DESAFIO
Rafael Loret de Mola
* Mentiras Sostenidas
* Culpables Intocables
* Ausencia de Derecho
El Estado de Derecho no se construye en dos meses así como no es posible desterrar la violencia y la simulación política en tan corto lapso. Menos cuando se insiste en uno de los más serios errores de cálculo de los diseñadores del destino nacional: seguir creyendo posible edificar sobre los cimientos podridos, las ruinas diríamos, de las administraciones antecesoras caracterizadas por su corrupción e ineficacia galopantes. Cualquier arquitecto podría decirles que sin una base firme, libre de estructuras carcomidas, el colapso será inevitable tarde o temprano. Las instituciones públicas no están exentas del análisis.
Durante el prolongado periodo poselectoral algunos de los actores principales, cernidos a la continuidad, insistieron en la relevancia institucional como único verdadero sostén del país y su destino. Esto es, la estabilidad sólo podría alcanzarse si todas las corrientes de opinión acataban, sin chistar, los resolutivos institucionales, específicamente en materia electoral, como si los perentorios funcionarios que los determinaban fueran infalibles por el solo hecho de pertenecer a un organismo, o a un instituto considerado incorruptible per se. Esto es tanto como argüir que lo material se impone a las veleidades humanas.
De este punto se partió para hacer crecer algunas de las más graves mentiras sobre los acontecimientos recientes. La primera, la obcecada idea de que sólo la continuidad provee de garantías suficientes para a estabilidad cuando quienes la exaltan no parecen capaces de reducir la crispación social aun cuando el cansancio parece dominar el ánimo general. Para colmo, las inducciones tendenciosas no son suficientes para asegurar la consolidación de un liderazgo nacional que no esté atenido a los meros usos semánticos ni a la visión parcial, por lo general maniquea, de cada grupo.
Hace unos días un joven profesional me preguntó cuál habría sido mi postura acerca de la legitimidad política que sólo debe basarse en la certidumbre mayoritaria en caso de una decisión del Tribunal Electoral a favor de la izquierda y su abanderado. Le respondí que, en tal caso, basado en un hecho incontrovertible, esto es el insondable 35 por ciento de votos a favor de cada una de las causas polarizadas, habría argüido lo mismo: el mandatario, situado en el otro extremo, no tendría fuerza representativa suficiente para formar gobierno legítimo al contrariarse el pronunciamiento del 65 por ciento de votantes restante.
Lo dije en su momento: lo único saludable hubiera sido, además por la evidencia de alevosas intromisiones que afectaron la contienda, la anulación de los comicios, la instalación de un mandatario interino y la posterior convocatoria a nuevas elecciones a falta de una segunda vuelta que, desde luego, habría posibilitado el encuentro de dos fuerzas bipolares en busca del aval de, cuando menos, la mitad más uno de los votantes. Sólo así podría registrarse un verdadero avance democrático sobre los mil discursos en pro de las simulaciones, los males necesarios y la comprometida estabilidad continuista.
Y es en este punto en el que seguimos atrapados por la ausencia de juicios solventes sobre los grandes predadores y, sobre todo, por le mantenimiento de la impunidad como fórmula para asegurar la “paz social” apostándole a la claudicación cívica sea por hastío o por efecto de las decantadas inducciones desde el poder basadas en el maridaje amoral con las empresas informativas cómplices. En este punto se concentran todos los vicios.
Debate
La conflictiva arranca, claro, porque se han dejado sueltos los hilos tenebrosos que llevan a los grandes responsables de la crispación política fundamentada en el mal olor de las decisiones “institucionales” respecto a los comicios federales de 2006: Vicente Fox, el mandatario sin carácter que dejó hacer cuanto quiso a su consorte, y Elba Esther Gordillo, la todavía intocable “maestra” que hizo de la estructura gremial el mejor valladar contra la expresión de la voluntad ciudadana. El tercer factor fue, sin duda, la malhadada intervención del sector patronal –no todos los empresarios cabe subrayar sino algunos de sus dirigentes con mayor capacidad operativa-, para enlodar, manipulando alevosamente a los ingenuos y desinformados, a uno de los aspirantes.
Mientras prevalezca la idea de que tales factores no fueron “determinantes” para alterar el rumbo político seguiremos entrampados dentro de las simulaciones mayores, atenidos a las mentiras recurrentes y no a la búsqueda de un liderazgo auténtico, y por tanto representativo. ¿Cuáles podrían ser las consecuencias? Gravísimas. Nada menos el finiquito del poder presidencial como factor de aglutinamiento y la ausencia de opciones para formar gobierno antes de caer en las procelosas aguas de la anarquía. Esto es: superada la etapa presidencialista no se avanza en pro del parlamentarismo. Estamos, insisto, en punto muerto.
Otra cosa hubiera sido –pero los hubiera no existen-, con un régimen interino que contrajera la responsabilidad, como prioridad mayor, de crear nuevas condiciones efectivas para la recuperación de la voluntad mayoritaria. De haberse dado esta posibilidad no estaríamos ante una perspectiva en la que se pretende simular la fuerza de la “institución presidencial” a costa de ceremonias, poses y fotografías que, al paso de los días, resultan tan insulsas como circunstanciales porque, digámoslo claramente, el presidente en funciones no crece... salvo en las consabidas encuestas que revelan, más bien, el desgaste tremendo de la resistencia sin piso ni techo ni horizontes claros.
Hay quienes aseguran que el avance de Calderón debe medirse con los puntos porcentuales que marcan la aprobación ciudadana y ya rebasan el 60 por ciento. No lo creo porque también a Fox se le privilegió, a su salida, con un porcentaje similar y no parece tener, sesenta y un días después, defensa histórica posible. Vamos, ni siquiera los panistas de cepa se proponen como defensores de esta causa obviamente perdida.
El Reto
En el otro extremo, el de la oposición intransigente, también se acumulan mentiras. Por ejemplo, Andrés Manuel López Obrador –quien no puede asumirse “legítimo” aunque así lo hubieran exaltado en un apretado mitin de incondicionales como si “todos los mexicanos” fueran únicamente sus apoyadores-, insiste en ser víctima de un “cerco informativo” porque él decidió, me consta, rechazar las entrevistas incómodas que pudieran comprometer la autenticidad de su movimiento. Acude, como lo hizo el “subcomandante Marcos” cuando todavía contaba con alguna credibilidad, ante los informadores que han obrado parcialmente a su favor negándose a sí mismos.
¿Qué ha sucedido con Andrés Manuel? Como en México el sistema no alcanza para situar al líder de la oposición como contrapeso real, institucional, tal y como sucede con los regímenes parlamentarios en donde el jefe del gobierno y quien le disputó el cargo se sientan todos los días a debatir ante las Cortes, tenemos en la calle a un desgastado merolico que repite las mismas cantaletas y aúlla por el dolor que le causa haberse quedado en la orilla, en parte por la parafernalia oficial en concurso pero también por sus propios y graves errores de cálculo que no ha sido capaz de reconocer como muestra de la humildad con la que se proclama adalid de los pobres.
Las mentiras, en fin, acaban por exhibir a los farsantes. En un bando y otro. Pobres de los mexicanos.
La Anécdota
Cuando le preguntaron al titular del Ejecutivo federal en funciones sobre los daños que devienen del narcotráfico contra la estabilidad del país, respondió con vehemencia:
--Lo que desalienta las inversiones es la falta de seguridad, la falta de vigencia de ley, la ausencia de un Estado de Derecho.
¿Fue éste un reconocimiento velado a la solvencia efectiva de la narcoeconomía en la estructura del país?¿O la confirmación de que heredó del foxismo una dolorosa perspectiva en la que la ausencia del Estado de Derecho deviene de los tantos espacios vacíos dejados por su antecesor, beneficiario hoy de la impunidad?
Cualquiera que sea el sentido que pretenda darse a las “palabras mayores” no queda duda de la compleja postura de un régimen que insiste en sostener, semánticamente, que en 61 días llegó el derecho, se atajó la tendencia hacia la violencia y comenzó el imperio de la ley. Contra la utopía basta la realidad.
* Mentiras Sostenidas
* Culpables Intocables
* Ausencia de Derecho
El Estado de Derecho no se construye en dos meses así como no es posible desterrar la violencia y la simulación política en tan corto lapso. Menos cuando se insiste en uno de los más serios errores de cálculo de los diseñadores del destino nacional: seguir creyendo posible edificar sobre los cimientos podridos, las ruinas diríamos, de las administraciones antecesoras caracterizadas por su corrupción e ineficacia galopantes. Cualquier arquitecto podría decirles que sin una base firme, libre de estructuras carcomidas, el colapso será inevitable tarde o temprano. Las instituciones públicas no están exentas del análisis.
Durante el prolongado periodo poselectoral algunos de los actores principales, cernidos a la continuidad, insistieron en la relevancia institucional como único verdadero sostén del país y su destino. Esto es, la estabilidad sólo podría alcanzarse si todas las corrientes de opinión acataban, sin chistar, los resolutivos institucionales, específicamente en materia electoral, como si los perentorios funcionarios que los determinaban fueran infalibles por el solo hecho de pertenecer a un organismo, o a un instituto considerado incorruptible per se. Esto es tanto como argüir que lo material se impone a las veleidades humanas.
De este punto se partió para hacer crecer algunas de las más graves mentiras sobre los acontecimientos recientes. La primera, la obcecada idea de que sólo la continuidad provee de garantías suficientes para a estabilidad cuando quienes la exaltan no parecen capaces de reducir la crispación social aun cuando el cansancio parece dominar el ánimo general. Para colmo, las inducciones tendenciosas no son suficientes para asegurar la consolidación de un liderazgo nacional que no esté atenido a los meros usos semánticos ni a la visión parcial, por lo general maniquea, de cada grupo.
Hace unos días un joven profesional me preguntó cuál habría sido mi postura acerca de la legitimidad política que sólo debe basarse en la certidumbre mayoritaria en caso de una decisión del Tribunal Electoral a favor de la izquierda y su abanderado. Le respondí que, en tal caso, basado en un hecho incontrovertible, esto es el insondable 35 por ciento de votos a favor de cada una de las causas polarizadas, habría argüido lo mismo: el mandatario, situado en el otro extremo, no tendría fuerza representativa suficiente para formar gobierno legítimo al contrariarse el pronunciamiento del 65 por ciento de votantes restante.
Lo dije en su momento: lo único saludable hubiera sido, además por la evidencia de alevosas intromisiones que afectaron la contienda, la anulación de los comicios, la instalación de un mandatario interino y la posterior convocatoria a nuevas elecciones a falta de una segunda vuelta que, desde luego, habría posibilitado el encuentro de dos fuerzas bipolares en busca del aval de, cuando menos, la mitad más uno de los votantes. Sólo así podría registrarse un verdadero avance democrático sobre los mil discursos en pro de las simulaciones, los males necesarios y la comprometida estabilidad continuista.
Y es en este punto en el que seguimos atrapados por la ausencia de juicios solventes sobre los grandes predadores y, sobre todo, por le mantenimiento de la impunidad como fórmula para asegurar la “paz social” apostándole a la claudicación cívica sea por hastío o por efecto de las decantadas inducciones desde el poder basadas en el maridaje amoral con las empresas informativas cómplices. En este punto se concentran todos los vicios.
Debate
La conflictiva arranca, claro, porque se han dejado sueltos los hilos tenebrosos que llevan a los grandes responsables de la crispación política fundamentada en el mal olor de las decisiones “institucionales” respecto a los comicios federales de 2006: Vicente Fox, el mandatario sin carácter que dejó hacer cuanto quiso a su consorte, y Elba Esther Gordillo, la todavía intocable “maestra” que hizo de la estructura gremial el mejor valladar contra la expresión de la voluntad ciudadana. El tercer factor fue, sin duda, la malhadada intervención del sector patronal –no todos los empresarios cabe subrayar sino algunos de sus dirigentes con mayor capacidad operativa-, para enlodar, manipulando alevosamente a los ingenuos y desinformados, a uno de los aspirantes.
Mientras prevalezca la idea de que tales factores no fueron “determinantes” para alterar el rumbo político seguiremos entrampados dentro de las simulaciones mayores, atenidos a las mentiras recurrentes y no a la búsqueda de un liderazgo auténtico, y por tanto representativo. ¿Cuáles podrían ser las consecuencias? Gravísimas. Nada menos el finiquito del poder presidencial como factor de aglutinamiento y la ausencia de opciones para formar gobierno antes de caer en las procelosas aguas de la anarquía. Esto es: superada la etapa presidencialista no se avanza en pro del parlamentarismo. Estamos, insisto, en punto muerto.
Otra cosa hubiera sido –pero los hubiera no existen-, con un régimen interino que contrajera la responsabilidad, como prioridad mayor, de crear nuevas condiciones efectivas para la recuperación de la voluntad mayoritaria. De haberse dado esta posibilidad no estaríamos ante una perspectiva en la que se pretende simular la fuerza de la “institución presidencial” a costa de ceremonias, poses y fotografías que, al paso de los días, resultan tan insulsas como circunstanciales porque, digámoslo claramente, el presidente en funciones no crece... salvo en las consabidas encuestas que revelan, más bien, el desgaste tremendo de la resistencia sin piso ni techo ni horizontes claros.
Hay quienes aseguran que el avance de Calderón debe medirse con los puntos porcentuales que marcan la aprobación ciudadana y ya rebasan el 60 por ciento. No lo creo porque también a Fox se le privilegió, a su salida, con un porcentaje similar y no parece tener, sesenta y un días después, defensa histórica posible. Vamos, ni siquiera los panistas de cepa se proponen como defensores de esta causa obviamente perdida.
El Reto
En el otro extremo, el de la oposición intransigente, también se acumulan mentiras. Por ejemplo, Andrés Manuel López Obrador –quien no puede asumirse “legítimo” aunque así lo hubieran exaltado en un apretado mitin de incondicionales como si “todos los mexicanos” fueran únicamente sus apoyadores-, insiste en ser víctima de un “cerco informativo” porque él decidió, me consta, rechazar las entrevistas incómodas que pudieran comprometer la autenticidad de su movimiento. Acude, como lo hizo el “subcomandante Marcos” cuando todavía contaba con alguna credibilidad, ante los informadores que han obrado parcialmente a su favor negándose a sí mismos.
¿Qué ha sucedido con Andrés Manuel? Como en México el sistema no alcanza para situar al líder de la oposición como contrapeso real, institucional, tal y como sucede con los regímenes parlamentarios en donde el jefe del gobierno y quien le disputó el cargo se sientan todos los días a debatir ante las Cortes, tenemos en la calle a un desgastado merolico que repite las mismas cantaletas y aúlla por el dolor que le causa haberse quedado en la orilla, en parte por la parafernalia oficial en concurso pero también por sus propios y graves errores de cálculo que no ha sido capaz de reconocer como muestra de la humildad con la que se proclama adalid de los pobres.
Las mentiras, en fin, acaban por exhibir a los farsantes. En un bando y otro. Pobres de los mexicanos.
La Anécdota
Cuando le preguntaron al titular del Ejecutivo federal en funciones sobre los daños que devienen del narcotráfico contra la estabilidad del país, respondió con vehemencia:
--Lo que desalienta las inversiones es la falta de seguridad, la falta de vigencia de ley, la ausencia de un Estado de Derecho.
¿Fue éste un reconocimiento velado a la solvencia efectiva de la narcoeconomía en la estructura del país?¿O la confirmación de que heredó del foxismo una dolorosa perspectiva en la que la ausencia del Estado de Derecho deviene de los tantos espacios vacíos dejados por su antecesor, beneficiario hoy de la impunidad?
Cualquiera que sea el sentido que pretenda darse a las “palabras mayores” no queda duda de la compleja postura de un régimen que insiste en sostener, semánticamente, que en 61 días llegó el derecho, se atajó la tendencia hacia la violencia y comenzó el imperio de la ley. Contra la utopía basta la realidad.