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martes, 13 de noviembre de 2007

Elecciones: Mentiras y simulación

Álvaro delgado

México, D.F., 12 de noviembre (apro).- Pasada la jornada electoral de este domingo en los cuatro estados donde se celebraron comicios, con lo que se cierra el año electoral, se impondrán los lugares comunes conforme a los que ganaron y resultaron derrotados: el panismo sigue en picada de la mano de Felipe Calderón, el priismo mantiene su “recuperación” y el perredismo recibe una “bocanada de aire fresco” gracias al cardenismo.

No porque tengan cierta razón, conforme a lo acontecido este domingo 11 de noviembre, dejan de ser lugares comunes, y lo son porque pasan por alto lo fundamental: la decrepitud del sistema electoral y de la clase política de México, traducida no en las “prácticas que creíamos superadas” --como cita otro engañoso lugar común--, sino en las que no han dejado de cometerse cotidianamente.

Las últimas elecciones de este año terminan igual que las primeras, con Yucatán como inicio, aunque el prólogo fue el 2006: uso de abundantes recursos económicos de oscuro origen, a menudo del presupuesto público y con el gobernador al frente, para la compra, coacción y adulteración del voto; campañas sucias eufemísticamente denominadas de contraste; empleo de métodos violentos para intimidar y aun someter a los adversarios; parcialidad de organismos electorales locales; desconfianza en las autoridades jurisdiccionales; impunidad en la comisión de todo tipo de delitos, y un largo etcétera conforme las condiciones de cada estado.

Al cabo de numerosas quejas de quienes se ven afectados en la lógica local, aun los asesinatos --como ocurrió en Veracruz y Puebla--, no pasa nada: cada cuál se queda con sus agravios y comienza a tramar el desquite en el siguiente episodio, con recursos peores, por supuesto, en una espiral de degradación que va hundiendo a la República en el fango.

Pero no sólo: las mafias del narcotráfico y, en general, el crimen organizado tienen una presencia cada vez más ostentosa, no sólo por su operación abiertamente delictiva, sino en activismo electoral, tal como lo asegura un frustrado alcalde con licencia de Reynosa, Tamaulipas, quien en su queja por la derrota sólo exhibe a su amigo Calderón, que nada ha hecho en ese estado.

Y eso mismo ocurre en Michoacán: estado emblemático en el aparatoso uso del Ejército supuestamente contra el narcotráfico, los organismos oficiales saben de los candidatos controlados por las bandas criminales, pero la politiquería les impone su silencio para no reconocer su incompetencia y complicidad.

Hubo en México una breve primavera democrática, que obviamente no comenzó con la entrega pactada de Carlos Salinas al PAN de gubernaturas, en una compra de legitimidad que ahora ensaya Calderón Hinojosa, sino con la reforma política de 1996 que duró hasta el 2000, cuyo fenómeno de la alternancia fue paradójicamente el dique a la transformación para robustecer la equidad en la disputa por la representación popular.

Salvo la aprobación por el Congreso de la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información Pública, cuya autonomía del órgano garante (el IFAI) duró muy poco, no hubo durante el foxiato un sola “reforma estructural” de profundización democrática: si al inicio del sexenio se decía que era vino nuevo en odres viejos, antes de concluir ese periodo quedó claro que la nueva alta burocracia jamás fue una bebida generosa, sino francamente avinagrada, adulterada y corriente.

Así, en el proceso para la elección del 2 de julio del 2006, todo se valió y todo fue tolerado, pero no a todos, sino a quienes lograron alinearse en la convergencia de derecha. Y el documento de la decisión del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), tal como se escribió aquí en su momento, fue el manual perfecto para cometer cualquier atropello a la ley y a la ética con la garantía de que no hay sanción.

Las mismas acciones cometidas en los comicios federales del 2006 se reprodujeron, y de peor forma, en Tabasco en la elección de hace un año, de la que surgió Andrés Granier, y que a nadie importó pese a la violencia que desplegó el gobierno de Manuel Andrade.

Lo que aconteció en las elecciones del 2007 fue en el mismo nivel: si no era el PAN el que se quejaba, y se queja, de las elecciones del Estado --como Manuel Espino lo reclamó en Durango, Chihuahua, Veracruz y ahora Tamaulipas y Puebla--, el PRI lo hizo en el caso de Baja California, cuando fue inequívoca la intervención del gobernador panista contra el hampón Jorge Hank.

Vale destacar lo que ya es rutina en el partido que todavía sostiene que la política es eminentemente ética: en los dirigentes y militantes del PAN hay una fijación de erigirse como cruzados para defender a la nación del “peligro”, como identifica a sus adversarios, lo mismo a Andrés Manuel López Obrador que a César Raúl Ojeda, Hank y Leonel Godoy.

Hay algo muy curioso de lo ocurrido este domingo 11: después de acusar a los gobernadores Mario Marín, de Puebla, y Eugenio Hernández, de Tamaulipas, de encabezar “elecciones de Estado” --ambos socios del PAN en la elección del 2006--, Espino declaró, la víspera, que el gobernador de Michoacán, Lázaro Cárdenas Batel, se había mantenido neutral.

Y este guiño de Espino a Cárdenas, como antes lo ha hecho el propio Calderón, revela no las complicidades entre el caudillo y su criatura con la derecha --que han sido obvias--, sino el nivel de simulación y mentira que prevalece en la clase política: la neutralidad de los servidores públicos de todos los niveles y de todos los partidos políticos, en un proceso electoral, es un mandato legal, no un capricho ni una concesión.

Si es excepción y no regla que un gobernante se aparte por su voluntad de los procesos electorales o de cualquier asunto de carácter legal para no influir, a favor o en contra, sólo se revela el tamaño del problema que enfrentamos los mexicanos.

Nadie puede, con sinceridad, ignorar que el atraso político es México es mayor al que nos atrevemos a asumir, más allá de qué partidos o candidatos sean los ganadores, porque con ellos todos salimos derrotados. Y todavía hay quienes se preguntan por qué los ciudadanos, y no los aparatos partidistas, no salen a votar.

Apuntes

“Gana el PAN en Michoacán o me retiro de la política”,(jaaaaaaaaaaa, si como no!!, que se retire¡, que se retire¡) se comprometió, muy decidido, Germán Martínez Cázares, el candidato de unidad a la presidencia nacional del PAN. Fue a principios de octubre, en su primera visita a ese estado para apoyar a Salvador López Orduña, el candidato de ese partido que enfrentó al perredista Leonel Godoy, según la columna “Arsenal”, de Francisco Garfias, fechada el 5 de octubre… Si tiene palabra, Martínez Cázares abdicará de presidir su partido, pero --claro-- es posible anticipar que se hará el desentendido... Mario Marín está feliz: puede ufanarse de que la impunidad arroja buenas ganancias. Igualito que Ulises Ruiz, cada uno con su Congreso controlado. ¿Juicio político? ¡Qué tontería!... A principios de la campaña en Puebla capital, con casi 20 puntos de ventaja sobre el PRI, el PAN se ufanaba que la alcaldía la ganaba “hasta un burro”. Y Bernardo Ardavín, jefe general de El Yunque, impuso como candidato a su socio empresarial, Antonio Sánchez Díaz de Rivera, quien fue derrotado dos a uno…