Hijastros, esposa y Fox: El poder como un botín
Alvaro Cepeda Neri
Los panistas de nuevo cuño se subieron a la cresta de la ola, de un PAN que se tardó medio siglo para, con el camouflage de una alternancia, asaltar, como ladrones, el poder presidencial ya que un sexenio después y lo que va del año —de Fox a Calderón—, convirtieron en un hecho la advertencia de Max Weber, de que es “muy peligroso que las clases hacia las cuales se desplaza el poder económico, y con ello la perspectiva del poder político, no estén aún políticamente maduras para la conducción del Estado” (de su ensayo: Estado nacional y política económica).
Si ya arrastrábamos una larga corrupción, expansiva hacia el poder económico del sector privado, desde el interior de los órganos de la administración pública y centrada en los cargos del presidencialismo (y en los caciques-gobernadores y sus escuderos los presidentes municipales), a llegar los panistas, de los que se esperaba que hicieran de la honradez su ética gubernamental, resultaron más rateros y peores gobernantes, consentidores del narcotráfico, incapaces frente a la inseguridad, indolentes ante el empobrecimiento y tan limitados, que rayan en la estupidez, pues han sido una derecha sin la menor eficacia política para resolver problemas.
Fox, como está comprobado a través de las informaciones documentadas (pistas para la comisión investigadora), marrulleramente engañó a sus electores y llegó a Los Pinos con una pandilla: esposa, hijastros, hermanos e hijos. Y una larga cola de rateros: Larrazábal y la Megabiblioteca, Sari Bermúdez y sus excesos en Conaculta; los Bribiesca en Pemex, Infonavit, Oceanografía, etcétera. El foxismo es una mafia, al estilo de los narcos, con la diferencia de que los foxistas, sin riesgos, en la total impunidad hasta ahora, se revolcaron en el tráfico de influencias para hacer del poder un botín.
Los Foxes son los nuevos Borgia, porque hasta el clero político los cobijó, mientras cínicamente asistían a misa y comulgaron a pesar de que según su credo están en “pecado mortal” por su amancebamiento. Así, creyentes, como buenos panistas, tras sus desmanes y saqueos empezando con los Amigos de Fox, piden ser juzgados por la historia, confundiendo a ésta con los tribunales. Pero es de tal tamaño el botín que tiene la familia, tantas sus complicidades, que más que nunca la oportunidad judicial para investigar su enriquecimiento ilícito está a la vista. Procesar a Fox como funcionario. A Mart(h)a, los Bribiesca y demás pandilleros, como sus secuaces. El foxismo es la insolencia de la corrupción.
Los panistas de nuevo cuño se subieron a la cresta de la ola, de un PAN que se tardó medio siglo para, con el camouflage de una alternancia, asaltar, como ladrones, el poder presidencial ya que un sexenio después y lo que va del año —de Fox a Calderón—, convirtieron en un hecho la advertencia de Max Weber, de que es “muy peligroso que las clases hacia las cuales se desplaza el poder económico, y con ello la perspectiva del poder político, no estén aún políticamente maduras para la conducción del Estado” (de su ensayo: Estado nacional y política económica).
Si ya arrastrábamos una larga corrupción, expansiva hacia el poder económico del sector privado, desde el interior de los órganos de la administración pública y centrada en los cargos del presidencialismo (y en los caciques-gobernadores y sus escuderos los presidentes municipales), a llegar los panistas, de los que se esperaba que hicieran de la honradez su ética gubernamental, resultaron más rateros y peores gobernantes, consentidores del narcotráfico, incapaces frente a la inseguridad, indolentes ante el empobrecimiento y tan limitados, que rayan en la estupidez, pues han sido una derecha sin la menor eficacia política para resolver problemas.
Fox, como está comprobado a través de las informaciones documentadas (pistas para la comisión investigadora), marrulleramente engañó a sus electores y llegó a Los Pinos con una pandilla: esposa, hijastros, hermanos e hijos. Y una larga cola de rateros: Larrazábal y la Megabiblioteca, Sari Bermúdez y sus excesos en Conaculta; los Bribiesca en Pemex, Infonavit, Oceanografía, etcétera. El foxismo es una mafia, al estilo de los narcos, con la diferencia de que los foxistas, sin riesgos, en la total impunidad hasta ahora, se revolcaron en el tráfico de influencias para hacer del poder un botín.
Los Foxes son los nuevos Borgia, porque hasta el clero político los cobijó, mientras cínicamente asistían a misa y comulgaron a pesar de que según su credo están en “pecado mortal” por su amancebamiento. Así, creyentes, como buenos panistas, tras sus desmanes y saqueos empezando con los Amigos de Fox, piden ser juzgados por la historia, confundiendo a ésta con los tribunales. Pero es de tal tamaño el botín que tiene la familia, tantas sus complicidades, que más que nunca la oportunidad judicial para investigar su enriquecimiento ilícito está a la vista. Procesar a Fox como funcionario. A Mart(h)a, los Bribiesca y demás pandilleros, como sus secuaces. El foxismo es la insolencia de la corrupción.