Con la esperanza de que en el 2008 todos soñemos nuestro Año Verde
Ricardo Andrade Jardí
Nada bueno anuncian los vientos del 2008: el gasolinazo, la sordera tecnocrática, la reforma judicial que terminará por militarizar a un país dividido por el odio y el miedo, un país donde la mentira gobierna y la desfachatez empresarial se apodera de todos los rincones públicos e impone su voluntad barnizada, eso sí, de democracia. Son tiempos en los que la esperanza se antoja difícil, pero la virtud de la esperanza es justamente su terquedad utópica que, frente a los nubarrones tempestuosos, surca siempre, claros de dignidad, que poco a poco impulsan las subjetividades de resistencia y rebeldía que, a fin de cuentas, escriben la historia de los pueblos.
Para este fin de año, nos parece apropiado (al colectivo El Teatrito) compartir con todos, un pequeño y hermoso cuento de Elsa Bornemann, publicado en un libro de cuentos llamado Un elefante ocupa mucho espacio, a mediados de los años setenta en Argentina, el que, a finales de esa década, fue prohibido por la dictadura militar, por encontrarlo ofensivo para "la moral familiar" y subversivo. Curiosa forma de ver el mundo que tiene la derecha, que arrebata a los niños de sus padres biológicos, y asesina a éstos en las cárceles clandestinas de la dictadura, para dar a los bebés en adopción a familias "conservadoras" y a modo, fracturando para siempre toda una generación y dejando una cifra de 30 mil desaparecido y cerca de 500 niños secuestrados y separados de su origen y familia.
Pero, necios como somos y sin renunciar a la esperanza de que este año que viene con todos sus presagios, y antes de que la "nueva reforma judicial" pretenda censurar y quemar libros, sea nuestro Año Verde, compartimos con ustedes, estimados lectores y amigos, este pequeño cuento para que nos ayude a soñar ese otro mundo posible que cada día pretenden arrebatarnos.
Sea pues y, dentro de lo que cabe, un feliz año nuevo:
El Año Verde Un cuento de Elsa Bornemann
Asomándose cada primero de enero desde la torre de su palacio, el poderoso rey saluda a su pueblo, reunido en la plaza mayor. Como desde la torre hasta la plaza median aproximadamente unos setecientos metros, el soberano no puede ver los pies descalzos de su gente.
Tampoco le es posible oír sus quejas (y esto no sucede a causa de la distancia, sino, simplemente porque es sordo...)
-- ¡Buen año nuevo! ¡Que el cielo los colme de bendiciones! --grita entusiasmado, y todas las cabezas se elevan hacia el inalcanzable azul salpicado de nubecitas esperando inútilmente que caiga siquiera alguna de tales bendiciones...
-- ¡El año verde serán todos felices! ¡Se los prometo! --agrega el rey antes de desaparecer hasta el primero de enero siguiente.
-- El año verde... --repiten por lo bajo los habitantes de ese pueblo antes de regresar hacia sus casas --El año verde...
Pero cada año nuevo llega con el rojo de los fuegos artificiales disparados desde la torre del palacio... con el azul de las telas que se bordan para renovar las tres mil cortinas de sus ventanas... con el blanco de los armiños que se crían para confeccionar las puntosas capas del rey... con el negro de los cueros que se curten para fabricar sus doscientos pares de zapatos... con el amarrillo de las espigas que los campesinos siembran para amasar --más tarde-- panes que nunca comerán...
Cada año nuevo llega con los mismos colores de siempre. Pero ninguno es totalmente verde... Y los pies continúan descalzos... Y el rey sordo.
Hasta que, en la última semana de cierto diciembre, un muchacho toma una lata de pintura verde y una brocha. Primero pinta el frente de su casa, después sigue con la pared del vecino, estirando el color hasta que tiñe todas las paredes de su cuadra, y la vereda, y los cordones, y la zanja... Finalmente hunde su cabeza en otra lata y allá va, con sus cabellos verdes alborotando las calles del pueblo:
--¡El aire ya huele a verde! ¡Si todos juntos lo soñamos, si lo queremos, el año verde será el próximo!
Y el pueblo entero, como si de pronto un fuerte viento lo empujara en apretada hojarasca, sale a pintar hasta el último rincón. Y en hojarasca verde se dirige luego a la plaza mayor, festejando la llegada del año verde. Y corren con sus brochas empapadas para pintar el palacio por fuera y por dentro. Y por dentro está el rey, que también es totalmente teñido. Y por dentro están los tambores de la guardia real, que por primera vez baten alegremente anunciando la llegada del año verde.
-- ¡Que llegó para quedarse! --gritan todos a coro, mientras el rey escapa hacia un descolorido país lejano.
Ese mes de enero llueve torrencialmente. La lluvia destiñe al pueblo y todo el verde cae al río y se lo lleva el mar, acaso para teñir otras costas... Pero ellos ya saben que ninguna lluvia será tan poderosa como para despintar el verde de sus corazones, definitivamente verdes. Bien verdes, como los años que --todos juntos--han de construir día por día.
Nada bueno anuncian los vientos del 2008: el gasolinazo, la sordera tecnocrática, la reforma judicial que terminará por militarizar a un país dividido por el odio y el miedo, un país donde la mentira gobierna y la desfachatez empresarial se apodera de todos los rincones públicos e impone su voluntad barnizada, eso sí, de democracia. Son tiempos en los que la esperanza se antoja difícil, pero la virtud de la esperanza es justamente su terquedad utópica que, frente a los nubarrones tempestuosos, surca siempre, claros de dignidad, que poco a poco impulsan las subjetividades de resistencia y rebeldía que, a fin de cuentas, escriben la historia de los pueblos.
Para este fin de año, nos parece apropiado (al colectivo El Teatrito) compartir con todos, un pequeño y hermoso cuento de Elsa Bornemann, publicado en un libro de cuentos llamado Un elefante ocupa mucho espacio, a mediados de los años setenta en Argentina, el que, a finales de esa década, fue prohibido por la dictadura militar, por encontrarlo ofensivo para "la moral familiar" y subversivo. Curiosa forma de ver el mundo que tiene la derecha, que arrebata a los niños de sus padres biológicos, y asesina a éstos en las cárceles clandestinas de la dictadura, para dar a los bebés en adopción a familias "conservadoras" y a modo, fracturando para siempre toda una generación y dejando una cifra de 30 mil desaparecido y cerca de 500 niños secuestrados y separados de su origen y familia.
Pero, necios como somos y sin renunciar a la esperanza de que este año que viene con todos sus presagios, y antes de que la "nueva reforma judicial" pretenda censurar y quemar libros, sea nuestro Año Verde, compartimos con ustedes, estimados lectores y amigos, este pequeño cuento para que nos ayude a soñar ese otro mundo posible que cada día pretenden arrebatarnos.
Sea pues y, dentro de lo que cabe, un feliz año nuevo:
El Año Verde Un cuento de Elsa Bornemann
Asomándose cada primero de enero desde la torre de su palacio, el poderoso rey saluda a su pueblo, reunido en la plaza mayor. Como desde la torre hasta la plaza median aproximadamente unos setecientos metros, el soberano no puede ver los pies descalzos de su gente.
Tampoco le es posible oír sus quejas (y esto no sucede a causa de la distancia, sino, simplemente porque es sordo...)
-- ¡Buen año nuevo! ¡Que el cielo los colme de bendiciones! --grita entusiasmado, y todas las cabezas se elevan hacia el inalcanzable azul salpicado de nubecitas esperando inútilmente que caiga siquiera alguna de tales bendiciones...
-- ¡El año verde serán todos felices! ¡Se los prometo! --agrega el rey antes de desaparecer hasta el primero de enero siguiente.
-- El año verde... --repiten por lo bajo los habitantes de ese pueblo antes de regresar hacia sus casas --El año verde...
Pero cada año nuevo llega con el rojo de los fuegos artificiales disparados desde la torre del palacio... con el azul de las telas que se bordan para renovar las tres mil cortinas de sus ventanas... con el blanco de los armiños que se crían para confeccionar las puntosas capas del rey... con el negro de los cueros que se curten para fabricar sus doscientos pares de zapatos... con el amarrillo de las espigas que los campesinos siembran para amasar --más tarde-- panes que nunca comerán...
Cada año nuevo llega con los mismos colores de siempre. Pero ninguno es totalmente verde... Y los pies continúan descalzos... Y el rey sordo.
Hasta que, en la última semana de cierto diciembre, un muchacho toma una lata de pintura verde y una brocha. Primero pinta el frente de su casa, después sigue con la pared del vecino, estirando el color hasta que tiñe todas las paredes de su cuadra, y la vereda, y los cordones, y la zanja... Finalmente hunde su cabeza en otra lata y allá va, con sus cabellos verdes alborotando las calles del pueblo:
--¡El aire ya huele a verde! ¡Si todos juntos lo soñamos, si lo queremos, el año verde será el próximo!
Y el pueblo entero, como si de pronto un fuerte viento lo empujara en apretada hojarasca, sale a pintar hasta el último rincón. Y en hojarasca verde se dirige luego a la plaza mayor, festejando la llegada del año verde. Y corren con sus brochas empapadas para pintar el palacio por fuera y por dentro. Y por dentro está el rey, que también es totalmente teñido. Y por dentro están los tambores de la guardia real, que por primera vez baten alegremente anunciando la llegada del año verde.
-- ¡Que llegó para quedarse! --gritan todos a coro, mientras el rey escapa hacia un descolorido país lejano.
Ese mes de enero llueve torrencialmente. La lluvia destiñe al pueblo y todo el verde cae al río y se lo lleva el mar, acaso para teñir otras costas... Pero ellos ya saben que ninguna lluvia será tan poderosa como para despintar el verde de sus corazones, definitivamente verdes. Bien verdes, como los años que --todos juntos--han de construir día por día.