El año que viene
La Jornada
Resulta realmente difícil mantener los buenos deseos para un año como el 2008 que está por arribar. El pesimismo, en ocasiones como ésta, no es una cuestión de actitud personal, sino de un realismo contundente que nadie puede eludir. Con el primer día del año, por ejemplo, entrará en vigor el capítulo agropecuario del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) por lo que se refiere a la apertura total a todas las importaciones de maíz, frijol, leche en polvo y azúcar de caña provenientes de Estados Unidos y Canadá. Si la situación en el campo mexicano es ya de abandono y miseria, con la supresión de todos los aranceles, cuotas y cupos de importación se producirá una crisis terminal en el esquema de pequeños productores y México perderá completamente su autonomía alimentaria.
Abrir los productos del campo mexicano a la competencia internacional es una medida que no puede beneficiarnos en ningún sentido. El gobierno de Estados Unidos les otorga a sus productores hasta 30 veces más de subsidios, de manera que puedan aplastar sin ningún miramiento cualquier tipo de competencia allende sus fronteras. México dependerá también del país del norte en materia de alimentación, algo que ningún gobierno en su sano juicio podría permitirse. Si en la actualidad se importan más de 7 millones de toneladas de maíz de Estados Unidos, es de esperar que a partir del primero de enero de 2008 iniciaremos también una pérdida total de nuestra soberanía y de nuestras raíces históricas. México fue fundado sobre una cultura del maíz. Estamos por perder, entonces, nuestra propia identidad como nación.
Y con el inicio del año entrará también en vigor una gran burla para todos los trabajadores asalariados del país. La Comisión Nacional de los Salarios Mínimos decidió que el aumento para este año que viene será de un 4 por ciento, ya que en ello estima los índices de inflación. Traducido en pesos, no alcanza ni para comprar un cuarto de kilogramo de tortillas. Digo que se trata de una burla infame porque la inflación se ha disparado tanto a finales de este año que ese cuatro por ciento se ha desvanecido en el aire antes de nacer. La realidad que tendremos será la de siempre: todos los precios y servicios, incluyendo los de primera necesidad, suben hasta alcanzar las nubes en tanto que los ingresos de los trabajadores se deprecian hasta alcanzar el fondo del foso. Vivimos en un país cuyo régimen sólo beneficia a un grupo reducido de privilegiados, entre los que se encuentran los grandes dueños del dinero y la clase política gobernante, mientras la inmensa mayoría de la población se debate entre niveles a veces infamantes de sobrevivencia.
Otro regalo de año nuevo será la probable consumación de la reforma judicial. En vez de que los legisladores hagan una reforma en serio para acabar de una vez por todas con la terrible corrupción que impera en el sistema de procuración y administración de la justicia, lo que hacen es favorecer el cierre definitivo de las pocas garantías constitucionales que aún nos quedaban. No se trata sólo de criminalizar los movimientos y las luchas sociales, sobre todo ahora que el descontento se hará mayor, sino de quitarle a la sociedad cualquier protección legal contra los excesos de las corporaciones policiacas, que no tendrán que acudir a juez alguno para irrumpir en los domicilios particulares y cometer los abusos que acostumbran. 2008 será entonces un año aciago en materia de violación de los derechos humanos. Si la ley no ha sido realmente un obstáculo para que los derechos sean violados por los agentes del Estado, lo que se proyecta en el futuro inmediato es la entrada en vigor de un Estado autoritario.
Y el año nuevo nos traerá, asimismo, el incremento a los precios de los energéticos. El anunciado aumento a la gasolina provocará el segundo impacto en el disparo de los precios de todos los artículos y servicios. Esos dos pesos de aumento que recibirán los salarios mínimos –y que será de hecho el tope salarial para los sindicatos– se perderán en medio de una montaña de desesperación e indignación popular. La capacidad adquisitiva de los asalariados se desploma hasta niveles de miseria. Y no hay tampoco empleos suficientes para que la gente pueda vivir con dignidad y no tenga que buscar una suerte distinta al otro lado de la frontera norte. ¿Dónde ha quedado la Presidencia del empleo? Lo más probable es que tampoco en el 2008 la podamos ver. No sería raro que en este año que viene se concretice, ahora sí, la reforma para la privatización total del sector energético. El Estado cuenta ya con los votos sumisos del PAN y del PRI y también de un porcentaje nada despreciable del PRD.
Y el 2008 será también, por cierto, un año de definición sustancial del PRD. ¿Qué clase de partido se propone ser? ¿Un partido que legitima la ilegitimidad en aras de la coexistencia pacífica, de la cohabitación en el gobierno, de la convivencia civilizada entre las distintas vertientes de la clase política? ¿O un partido que se reencuentre con sus orígenes y vuelva a tomar en sus manos el compromiso histórico con la sociedad, con las aspiraciones históricas de la sociedad? ¿Un partido que tenga una memoria frágil, acomodaticia, y que se olvide rápidamente de las afrentas y los agravios contra la voluntad popular para poder gozar de las migajas del poder que le dejan? ¿O un partido que acompañe a los movimientos sociales y se convierta en su mediador? ¿Un partido para la burocracia política o un partido para la democracia y la justicia social? ¿Un partido para apuntalar a la derecha o un partido de izquierda auténtica? Lo veremos.
Claro que el pesimismo no puede ser total. De una realidad adversa como ésta surge necesariamente la necesidad de que los movimientos sociales se mantengan firmes, se consoliden y se multipliquen. Porque ha llegado el momento de tomar conciencia de una realidad ineludible: la defensa de los derechos fundamentales de la sociedad no puede sino ser obra de la propia sociedad.
Resulta realmente difícil mantener los buenos deseos para un año como el 2008 que está por arribar. El pesimismo, en ocasiones como ésta, no es una cuestión de actitud personal, sino de un realismo contundente que nadie puede eludir. Con el primer día del año, por ejemplo, entrará en vigor el capítulo agropecuario del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) por lo que se refiere a la apertura total a todas las importaciones de maíz, frijol, leche en polvo y azúcar de caña provenientes de Estados Unidos y Canadá. Si la situación en el campo mexicano es ya de abandono y miseria, con la supresión de todos los aranceles, cuotas y cupos de importación se producirá una crisis terminal en el esquema de pequeños productores y México perderá completamente su autonomía alimentaria.
Abrir los productos del campo mexicano a la competencia internacional es una medida que no puede beneficiarnos en ningún sentido. El gobierno de Estados Unidos les otorga a sus productores hasta 30 veces más de subsidios, de manera que puedan aplastar sin ningún miramiento cualquier tipo de competencia allende sus fronteras. México dependerá también del país del norte en materia de alimentación, algo que ningún gobierno en su sano juicio podría permitirse. Si en la actualidad se importan más de 7 millones de toneladas de maíz de Estados Unidos, es de esperar que a partir del primero de enero de 2008 iniciaremos también una pérdida total de nuestra soberanía y de nuestras raíces históricas. México fue fundado sobre una cultura del maíz. Estamos por perder, entonces, nuestra propia identidad como nación.
Y con el inicio del año entrará también en vigor una gran burla para todos los trabajadores asalariados del país. La Comisión Nacional de los Salarios Mínimos decidió que el aumento para este año que viene será de un 4 por ciento, ya que en ello estima los índices de inflación. Traducido en pesos, no alcanza ni para comprar un cuarto de kilogramo de tortillas. Digo que se trata de una burla infame porque la inflación se ha disparado tanto a finales de este año que ese cuatro por ciento se ha desvanecido en el aire antes de nacer. La realidad que tendremos será la de siempre: todos los precios y servicios, incluyendo los de primera necesidad, suben hasta alcanzar las nubes en tanto que los ingresos de los trabajadores se deprecian hasta alcanzar el fondo del foso. Vivimos en un país cuyo régimen sólo beneficia a un grupo reducido de privilegiados, entre los que se encuentran los grandes dueños del dinero y la clase política gobernante, mientras la inmensa mayoría de la población se debate entre niveles a veces infamantes de sobrevivencia.
Otro regalo de año nuevo será la probable consumación de la reforma judicial. En vez de que los legisladores hagan una reforma en serio para acabar de una vez por todas con la terrible corrupción que impera en el sistema de procuración y administración de la justicia, lo que hacen es favorecer el cierre definitivo de las pocas garantías constitucionales que aún nos quedaban. No se trata sólo de criminalizar los movimientos y las luchas sociales, sobre todo ahora que el descontento se hará mayor, sino de quitarle a la sociedad cualquier protección legal contra los excesos de las corporaciones policiacas, que no tendrán que acudir a juez alguno para irrumpir en los domicilios particulares y cometer los abusos que acostumbran. 2008 será entonces un año aciago en materia de violación de los derechos humanos. Si la ley no ha sido realmente un obstáculo para que los derechos sean violados por los agentes del Estado, lo que se proyecta en el futuro inmediato es la entrada en vigor de un Estado autoritario.
Y el año nuevo nos traerá, asimismo, el incremento a los precios de los energéticos. El anunciado aumento a la gasolina provocará el segundo impacto en el disparo de los precios de todos los artículos y servicios. Esos dos pesos de aumento que recibirán los salarios mínimos –y que será de hecho el tope salarial para los sindicatos– se perderán en medio de una montaña de desesperación e indignación popular. La capacidad adquisitiva de los asalariados se desploma hasta niveles de miseria. Y no hay tampoco empleos suficientes para que la gente pueda vivir con dignidad y no tenga que buscar una suerte distinta al otro lado de la frontera norte. ¿Dónde ha quedado la Presidencia del empleo? Lo más probable es que tampoco en el 2008 la podamos ver. No sería raro que en este año que viene se concretice, ahora sí, la reforma para la privatización total del sector energético. El Estado cuenta ya con los votos sumisos del PAN y del PRI y también de un porcentaje nada despreciable del PRD.
Y el 2008 será también, por cierto, un año de definición sustancial del PRD. ¿Qué clase de partido se propone ser? ¿Un partido que legitima la ilegitimidad en aras de la coexistencia pacífica, de la cohabitación en el gobierno, de la convivencia civilizada entre las distintas vertientes de la clase política? ¿O un partido que se reencuentre con sus orígenes y vuelva a tomar en sus manos el compromiso histórico con la sociedad, con las aspiraciones históricas de la sociedad? ¿Un partido que tenga una memoria frágil, acomodaticia, y que se olvide rápidamente de las afrentas y los agravios contra la voluntad popular para poder gozar de las migajas del poder que le dejan? ¿O un partido que acompañe a los movimientos sociales y se convierta en su mediador? ¿Un partido para la burocracia política o un partido para la democracia y la justicia social? ¿Un partido para apuntalar a la derecha o un partido de izquierda auténtica? Lo veremos.
Claro que el pesimismo no puede ser total. De una realidad adversa como ésta surge necesariamente la necesidad de que los movimientos sociales se mantengan firmes, se consoliden y se multipliquen. Porque ha llegado el momento de tomar conciencia de una realidad ineludible: la defensa de los derechos fundamentales de la sociedad no puede sino ser obra de la propia sociedad.