Cortázar y los neotimbiriches
Revista Contralínea
Se le acaban los hombres de confianza a Calderón. Las mujeres, hasta ahora, permanecen firmes, salvo la defenestrada de Sedesol, Beatriz Zavala Peniche (a la que ligaban familiarmente con su esposa, pero nada que ver); aunque se tambalea Patricia Espinosa; se fortalece Georgina Kessel (emisaria de la semiprivatización calderonista) y continúa firme Josefina Vázquez Mota (el jamón del emparedado entre la perversa maestra Elba Esther Gordillo y la necesidad de soportarla del inquilino de Los Pinos).
Pero los hombres le fallan, por su incompetencia, sus enredos de corrupción y mediocridad política; empezando por Mouriño y siguiendo por Sojo, Lozano, García Luna, Cárdenas Jiménez, principalmente; y que exige, no más allá del Segundo informe de gobierno, despidos y simultáneos nombramientos.
En Los Pinos sobreviven César Nava (metido en los líos de los contratos de Mouriño) y Maximiliano Cortázar Lara, quien mutila su nombre, Max, como cuando lucía de baterista, hace veintitantos años, con lentes oscuros, en el grupo Timbiriche, llegando a ser experto en percusiones de tarolas, cajas, timbales y bombos. En el álbum Timbiriche II, quedó grabado su mayor éxito con la canción Sólo te quiero a ti donde, dice una crónica: “Max hace gala de sus dotes musicales”.
Algunos de los timbiriches han ingresado a la burocracia presidencial, gracias a las recomendaciones del exbaterista quien ahora, con poder sobrado, está al frente de los tambores de guerra contra los medios de comunicación que no se someten, mediante el estira y afloja de la publicidad oficial de las secretarías del despacho presidencial, a los requerimientos de Cortázar.
Los que todavía dan la cara por aquel grupo, anuncian su última aparición; pero no estará Max, quien irrumpió en la comunicación de Los Pinos, luego de Alfonso Durazo y Rubén Aguilar. Había ocupado antes la Dirección General de Comunicación en la Secretaría de Energía con Calderón... con Mouriño (y César Nava en la retaguardia). Y lo nombraron coordinador de comunicación y vocero durante la campaña electoral.
Así escaló al cargo actual de director de Comunicación de la Presidencia, donde, como tortuga asustada, no asoma ni la cabeza. Y es que tiene alfiles y peones en las 15 dependencias (menos en Marina y Defensa) y a través de ellos elabora la lista negra de periódicos, revistas y periodistas de la prensa escrita, de la radio y la televisión que no se alinean con el calderonismo.
La divisa de los neotimbiriches –como se conoce a esos directores de comunicación (y que solamente dan publicidad oficial a sus cuates, a los que aceptan la línea maximiliana), que sin lugar a dudas es de la autoría de Cortázar y que utilizó para amedrentar a Gutiérrez Vivó y éste lo hizo público, como debía ser por lo que representa de censura y manipulación de la publicidad– aparece en el ensayo-entrevista, de Alejandro Toledo, al comunicador y periodista, en el libro La batalla de Gutiérrez Vivó, Grijalbo, 2007.
La amenaza y chantaje de Max Cortázar, con autorización de Calderón y el visto bueno de Mouriño, fue que “Monitor estaba castigado y que dependiendo de su conducta el presidente Calderón lo recibiría (o no) para negociar un arreglo”. Fue el 7 de diciembre de 2006, cuando Gutiérrez Vivó recibió la llamada del director de Comunicación de la Presidencia.
A partir de entonces Cortázar, en lugar de batería, con su tambor de guerra, ha ordenado a sus neotimbiriches infiltrados con Medina Mora, Sojo, Patricia Espinosa, García Luna, Téllez, Lozano, Vázquez Mota, Carstens, Kessel, Ramírez (Pemex), Córdova, Cárdenas Jiménez, Mouriño; en Sedesol, en Función Pública, Reforma Agraria, Pronósticos Deportivos, etcétera, que endurezcan su relación con periodistas y medios de comunicación que no “se porten bien” y por lo tanto “están castigados” hasta que recapaciten y entren al redil calderonista de las inquisiciones administrativas y la censura previa.
Cortázar es, pues, de los últimos hombres de Calderón, mientras a éste le sobran frentes de los cuales el principal es su controvertida propuesta para semiprivatizar los yacimientos petroleros. Y Max con sus comunicadores está llevando a su jefe Felipe a un enfrentamiento con los medios de comunicación dispuestos a ejercer las libertades de prensa como contrapoder.
La “estrategia” de los neotimbiriches, con su director Cortázar, es minar el ejercicio de los derechos constitucionales a la libre expresión escrita, oral y audiovisual; particularmente cuando se hace uso de la crítica y la más veraz información. Esta pinza es la que mantiene del cogote a los funcionarios y políticos que quisieran estar al margen de que la opinión pública se entere, sin cortapisas, de sus actos, omisiones, negligencias, corrupciones y demás conductas que deben ventilarse.
Maximiliano Cortázar Lara ha dado la orden de cerrarle el paso a periodistas y medios de comunicación que han mostrado el, más que presumible, real tráfico de influencias de Iván, Juan Camilo Mouriño Terrazo, maniobrando mayormente con las asignaciones de publicidad para “castigar” a quienes mantienen la mira de la crítica contra el gachupín-campechano-mexicano, mismo que se ha enriquecido –y con él su familia y sus compinches del sector empresarial–, haciendo de Pemex un botín y quienes son la punta de lanza de la contrarreforma calderonista para profundizar la semiprivatización de la riqueza nacional. Ésta es ahora, también, la estrategia de los neotimbiriches y el tambor de guerra, en lugar de batería, de Max Cortázar y su ejército de directores de comunicación del sector presidencial.
Se le acaban los hombres de confianza a Calderón. Las mujeres, hasta ahora, permanecen firmes, salvo la defenestrada de Sedesol, Beatriz Zavala Peniche (a la que ligaban familiarmente con su esposa, pero nada que ver); aunque se tambalea Patricia Espinosa; se fortalece Georgina Kessel (emisaria de la semiprivatización calderonista) y continúa firme Josefina Vázquez Mota (el jamón del emparedado entre la perversa maestra Elba Esther Gordillo y la necesidad de soportarla del inquilino de Los Pinos).
Pero los hombres le fallan, por su incompetencia, sus enredos de corrupción y mediocridad política; empezando por Mouriño y siguiendo por Sojo, Lozano, García Luna, Cárdenas Jiménez, principalmente; y que exige, no más allá del Segundo informe de gobierno, despidos y simultáneos nombramientos.
En Los Pinos sobreviven César Nava (metido en los líos de los contratos de Mouriño) y Maximiliano Cortázar Lara, quien mutila su nombre, Max, como cuando lucía de baterista, hace veintitantos años, con lentes oscuros, en el grupo Timbiriche, llegando a ser experto en percusiones de tarolas, cajas, timbales y bombos. En el álbum Timbiriche II, quedó grabado su mayor éxito con la canción Sólo te quiero a ti donde, dice una crónica: “Max hace gala de sus dotes musicales”.
Algunos de los timbiriches han ingresado a la burocracia presidencial, gracias a las recomendaciones del exbaterista quien ahora, con poder sobrado, está al frente de los tambores de guerra contra los medios de comunicación que no se someten, mediante el estira y afloja de la publicidad oficial de las secretarías del despacho presidencial, a los requerimientos de Cortázar.
Los que todavía dan la cara por aquel grupo, anuncian su última aparición; pero no estará Max, quien irrumpió en la comunicación de Los Pinos, luego de Alfonso Durazo y Rubén Aguilar. Había ocupado antes la Dirección General de Comunicación en la Secretaría de Energía con Calderón... con Mouriño (y César Nava en la retaguardia). Y lo nombraron coordinador de comunicación y vocero durante la campaña electoral.
Así escaló al cargo actual de director de Comunicación de la Presidencia, donde, como tortuga asustada, no asoma ni la cabeza. Y es que tiene alfiles y peones en las 15 dependencias (menos en Marina y Defensa) y a través de ellos elabora la lista negra de periódicos, revistas y periodistas de la prensa escrita, de la radio y la televisión que no se alinean con el calderonismo.
La divisa de los neotimbiriches –como se conoce a esos directores de comunicación (y que solamente dan publicidad oficial a sus cuates, a los que aceptan la línea maximiliana), que sin lugar a dudas es de la autoría de Cortázar y que utilizó para amedrentar a Gutiérrez Vivó y éste lo hizo público, como debía ser por lo que representa de censura y manipulación de la publicidad– aparece en el ensayo-entrevista, de Alejandro Toledo, al comunicador y periodista, en el libro La batalla de Gutiérrez Vivó, Grijalbo, 2007.
La amenaza y chantaje de Max Cortázar, con autorización de Calderón y el visto bueno de Mouriño, fue que “Monitor estaba castigado y que dependiendo de su conducta el presidente Calderón lo recibiría (o no) para negociar un arreglo”. Fue el 7 de diciembre de 2006, cuando Gutiérrez Vivó recibió la llamada del director de Comunicación de la Presidencia.
A partir de entonces Cortázar, en lugar de batería, con su tambor de guerra, ha ordenado a sus neotimbiriches infiltrados con Medina Mora, Sojo, Patricia Espinosa, García Luna, Téllez, Lozano, Vázquez Mota, Carstens, Kessel, Ramírez (Pemex), Córdova, Cárdenas Jiménez, Mouriño; en Sedesol, en Función Pública, Reforma Agraria, Pronósticos Deportivos, etcétera, que endurezcan su relación con periodistas y medios de comunicación que no “se porten bien” y por lo tanto “están castigados” hasta que recapaciten y entren al redil calderonista de las inquisiciones administrativas y la censura previa.
Cortázar es, pues, de los últimos hombres de Calderón, mientras a éste le sobran frentes de los cuales el principal es su controvertida propuesta para semiprivatizar los yacimientos petroleros. Y Max con sus comunicadores está llevando a su jefe Felipe a un enfrentamiento con los medios de comunicación dispuestos a ejercer las libertades de prensa como contrapoder.
La “estrategia” de los neotimbiriches, con su director Cortázar, es minar el ejercicio de los derechos constitucionales a la libre expresión escrita, oral y audiovisual; particularmente cuando se hace uso de la crítica y la más veraz información. Esta pinza es la que mantiene del cogote a los funcionarios y políticos que quisieran estar al margen de que la opinión pública se entere, sin cortapisas, de sus actos, omisiones, negligencias, corrupciones y demás conductas que deben ventilarse.
Maximiliano Cortázar Lara ha dado la orden de cerrarle el paso a periodistas y medios de comunicación que han mostrado el, más que presumible, real tráfico de influencias de Iván, Juan Camilo Mouriño Terrazo, maniobrando mayormente con las asignaciones de publicidad para “castigar” a quienes mantienen la mira de la crítica contra el gachupín-campechano-mexicano, mismo que se ha enriquecido –y con él su familia y sus compinches del sector empresarial–, haciendo de Pemex un botín y quienes son la punta de lanza de la contrarreforma calderonista para profundizar la semiprivatización de la riqueza nacional. Ésta es ahora, también, la estrategia de los neotimbiriches y el tambor de guerra, en lugar de batería, de Max Cortázar y su ejército de directores de comunicación del sector presidencial.