LA CORRUPCION Y DETERIORO DEL PAN(YUNQUE)
José Fernández Santillán
23 de octubre de 2007
En un artículo publicado en febrero de 1981 (La Nación, No. 1577), Carlos Castillo Peraza hizo un diagnóstico del país que parece haber sido escrito hoy: “Los síntomas del deterioro nacional se multiplican. Marginación, desintegración social, capacidad del régimen para convencer a los mexicanos de la inutilidad de la acción política, difusión de una cultura de la corrupción que se manifiesta en el divorcio creciente entre palabras y hechos”.
La actualidad de esta afirmación constituye una admonición para todos nosotros y, en especial, para los miembros del PAN en momentos en que, efectivamente, el país registra una grave descomposición que se refleja, entre otros aspectos, en un flujo migratorio incesante hacia la frontera norte, el desempleo y la presencia del crimen organizado.
Castillo Peraza no alcanzó a ver el ascenso del PAN al poder; murió el 8 de septiembre de 2000, pero seguramente hubiera repetido uno a uno los conceptos dichos en contra de la corrupción y que hoy tiene como protagonista principal a Vicente Fox, su acérrimo enemigo dentro de las filas del partido fundado por Manuel Gómez Morín.
Carlos, “filósofo militante”, puso la voz de alerta para no caer en un tipo de política restringida a la lucha electoral y a la “estrecha conquista del poder” que hoy parece engolosinar a los que fueron sus seguidores. Para él la política debe ser entendida como un medio para llevar a cabo los cambios que necesita el país; debía ser una reconstrucción social para arrancarle “al poder oligárquico las concesiones que éste no hará por iniciativa propia”. Son expresiones que, igualmente, podrán incomodar a más de uno en virtud de que los gobiernos panistas, en sentido opuesto a lo que fue su motivación original, parecen haber establecido una nueva vinculación con los poderes enquistados en el vértice de la pirámide.
Este político yucateco fue un visionario que advirtió el peligro en el que se podría caer si no se tenían bien ancladas las convicciones. En ese artículo poco más adelante escribe: “Hacer política hoy, en México, equivale a poder caer en el juego de un sistema que, mientras exista, siempre podrá absorber, corromper, cooptar y mediatizar”. Cada quien juzgue si estos términos se aplican o no a la realidad actual.
Ahora que se le ha reconocido post mortem al entregarle, en manos de su viuda, Julieta López Morales, la medalla Belisario Domínguez, debemos evitar lo que él rechazó permanentemente: el culto a la personalidad o la remembranza fácil sin asumir los contenidos de su pensamiento. Lo que procede es recuperar sus ideas para calibrar qué tanto sus simpatizantes se han acercado o alejado de sus posturas. Desde esa perspectiva, una de las cosas que más aborreció fue “la labor propagandista a favor del miedo”, a lo que permanentemente se enfrentó cuando se decía, entre otros subterfugios, que si Acción Nacional tomaba el poder sobrevendría la debacle económica.
Para Carlos, la democracia no era un peligro, sino una oportunidad para institucionalizar el diálogo y renovar a los gobernantes tal como lo escribió en Disiento (Plaza y Janés, 1996). Lo peor, según consideraba, era que la democracia fuera degradada a juego de estrategias sin resultados concretos.
23 de octubre de 2007
En un artículo publicado en febrero de 1981 (La Nación, No. 1577), Carlos Castillo Peraza hizo un diagnóstico del país que parece haber sido escrito hoy: “Los síntomas del deterioro nacional se multiplican. Marginación, desintegración social, capacidad del régimen para convencer a los mexicanos de la inutilidad de la acción política, difusión de una cultura de la corrupción que se manifiesta en el divorcio creciente entre palabras y hechos”.
La actualidad de esta afirmación constituye una admonición para todos nosotros y, en especial, para los miembros del PAN en momentos en que, efectivamente, el país registra una grave descomposición que se refleja, entre otros aspectos, en un flujo migratorio incesante hacia la frontera norte, el desempleo y la presencia del crimen organizado.
Castillo Peraza no alcanzó a ver el ascenso del PAN al poder; murió el 8 de septiembre de 2000, pero seguramente hubiera repetido uno a uno los conceptos dichos en contra de la corrupción y que hoy tiene como protagonista principal a Vicente Fox, su acérrimo enemigo dentro de las filas del partido fundado por Manuel Gómez Morín.
Carlos, “filósofo militante”, puso la voz de alerta para no caer en un tipo de política restringida a la lucha electoral y a la “estrecha conquista del poder” que hoy parece engolosinar a los que fueron sus seguidores. Para él la política debe ser entendida como un medio para llevar a cabo los cambios que necesita el país; debía ser una reconstrucción social para arrancarle “al poder oligárquico las concesiones que éste no hará por iniciativa propia”. Son expresiones que, igualmente, podrán incomodar a más de uno en virtud de que los gobiernos panistas, en sentido opuesto a lo que fue su motivación original, parecen haber establecido una nueva vinculación con los poderes enquistados en el vértice de la pirámide.
Este político yucateco fue un visionario que advirtió el peligro en el que se podría caer si no se tenían bien ancladas las convicciones. En ese artículo poco más adelante escribe: “Hacer política hoy, en México, equivale a poder caer en el juego de un sistema que, mientras exista, siempre podrá absorber, corromper, cooptar y mediatizar”. Cada quien juzgue si estos términos se aplican o no a la realidad actual.
Ahora que se le ha reconocido post mortem al entregarle, en manos de su viuda, Julieta López Morales, la medalla Belisario Domínguez, debemos evitar lo que él rechazó permanentemente: el culto a la personalidad o la remembranza fácil sin asumir los contenidos de su pensamiento. Lo que procede es recuperar sus ideas para calibrar qué tanto sus simpatizantes se han acercado o alejado de sus posturas. Desde esa perspectiva, una de las cosas que más aborreció fue “la labor propagandista a favor del miedo”, a lo que permanentemente se enfrentó cuando se decía, entre otros subterfugios, que si Acción Nacional tomaba el poder sobrevendría la debacle económica.
Para Carlos, la democracia no era un peligro, sino una oportunidad para institucionalizar el diálogo y renovar a los gobernantes tal como lo escribió en Disiento (Plaza y Janés, 1996). Lo peor, según consideraba, era que la democracia fuera degradada a juego de estrategias sin resultados concretos.