Poéticamente lo advirtió Pellicer
José Fonseca
“…El agua tiene memoria”, escribió el poeta tabasqueño Carlos Pellicer.
La semana pasada quedó demostrado que esas palabras fueron algo más que una figura poética.
Las circunstancias se conjugaron para permitir a las aguas, siempre presentes en la planicie tabasqueña, recuperaran su memoria. Mientras, muchos la perdieron.
Cómo si lo importante fuera encontrar a quién o a quiénes echar la culpa por el desastre sufrido en Tabasco, y por razones no siempre francas, se ha entablado una acalorada discusión.
Hay quienes, empeñados en sacudir el ánimo de los mexicanos, intentan culpar al gobierno, a los gobiernos por una tragedia humana, financiera y material que, como siempre, es el resultado de una larga cadena de pequeñas omisiones.
Las omisiones empezaron hace muchos años, desde que se canceló el plan hidráulico del gobernador tabasqueño Leandro Rovirosa Wade, cuyo eje era la construcción de un canal que encauzaría las aguas que embaten a Villahermosa por un dren que las llevaría al mar.
El plan se canceló porque lo impidió un movimiento ecologista encabezado por Iván Restrepo y el político Arturo Núñez Jiménez. Y ocurrió la gran inundación de 1999.
Se diseñó un plan hidráulico; pero ahora fueron intereses inmobiliarios que construyeron en zonas de riesgo, y unidos a los intereses políticos retrasaron las obras, mientras la burocracia les restó importancia. Se hizo poco y a medias.
Cuando se ha regateado presupuesto para obras hidráulicas en Tabasco.
Cuando prevalecen intereses considerados superiores a la protección de las vidas y los bienes de los habitantes de Villahermosa, nadie puede decirse ajeno al desastre. En lugar de arrollarse las mangas para trabajar, para hacer lo que sea necesario para prevenir otro desastre, todos estamos inmersos en una discusión muy acalorada, pero también inútil.
Nadie puede llamarse inocente del desastre ocurrido en Tabasco. Nadie, porque fueron muchas las pequeñas omisiones que condujeron a la tragedia que devastó a la entidad. Nadie es completamente inocente, todos son un poco culpables. Como en Fuente ovejuna. Todos a una.
“…El agua tiene memoria”, escribió el poeta tabasqueño Carlos Pellicer.
La semana pasada quedó demostrado que esas palabras fueron algo más que una figura poética.
Las circunstancias se conjugaron para permitir a las aguas, siempre presentes en la planicie tabasqueña, recuperaran su memoria. Mientras, muchos la perdieron.
Cómo si lo importante fuera encontrar a quién o a quiénes echar la culpa por el desastre sufrido en Tabasco, y por razones no siempre francas, se ha entablado una acalorada discusión.
Hay quienes, empeñados en sacudir el ánimo de los mexicanos, intentan culpar al gobierno, a los gobiernos por una tragedia humana, financiera y material que, como siempre, es el resultado de una larga cadena de pequeñas omisiones.
Las omisiones empezaron hace muchos años, desde que se canceló el plan hidráulico del gobernador tabasqueño Leandro Rovirosa Wade, cuyo eje era la construcción de un canal que encauzaría las aguas que embaten a Villahermosa por un dren que las llevaría al mar.
El plan se canceló porque lo impidió un movimiento ecologista encabezado por Iván Restrepo y el político Arturo Núñez Jiménez. Y ocurrió la gran inundación de 1999.
Se diseñó un plan hidráulico; pero ahora fueron intereses inmobiliarios que construyeron en zonas de riesgo, y unidos a los intereses políticos retrasaron las obras, mientras la burocracia les restó importancia. Se hizo poco y a medias.
Cuando se ha regateado presupuesto para obras hidráulicas en Tabasco.
Cuando prevalecen intereses considerados superiores a la protección de las vidas y los bienes de los habitantes de Villahermosa, nadie puede decirse ajeno al desastre. En lugar de arrollarse las mangas para trabajar, para hacer lo que sea necesario para prevenir otro desastre, todos estamos inmersos en una discusión muy acalorada, pero también inútil.
Nadie puede llamarse inocente del desastre ocurrido en Tabasco. Nadie, porque fueron muchas las pequeñas omisiones que condujeron a la tragedia que devastó a la entidad. Nadie es completamente inocente, todos son un poco culpables. Como en Fuente ovejuna. Todos a una.