Crisis alimentaria
Mexicanos al hambre
En corto, la tecnocracia tildaba de prehistóricos a quienes pedían mantener los estímulos y subsidios a la producción agrícola; en público, decían que era más barato importar alimentos que producirlos aquí.
Se trataba, como es obvio, de una corta visión estratégica, pero era, sobre todo, una ausencia cabal de cualquier asomo de patriotismo, de preocupación por la gente común, de madre incluso.
Lo cierto es que el campo mexicano quedó abandonado, no tanto por la fuerza laboral, sino por el Estado, que se desentendió de obligaciones básicas, como garantizar una producción suficiente de alimentos y la formación de una reserva capaz de hacer frente a los inevitables periodos de escasez. Acabar con los subsidios se convirtió en un imperativo dictado por el dogma neoliberal (¿alguien sabe dónde anda el Banrural?) y para colmo Salinas de Gortari desmanteló el sistema de almacenamiento de granos.
Tildados de improductivos, abandonados a su suerte, sin financiamiento, sin abonos ni la indispensable mecanización, los campesinos mexicanos eran maliciosamente comparados con sus colegas de Estados Unidos, que contaban con todo. En la desgracia del agro mexicano la tecnocracia tuvo la coartada perfecta para justificar su entreguismo. Pero la historia suele ser una maestra muy rigurosa…
Hoy, cuando se destina a generar combustibles una proporción cada vez mayor de los granos que produce el mundo, los productos agrícolas han quedado fuera del alcance de las mayorías. Si a lo anterior se agrega el efecto de los ciclos climáticos, todo indica que la producción será insuficiente para alimentar al mundo, especialmente a los países pobres.
En México el aceite, el arroz y otros productos han duplicado su precio y el gobierno federal, después de ahogado el niño, quiere tapar el pozo con un grandilocuente plan que incluye la eliminación de impuestos a la importación de trigo, arroz y maíz, y parcialmente de frijol; reducción de 50 por ciento a la entrada de leche en polvo, arancel cero para sorgo y pasta de soya.
Pero se trata de meros paliativos. Para garantizar la autosuficiencia alimentaria se necesita retomar las políticas públicas que fueron repudiadas y desechadas por el neoliberalismo y reasentar a los campesinos en el agro, mediante una amplia política de subsidios y la entrega oportuna de semillas, abonos, tecnología y todo lo que se requiere para producir con éxito. No hacerlo significa lanzar a los mexicanos al hambre, a la desesperación, a la revuelta.
En corto, la tecnocracia tildaba de prehistóricos a quienes pedían mantener los estímulos y subsidios a la producción agrícola; en público, decían que era más barato importar alimentos que producirlos aquí.
Se trataba, como es obvio, de una corta visión estratégica, pero era, sobre todo, una ausencia cabal de cualquier asomo de patriotismo, de preocupación por la gente común, de madre incluso.
Lo cierto es que el campo mexicano quedó abandonado, no tanto por la fuerza laboral, sino por el Estado, que se desentendió de obligaciones básicas, como garantizar una producción suficiente de alimentos y la formación de una reserva capaz de hacer frente a los inevitables periodos de escasez. Acabar con los subsidios se convirtió en un imperativo dictado por el dogma neoliberal (¿alguien sabe dónde anda el Banrural?) y para colmo Salinas de Gortari desmanteló el sistema de almacenamiento de granos.
Tildados de improductivos, abandonados a su suerte, sin financiamiento, sin abonos ni la indispensable mecanización, los campesinos mexicanos eran maliciosamente comparados con sus colegas de Estados Unidos, que contaban con todo. En la desgracia del agro mexicano la tecnocracia tuvo la coartada perfecta para justificar su entreguismo. Pero la historia suele ser una maestra muy rigurosa…
Hoy, cuando se destina a generar combustibles una proporción cada vez mayor de los granos que produce el mundo, los productos agrícolas han quedado fuera del alcance de las mayorías. Si a lo anterior se agrega el efecto de los ciclos climáticos, todo indica que la producción será insuficiente para alimentar al mundo, especialmente a los países pobres.
En México el aceite, el arroz y otros productos han duplicado su precio y el gobierno federal, después de ahogado el niño, quiere tapar el pozo con un grandilocuente plan que incluye la eliminación de impuestos a la importación de trigo, arroz y maíz, y parcialmente de frijol; reducción de 50 por ciento a la entrada de leche en polvo, arancel cero para sorgo y pasta de soya.
Pero se trata de meros paliativos. Para garantizar la autosuficiencia alimentaria se necesita retomar las políticas públicas que fueron repudiadas y desechadas por el neoliberalismo y reasentar a los campesinos en el agro, mediante una amplia política de subsidios y la entrega oportuna de semillas, abonos, tecnología y todo lo que se requiere para producir con éxito. No hacerlo significa lanzar a los mexicanos al hambre, a la desesperación, a la revuelta.