizaciones católicas dedicadas a la política, o niega contundente que en el PAN operen organizaciones secretas.
A pesar de que en su libro encontramos una explicación muy clara del sentido del término mismo, el Yunque, trasplantado de la España franquista, que rezaba ser primero “yunque”, para resistir los ataques de los enemigos, y luego, ya en el poder, golpearlos como un martillo.
“Resistir las refinadas embestidas de nuestros adversarios y detractores era la prueba permanente a nuestra pertenencia partidaria y a la particular vocación que seguía forjándose como el hierro sobre el yunque…”. (p. 74).
En las páginas de Señal de alerta abundan por si fuera poco, frases que encontrarían un sitio más apropiado en la cursilería de las tarjetas de felicitación que venden ya impresas: “El amor es un acto de voluntad” (p. 75), “pusimos la vida al servicio de aquel anhelo” (p. 75), y declaraciones como esta: “Era otra oportunidad de invertir parte de mi vida en los demás, de ser y no de tener, de dar y no de recibir…” (p. 40); “… el poder no es aventura intrascendente ni atribución de beneficios” (p. 21). Frases de político mentiroso.
Al PAN lo califica como “patrimonio de todos los mexicanos…”, que no debe “ponerse en posición de peligro” (p. 31). Con esa retórica, Espino llena buena parte de su libro, donde leemos frases como las siguientes, sobre la “mística del PAN”, que Espino retoma sin pudor de uno de sus discursos:
“Recordé con ellos (los panistas) el valor de nuestra mística… forjada en el amor a México y a los mexicanos, en el deseo ardiente de engrandecer a la nación y de encauzarla hacia su destino. Apelé a ese algo espiritual, intangible, impalpable y oculto que habita en cada militante dispuesto a dar aun sin recibir…” (p. 70).
Con frases como ésas, el libro de Espino es un crudo testimonio de porqué es importante evitar que el PAN siga en el poder, para evitar los abusos de los políticos reaccionarios que, como él, pretenden también ser santurrones.
Retrospectiva del fraude
Los conflictos dentro del PAN, y de éste con el PRI, han venido a confirmar, dos años después, las denuncias públicas que hizo AMLO acerca del cochinero que fue la elección de 2006.
Luego de la aparición del libro de Espino, el senador priísta Fernando Castro Trenti ha salido en defensa de su coordinador parlamentario, Manlio Fabio Beltrones, admitiendo el fraude electoral de 2006, a la vez que tratando de justificar la complicidad que en él tuvo el priísmo.
Según el senador, Beltrones “no tiene de qué avergonzarse. No hemos asumido un papel de legitimador, pero tampoco de desestabilización. Nos vimos obligados a aceptar los resultados de una elección fraudulenta en 2006, que impuso a un Presidente en donde estábamos nosotros en la disyuntiva de reconocerlo o desconocer las instituciones” (El Financiero, 14 de julio de 2008).
En realidad, la apelación a las instituciones es un mero truco de lenguaje, que consiste en sustituir realidades concretas por nociones abstractas, pues traducido, lo que quiere decir el priísta es que su partido apoyó al IFE, que a su vez validó la elección arbitrariamente, incluso reconociéndolo así.
Esa complicidad que ahora reconocen los priístas fue denunciada hace dos años en las asambleas populares encabezadas por López Obrador, con grabaciones y otras pruebas que gratuitamente fueron ignoradas o desacreditadas por los grandes medios.
Una de esas revelaciones, que ahora Espino confirma, fue la negociación del PAN con Elba Esther Gordillo, y con gobernadores priístas, que le proporcionaron votos al blanquiazul.
Es claro, ahora, que la permanencia del PAN en el poder ha resultado muy favorable a ellos, al grado de que tan sólo en Jalisco, Televisa ha recibido millones de pesos para sus eventos, e incluso para elaborar una telenovela.
(Edgar González Ruiz)
De las páginas del libro del ex dirigente panista, Señal de alerta, surge la verdadera imagen de su autor, como un personaje poseído por el afán de poder, por la envidia hacia otros políticos, golpeador por vocación, derechista y católico por sus raíces
Acaba de publicarse el libro Señal de alerta, de Manuel Espino, que viene a ser un episodio más de sus pugnas con Felipe Calderón, donde aquél exhibe sus ansias de poder y su encono hacia el priísta Manlio Fabio Beltrones, quien es ahora blanco principal de sus ataques.
De las páginas del texto surge la imagen de su autor, como un personaje poseído por el afán de poder, por la envidia hacia otros políticos, golpeador por vocación, derechista y católico por sus raíces. Un hombre cuya esencia es la vulgaridad, y su lenguaje el de la agresión hacia sus rivales y, cuando le conviene, el de la hipocresía cortesana hacia los más poderosos.
No obstante, lo más interesante del libro son las revelaciones que en su diatriba contra Beltrones hace Espino acerca de la corrupción panista, y sobre los personajes que, como el ex presidente Vicente Fox, alientan las pretensiones políticas del actual presidente de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA).
AMORES PERROS: CALDERÓN, ESPINO Y BELTRONES
El libro Señal de alerta. Advertencia de una regresión política, está dedicado a satanizar a Manlio Fabio Beltrones, debido a su pretendida influencia sobre Felipe Calderón.
Con inocultable despecho, señala Espino que, a cambio de apoyar la reforma energética promovida por Calderón, Manlio Fabio “se ha hecho de un poder con el que intimida y apoya a Calderón, el cual deriva de los privilegios y cortesías políticas que le ha dispensado el Presidente” (p. 29).
Sin embargo, con hipocresía lacayuna, el pasado 14 de julio, en plena campaña de difusión del libro, con la que Espino pretende volver al candelero político, declaraba en entrevista con la periodista Denise Maerker: “Tengo confianza en que la madurez legislativa no se vea interferida por el libro del militante de un partido”.
Prologado por el panista Juan José Rodríguez Prats, el libro aparece bajo el sello de editorial Planeta, que en España ha publicado las Cartas a un joven español, de José María Aznar, ex presidente de ese país y uno de los colegas de Espino como activista de la derecha internacional.
En su libro, Espino alterna el relato de hechos actuales con otros ocurridos hace más de una década, en 1997, cuando jugó en Sonora un cuestionado papel al imponer a Enrique Salgado como candidato a la gubernatura de ese estado, en detrimento de Adalberto Rosas, dirigente histórico del panismo en esa entidad. En su afán de autojustificación, Espino acusa a sus críticos de aquel entonces de actuar por conveniencia o en complicidad con el oficialismo.
La “regresión” de que habla Espino es el posible regreso del PRI al poder, y al calificarla así, el ex presidente del PAN está evidenciando que la derecha no está dispuesta a permitir la alternancia, a dejar el Gobierno por la vía democrática.
Por ello, en 2006 los panistas usaron todos los recursos a su alcance para evitar que Andrés Manuel López Obrador llegara el poder. Contra él lanzaron una feroz campaña de desprestigio basada en el lema, que Espino proclamaba, de que AMLO era “un peligro para México”.
Ahora, Espino quiere hacer lo mismo con Manlio Fabio Beltrones, a quien considera el “protagonista de sus páginas”, plagadas todas ellas de odio y de hipocresía, y salpicadas de algunas referencias literarias con las que Espino quiere aparentar gran erudición.
Según Rodríguez Prats, está escrito “con fervor, con coraje, atropellado en su afán de decir cosas, pero a su vez, con una espontaneidad que le da un buen sabor literario” (p. 16).
En realidad, el texto exhibe en algunas de sus 195 páginas un gran servilismo hacia Fox, e incluso, de manera muy hipócrita, hacia Calderón, a quienes incluye en las dedicatorias, pero también es un alarmante testimonio de la personalidad proclive a la agresión del propio Espino, quien en algunos pasajes exhibe además la falsedad de sus pretensiones intelectuales con expresiones absurdas y pomposas como “son paradigmas clásicos”, “la orientación axiológica de los principios inspiradores”, “la virtud de la franqueza que implica veracidad, sinceridad, libertad y transparencia”, etcétera.
Ese es el Espino literato. El Espino político manifiesta un odio desbocado hacia Manlio Fabio, inspirado por la envidia y a la vez la admiración que le despierta Beltrones, “cuyo indiscutible talento recuerda a César Borgia” (p. 29).
Al final del ejemplar, Espino remata, en forma involuntariamente chusca, el temor que le ha inspirado Beltrones: “Alguna vez había reconocido tenerle miedo a Manlio; ese temor volvió a invadirme e inspirar algunas reflexiones íntimas” (p. 165).
En su libro, Espino prodiga una larga lista de acusaciones contra Manlio Fabio:
Espionaje político, vínculos con el narco, tácticas violentas, fraude electoral, de estar implicado en el asesinato de Luis Donaldo Colosio, de coptación de la prensa y de tráfico de influencias, porque “favoreció con contratos a la empresa Aregional, de la que es socio” (p. 65).
Aun si todas esas afirmaciones fueran ciertas, palidecerían ante la magnitud de los abusos cometidos por funcionarios panistas en el tiempo que lleva la derecha en el poder. Baste recordar los escandalosos casos de tráfico de influencias de los Bribiesca Sahagún, a quienes Espino no toca en su libro ni con el pétalo de una rosa. Por el contrario, una y otra vez tiene expresiones favorables hacia Fox, de quien dice que “ha sido respetuosísimo del Gobierno calderonista” (p. 164).
Luis Donaldo Colosio fue asesinado en territorio gobernado por el PAN, en una época en que ese partido era comparsa del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari.
El espionaje político ha proliferado en el panismo al grado de que Espino mismo denuncia en su libro ser víctima de él; la coptación de la prensa (pero aun de la televisión) y las prácticas fraudulentas llegaron a su clímax en las elecciones de 2006, que la derecha nunca logró legitimar, así es que una y otra vez Espino ve sólo la paja en el ojo ajeno. En cuanto a los vínculos con el narco, hay que recordar su relación con Nahum Acosta, culpado durante el foxismo de ser un espía del narco en Los Pinos.
A lo largo del texto, Espino hace revelaciones acerca de sus conflictos con Felipe Calderón, de quien dice, por ejemplo, que es “indiferente y poco afable en ciertos momentos en que otros necesitan de su apoyo” (p. 190). En otro pasaje, referente a su relación con Calderón hace una década, menciona: “Le pedí confianza y apoyo, los mismos que ofreció con cierto desgano” (p. 53); lo describe como “de temperamento difícil y de liderazgo impositivo… Un hombre que, en opinión de algunos que lo conocen de cerca, es de estilo abstruso, poseedor de una indiferencia a veces altanera y a quien podrían reclamarse algunas inconsistencias de lo que antes ha dicho y promovido respecto de lo que ahora hace o permite hacer” (p. 35).
Espino acusa reiteradamente al Presidente de hacer pactos con personajes a los que antes combatió, como Beltrones, y de sus acuerdos con Elba Esther Gordillo, lo mismo que de proteger a quienes se les imputan prácticas corruptas.
LAS REVELACIONES DE ESPINO
Retomando expresiones del periodista Eduardo Huchim, indica el hoy presidente de la ODCA en su libro: “Resulta inadmisible que las cuentas, las gratitudes y los pactos políticos se saben de espaldas a los intereses nacionales. Mouriño, Elba Esther y Romero Deschamps son apenas tres ejemplos de ello”.
Espino entra en detalles sobre las componendas entre el PAN y Elba Esther Gordillo, y con tal de probar su fidelidad a Calderón, confiesa:
“En su campaña, pese a lo que en falso afirman muchos, a Felipe Calderón lo apoyé al extremo de que gestioné ante el CEN su insólita petición de asignar candidaturas de las llamadas plurinominales al gremio de Elba Esther Gordillo, quien se las había solicitado para respaldarlo… (p. 94).
“Otro tanto hube de hacer cuando se desfondó la campaña tras el cuñadazo del segundo debate entre candidatos. Andrés Manuel López Obrador, del PRD, exhibió a Diego Hildebrando Zavala como traficante de influencias. Me coloqué sin dudarlo en la línea pragmática que había adoptado Felipe en la contienda y, bajo la justificación del bien superior, hice mi parte. Persuadí a algunos gobernadores para mover el voto útil de sus correligionarios…” (p. 94).
Más aún, se atribuye haber contribuido a frenar la “comprensible indignación” de Creel y de Alberto Cárdenas, luego de la elección de Calderón como candidato del PAN a la Presidencia, evitando así que llevaran sus quejas al Tribunal Electoral.
Ahora, Espino se siente relegado, acosado incluso por los “malos” quienes, de acuerdo con sus conveniencias, son los “calderonistas” que desde el gabinete, dice él, han desatado campañas difamatorias en su contra.
Revela que ha pedido al “equipo de comunicación” de Los Pinos detener las críticas contra él, pues en su mentalidad, el periodista que lo critica no es porque lo merezca, pues en su visión él es perfecto, sino sólo porque ese comunicador obedece los lineamientos que, según él, dictan a la prensa Beltrones y los “calderonistas”.
VIOLENCIA Y FANATISMO
El libro de Espino es muy ilustrativo acerca de sus propias tendencias a la agresión, de la que, con mucha autenticidad, se jacta una y otra vez.
Por ejemplo, reconoce que ante las críticas mediáticas “con frecuencia el sentido del deber flaqueaba y me atraía el deseo de venganza” (p. 166). En otro pasaje se vanagloria de haber agredido en Sonora al periodista Luis Alberto Viveros, a quien insulta en su libro, y quien lo había demandado judicialmente “por lesiones que supuestamente yo le había ocasionado; hizo la farsa de aparecer con cabestrillo en brazo ante cámaras de televisión para acusarme de haberlo agredido físicamente. Ganas no me faltaban, por falsario” (p. 75).
Espino reconoce que se le impidió a Viveros cubrir un evento del PAN, simplemente porque no era afín a ese partido: “Impedimos a un mitotero la posibilidad de hacer sus actuaciones circenses en el pleno de una rueda de prensa del PAN…”. Para justificar la agresión, ocurrida en 1997, Espino alegó que la libertad de expresión tiene “límites”.
En otra ocasión, muy al estilo panista, Espino fue a quejarse con el director del periódico local El Independiente, contra un reportero que publicó algo que no le había gustado, y quien finalmente renunció a ese medio a raíz de dicho conflicto.
En fin, en otras páginas, Espino se jacta de haber insultado y amenazado a Manlio Fabio, lo cual le produjo al panista gran satisfacción.
Cuando alguien escribe, demuestra involuntariamente quién es. En el caso de Espino, sus propias palabras lo exhiben como un personaje movido por bajas pasiones, sin respeto a los demás, prepotente, proclive a la agresión, hipócrita, servil cuando le conviene, violento cuando puede.
Pero ese estilo tan poco ético, va acompañado en el caso de Espino, como sucede con muchos otros panistas, de una retórica santurrona, con invocaciones a Dios, a los Evangelios y a los padres de la Iglesia, de referencias a Juan Pablo II y a Benedicto XVI.
Así, se compara nada menos que con San Pablo. Según Espino, en sus labores cotidianas de abuso y agresión, “tenía fe en la ayuda de Dios, como la tengo ahora para mirar los retos que vienen y decir como San Pablo: Todo lo puedo en aquél que me conforta” (p. 86).
Obviamente, Espino tiene raíces en organizaciones católicas como la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, de la que fue dirigente. Ágilmente, una y otra vez evade el tema de su pertenencia al Yunque, que finalmente es sólo una más de las organizaciones católicas dedicadas a la política, o niega contundente que en el PAN operen organizaciones secretas.
A pesar de que en su libro encontramos una explicación muy clara del sentido del término mismo, el Yunque, trasplantado de la España franquista, que rezaba ser primero “yunque”, para resistir los ataques de los enemigos, y luego, ya en el poder, golpearlos como un martillo.
“Resistir las refinadas embestidas de nuestros adversarios y detractores era la prueba permanente a nuestra pertenencia partidaria y a la particular vocación que seguía forjándose como el hierro sobre el yunque…”. (p. 74).
En las páginas de Señal de alerta abundan por si fuera poco, frases que encontrarían un sitio más apropiado en la cursilería de las tarjetas de felicitación que venden ya impresas: “El amor es un acto de voluntad” (p. 75), “pusimos la vida al servicio de aquel anhelo” (p. 75), y declaraciones como esta: “Era otra oportunidad de invertir parte de mi vida en los demás, de ser y no de tener, de dar y no de recibir…” (p. 40); “… el poder no es aventura intrascendente ni atribución de beneficios” (p. 21). Frases de político mentiroso.
Al PAN lo califica como “patrimonio de todos los mexicanos…”, que no debe “ponerse en posición de peligro” (p. 31). Con esa retórica, Espino llena buena parte de su libro, donde leemos frases como las siguientes, sobre la “mística del PAN”, que Espino retoma sin pudor de uno de sus discursos:
“Recordé con ellos (los panistas) el valor de nuestra mística… forjada en el amor a México y a los mexicanos, en el deseo ardiente de engrandecer a la nación y de encauzarla hacia su destino. Apelé a ese algo espiritual, intangible, impalpable y oculto que habita en cada militante dispuesto a dar aun sin recibir…” (p. 70).
Con frases como ésas, el libro de Espino es un crudo testimonio de porqué es importante evitar que el PAN siga en el poder, para evitar los abusos de los políticos reaccionarios que, como él, pretenden también ser santurrones.
Retrospectiva del fraude
Los conflictos dentro del PAN, y de éste con el PRI, han venido a confirmar, dos años después, las denuncias públicas que hizo AMLO acerca del cochinero que fue la elección de 2006.
Luego de la aparición del libro de Espino, el senador priísta Fernando Castro Trenti ha salido en defensa de su coordinador parlamentario, Manlio Fabio Beltrones, admitiendo el fraude electoral de 2006, a la vez que tratando de justificar la complicidad que en él tuvo el priísmo.
Según el senador, Beltrones “no tiene de qué avergonzarse. No hemos asumido un papel de legitimador, pero tampoco de desestabilización. Nos vimos obligados a aceptar los resultados de una elección fraudulenta en 2006, que impuso a un Presidente en donde estábamos nosotros en la disyuntiva de reconocerlo o desconocer las instituciones” (El Financiero, 14 de julio de 2008).
En realidad, la apelación a las instituciones es un mero truco de lenguaje, que consiste en sustituir realidades concretas por nociones abstractas, pues traducido, lo que quiere decir el priísta es que su partido apoyó al IFE, que a su vez validó la elección arbitrariamente, incluso reconociéndolo así.
Esa complicidad que ahora reconocen los priístas fue denunciada hace dos años en las asambleas populares encabezadas por López Obrador, con grabaciones y otras pruebas que gratuitamente fueron ignoradas o desacreditadas por los grandes medios.
Una de esas revelaciones, que ahora Espino confirma, fue la negociación del PAN con Elba Esther Gordillo, y con gobernadores priístas, que le proporcionaron votos al blanquiazul.
Es claro, ahora, que la permanencia del PAN en el poder ha resultado muy favorable a ellos, al grado de que tan sólo en Jalisco, Televisa ha recibido millones de pesos para sus eventos, e incluso para elaborar una telenovela.