FOX, El fin de un IMPOSTOR
Álvaro delgado
México, D.F., 22 de octubre (apro).- La imagen es grotesca y categórica en su significado: una horda sin aprecio por la obra de un artista ata una soga al cuello del monigote de bronce y lo echa abajo, con furia, exhibiendo su oquedad en el brazo cercenado cuyos dedos hacen la “V” de la victoria.
Una mujer, de ostensible obesidad y piel morena, sin duda veracruzana, posa con orgullo: coloca su pierna derecha sobre la larga escultura derribada del pedestal, que apenas unas horas antes había sido develada como homenaje a quien fue, en lo formal, jefe de las instituciones de México.
Otros participantes en el acto de catarsis brincan sobre la estructura hueca, trabajada por el escultor Bernardo Ruiz: saltan sobre ella, le arrojan agua con cubetas, escupen y hacen toda suerte de escarnios.
Todos manifiestan, a su modo, la venganza.
No hay civilidad en la destrucción de la obra, producto del trabajo de un artista, porque --a pesar de que se niegue-- prevalecen en México agravios y traiciones.
Ese es el caso de Vicente Fox, homenajeado a través de una estatua por los panistas de Boca del Río, Veracruz, el único bastión que le queda al Partido Acción Nacional (PAN) en ese estado y que fue retenido, por si había alguna duda, gracias a Elba Esther Gordillo, mariscal del panismo en todo el país.
Ahí quedó Fox, figura hueca, como siempre lo fue y lo seguirá siendo.
El ranchero ladino que se montó en la indignación social por décadas de priismo, del que fue continuador, y cobró dividendos más allá de los legales. Un presidente corrupto más.
Fox siempre fue un impostor y lo sigue siendo: se decía un empresario exitoso y su sello en este ámbito fue siempre la mediocridad, hasta que encontró la manera de garantizar su futuro, una vez que el voto de ciudadanos esperanzados de que algo cambiaría para bien lo llevaron a la Presidencia de la República.
Dice él, mediocre conferencista de superación personal y escritor que ha pergeñado más libros de los que ha leído, que es el prototipo de la integridad personal y política, pero las huellas del dolo existen en sus propias declaraciones patrimoniales, las de su sexenio presidencial, pero sobre todo como gobernador de Guanajuato.
Los datos dados a conocer por Fox desde que asumió la gubernatura, en 1995, después del largo interinato de cuatro años de Carlos Medina Plascencia que inauguró un pacto de largo aliento del PAN con Carlos Salinas, revelan su quiebra económica y representan una de las pruebas de que es un impostor.
Veamos: ese año, 1995, Fox vivía sólo de lo que le dejaba una mediocre empresa familiar, El Cerrito, y su triunfo le garantizó ingresos del erario guanajuatense hasta que, en 1999, solicitó licencia para ser candidato presidencial del PAN, al que llegó literalmente sin un centavo en el bolsillo. De hecho, vivía de prestado.
Y esto no lo dice Lino Korrodi, el operador financiero durante la campaña del 2000, sino que lo revelan las declaraciones patrimoniales de Fox: en la primera, por ejemplo, la correspondiente al segundo semestre de 1995, sus recursos eran más bien modestos.
Tenía en el banco 325 mil pesos en total, producto de su sueldo de 198 mil pesos (de julio a diciembre), 124 mil 975 pesos por su participación en empresas de las que dijo ser socio (y que no identificó), mil más por la venta de una vaca y mil 165 por el retiro de cuentas canceladas.
Sus gastos, ese año –que luego lo rebasaron--, consumieron más de la mitad de sus ingresos: un total de 122 mil pesos por 29 mil 974 pesos de hipoteca, 15 mil 422 por varios créditos con sus tarjetas de crédito y préstamo, así como colegiaturas, gastos médicos. Sólo pudo dejar en el banco 203 mil pesos.
En 1996 comenzó la debacle de las finanzas de Fox y sus gastos consumieron casi la totalidad de sus ingresos: recibió un total de un millón 133 mil 688 pesos y sus gastos fueron de 874 mil 737. Sólo le quedaron en el banco 285 mil 951 pesos.
El año siguiente fue crítico: Fox tuvo ingresos por un millón 415 mil 150 pesos y sus gastos ascendieron a un millón 69 mil pesos, por lo que se quedó sólo con 345 mil pesos.
Y los dos años siguientes, 1998 y 1999, sus finanzas se fueron a pique:
En el primer año, los ingresos de Fox fueron menores a los del año anterior y hasta tuvo que pedir un préstamo por 239 mil 227 pesos para “salir tablas”, y se vio obligado a retirar ahorros por 446 mil pesos. Todo lo que recibió, incluido el crédito, lo gastó: ni un centavo menos.
Para 1999 se repitió la historia: una vez más sus ingresos fueron iguales a los egresos: un millón 284 mil 702 pesos.
Aparte de su sueldo como gobernador, que sumó en el año 847 mil pesos, obtuvo 57 mil pesos por rentas, regalías, intereses y dividendos, y 237 mil por venta de acciones y retiro de valores. Y tuvo que pedir otro préstamo, éste por 142 mil pesos, para salir otra vez tablas en sus egresos.
Pero, además, el año anterior a la elección del 2000, Fox tuvo que pagar 143 mil pesos por adeudos hipotecarios y personales, todo conforme a las declaraciones patrimoniales que él hizo públicas.
Fue así como llegó a la campaña por la Presidencia de la República: quebrado.
Pero resulta que, sin tener empleo ni mayores dividendos de las empresas de las que dijo ser accionista, al asumir la Presidencia de la República era un hombre con recursos económicos: tenía una inversión bancaria por 854 mil pesos y fondos de inversión en un fideicomiso, que no identificó, por un millón 797 mil pesos. En total, 2 millones 652 mil pesos.
Hay que subrayar que tenía apenas un mes como presidente de la República y su sueldo era de 146 mil pesos y obtuvo apenas 60 mil pesos como accionista de El Cerrito.
¿Qué pasó? Fox jamás lo ha explicado.
Tampoco puede explicar la riqueza que acumuló como jefe del Ejecutivo, aun cuando las evidencias aparezcan en sus propias declaraciones patrimoniales.
Es obvio, Fox fue siempre --y lo seguirá siendo-- un impostor, esos que terminan repudiados por las calles, como Carlos Salinas, y como lo será también Felipe Calderón.
México, D.F., 22 de octubre (apro).- La imagen es grotesca y categórica en su significado: una horda sin aprecio por la obra de un artista ata una soga al cuello del monigote de bronce y lo echa abajo, con furia, exhibiendo su oquedad en el brazo cercenado cuyos dedos hacen la “V” de la victoria.
Una mujer, de ostensible obesidad y piel morena, sin duda veracruzana, posa con orgullo: coloca su pierna derecha sobre la larga escultura derribada del pedestal, que apenas unas horas antes había sido develada como homenaje a quien fue, en lo formal, jefe de las instituciones de México.
Otros participantes en el acto de catarsis brincan sobre la estructura hueca, trabajada por el escultor Bernardo Ruiz: saltan sobre ella, le arrojan agua con cubetas, escupen y hacen toda suerte de escarnios.
Todos manifiestan, a su modo, la venganza.
No hay civilidad en la destrucción de la obra, producto del trabajo de un artista, porque --a pesar de que se niegue-- prevalecen en México agravios y traiciones.
Ese es el caso de Vicente Fox, homenajeado a través de una estatua por los panistas de Boca del Río, Veracruz, el único bastión que le queda al Partido Acción Nacional (PAN) en ese estado y que fue retenido, por si había alguna duda, gracias a Elba Esther Gordillo, mariscal del panismo en todo el país.
Ahí quedó Fox, figura hueca, como siempre lo fue y lo seguirá siendo.
El ranchero ladino que se montó en la indignación social por décadas de priismo, del que fue continuador, y cobró dividendos más allá de los legales. Un presidente corrupto más.
Fox siempre fue un impostor y lo sigue siendo: se decía un empresario exitoso y su sello en este ámbito fue siempre la mediocridad, hasta que encontró la manera de garantizar su futuro, una vez que el voto de ciudadanos esperanzados de que algo cambiaría para bien lo llevaron a la Presidencia de la República.
Dice él, mediocre conferencista de superación personal y escritor que ha pergeñado más libros de los que ha leído, que es el prototipo de la integridad personal y política, pero las huellas del dolo existen en sus propias declaraciones patrimoniales, las de su sexenio presidencial, pero sobre todo como gobernador de Guanajuato.
Los datos dados a conocer por Fox desde que asumió la gubernatura, en 1995, después del largo interinato de cuatro años de Carlos Medina Plascencia que inauguró un pacto de largo aliento del PAN con Carlos Salinas, revelan su quiebra económica y representan una de las pruebas de que es un impostor.
Veamos: ese año, 1995, Fox vivía sólo de lo que le dejaba una mediocre empresa familiar, El Cerrito, y su triunfo le garantizó ingresos del erario guanajuatense hasta que, en 1999, solicitó licencia para ser candidato presidencial del PAN, al que llegó literalmente sin un centavo en el bolsillo. De hecho, vivía de prestado.
Y esto no lo dice Lino Korrodi, el operador financiero durante la campaña del 2000, sino que lo revelan las declaraciones patrimoniales de Fox: en la primera, por ejemplo, la correspondiente al segundo semestre de 1995, sus recursos eran más bien modestos.
Tenía en el banco 325 mil pesos en total, producto de su sueldo de 198 mil pesos (de julio a diciembre), 124 mil 975 pesos por su participación en empresas de las que dijo ser socio (y que no identificó), mil más por la venta de una vaca y mil 165 por el retiro de cuentas canceladas.
Sus gastos, ese año –que luego lo rebasaron--, consumieron más de la mitad de sus ingresos: un total de 122 mil pesos por 29 mil 974 pesos de hipoteca, 15 mil 422 por varios créditos con sus tarjetas de crédito y préstamo, así como colegiaturas, gastos médicos. Sólo pudo dejar en el banco 203 mil pesos.
En 1996 comenzó la debacle de las finanzas de Fox y sus gastos consumieron casi la totalidad de sus ingresos: recibió un total de un millón 133 mil 688 pesos y sus gastos fueron de 874 mil 737. Sólo le quedaron en el banco 285 mil 951 pesos.
El año siguiente fue crítico: Fox tuvo ingresos por un millón 415 mil 150 pesos y sus gastos ascendieron a un millón 69 mil pesos, por lo que se quedó sólo con 345 mil pesos.
Y los dos años siguientes, 1998 y 1999, sus finanzas se fueron a pique:
En el primer año, los ingresos de Fox fueron menores a los del año anterior y hasta tuvo que pedir un préstamo por 239 mil 227 pesos para “salir tablas”, y se vio obligado a retirar ahorros por 446 mil pesos. Todo lo que recibió, incluido el crédito, lo gastó: ni un centavo menos.
Para 1999 se repitió la historia: una vez más sus ingresos fueron iguales a los egresos: un millón 284 mil 702 pesos.
Aparte de su sueldo como gobernador, que sumó en el año 847 mil pesos, obtuvo 57 mil pesos por rentas, regalías, intereses y dividendos, y 237 mil por venta de acciones y retiro de valores. Y tuvo que pedir otro préstamo, éste por 142 mil pesos, para salir otra vez tablas en sus egresos.
Pero, además, el año anterior a la elección del 2000, Fox tuvo que pagar 143 mil pesos por adeudos hipotecarios y personales, todo conforme a las declaraciones patrimoniales que él hizo públicas.
Fue así como llegó a la campaña por la Presidencia de la República: quebrado.
Pero resulta que, sin tener empleo ni mayores dividendos de las empresas de las que dijo ser accionista, al asumir la Presidencia de la República era un hombre con recursos económicos: tenía una inversión bancaria por 854 mil pesos y fondos de inversión en un fideicomiso, que no identificó, por un millón 797 mil pesos. En total, 2 millones 652 mil pesos.
Hay que subrayar que tenía apenas un mes como presidente de la República y su sueldo era de 146 mil pesos y obtuvo apenas 60 mil pesos como accionista de El Cerrito.
¿Qué pasó? Fox jamás lo ha explicado.
Tampoco puede explicar la riqueza que acumuló como jefe del Ejecutivo, aun cuando las evidencias aparezcan en sus propias declaraciones patrimoniales.
Es obvio, Fox fue siempre --y lo seguirá siendo-- un impostor, esos que terminan repudiados por las calles, como Carlos Salinas, y como lo será también Felipe Calderón.