Alimentos devoran
Revista Siempre
Cuando Felipe Calderón asumió el cargo como Presidente de la República, sabía que durante los últimos cinco años, México había destinado 49 mil 500 millones de dólares en importación de alimentos. Sabía también que su antecesor, Vicente Fox, había importado 40 por ciento más de productos agropecuarios que Ernesto Zedillo y utilizado más del 54 por ciento de las divisas obtenidas por venta de petróleo en importación de granos, cereales, carnes, pescados, leche, frutas y hortalizas.
Calderón tenía información sobre los índices que mostraban la grave improductividad del campo mexicano y la creciente y peligrosa dependencia del país en materia alimentaria. Insuficiencia que, de acuerdo a analistas, tiene sus orígenes en los años 70’s, crece en los 80’s y se profundiza durante el sexenio salinista en los 90’s, con la firma del Tratado de Libre Comercio.
La crisis de alimentos que hoy coloca al país en una situación de emergencia ya es, por lo tanto, vieja. Nadie, sin embargo, previó o quiso aceptar que llegaría a ser de una magnitud tal.
La administración calderonista no es responsable de las raíces estructurales del problema, pero sí de no haberlo previsto y de haber llegado al poder sin una estrategia agrícola de mediano y largo plazo, dirigida a revertir la improductividad en el campo y reducir la agobiante dependencia en alimentos que ponen en riesgo, hoy más que nunca, la seguridad nacional.
Al igual que otros gobiernos, Calderón cayó en la trampa neoliberal: creer —como también propone en la reforma energética— que es más fácil y barato importar que producir. A partir de una concepción meramente “eficientista”, pero sin visión de Estado, las autoridades parecen haber llegado a la conclusión de que implica menos esfuerzo importar alimentos que rehacer la cadena productiva y reorganizar el sector campesino mexicano.
El presidente de la Confederación Nacional Campesina, Cruz López Aguilar, lo declaró a Siempre! a principios de año: “Tuvimos un par de reuniones con el Presidente, quien aceptó nuestra propuesta de firmar una especie de acuerdo nacional con la sociedad rural para replantear el capítulo agropecuario del Tratado de Libre Comercio, un convenio de competitividad y un programa de empleo especial en zonas marginadas… A estas alturas no tenemos ningún resultado”.
Y no hay resultado alguno porque, según el mismo dirigente, ninguno de los secretarios a los cuales se les dio la orden, hicieron caso de la disposición presidencial.
El plan de emergencia, presentado por el Ejecutivo federal para atenuar el impacto que tendrán los altos precios de los alimentos, tiene preocupados a muchos. Sobre todo, porque el llamado plan se convertirá en un salvaje devorador de remesas y de excedentes petroleros.
Importar alimentos en forma masiva, como lo propone el gobierno, significa dejar al país sin recursos para la inversión y el desarrollo. Sin embargo, no hay más remedio. O se importa o quién sabe lo que pueda suceder.
Cifras actuales denuncian lo siguiente: México importó el año pasado de Estados Unidos casi 10 mil millones de dólares en productos agropecuarios, cifra que equivale a las exportaciones petroleras realizadas en el mismo lapso. ¿Qué sucederá ahora cuando los alimentos con todo y eliminación de aranceles cuesten más?
El director del Fondo de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, Jacques Diouf, criticó recientemente las políticas que han reducido a la mitad la asistencia al desarrollo del campo y advirtió que la crisis alimentaria amenaza seriamente la estabilidad mundial. Si los gobernantes no adoptan medidas urgentes habrá una cadena de estallidos sociales.
Durante los últimos días, la economía nacional ha entrado, por lo antes expuesto, en el terreno de los círculos perversos. El elevado subsidio a la gasolina —también importada por falta de producción nacional— forma parte fundamental de las trampas impuestas al crecimiento del país. Como lo advierte Alan Greenspan en su libro más reciente: la economía ha entrado en aguas turbulentas, lo que exige, necesariamente, una mejor forma de hacer política.
Hasta hoy el gobierno calderonista ha sido poco incluyente. Tal vez ha llegado la hora de abrir las puertas de Los Pinos a la negociación.
Cuando Felipe Calderón asumió el cargo como Presidente de la República, sabía que durante los últimos cinco años, México había destinado 49 mil 500 millones de dólares en importación de alimentos. Sabía también que su antecesor, Vicente Fox, había importado 40 por ciento más de productos agropecuarios que Ernesto Zedillo y utilizado más del 54 por ciento de las divisas obtenidas por venta de petróleo en importación de granos, cereales, carnes, pescados, leche, frutas y hortalizas.
Calderón tenía información sobre los índices que mostraban la grave improductividad del campo mexicano y la creciente y peligrosa dependencia del país en materia alimentaria. Insuficiencia que, de acuerdo a analistas, tiene sus orígenes en los años 70’s, crece en los 80’s y se profundiza durante el sexenio salinista en los 90’s, con la firma del Tratado de Libre Comercio.
La crisis de alimentos que hoy coloca al país en una situación de emergencia ya es, por lo tanto, vieja. Nadie, sin embargo, previó o quiso aceptar que llegaría a ser de una magnitud tal.
La administración calderonista no es responsable de las raíces estructurales del problema, pero sí de no haberlo previsto y de haber llegado al poder sin una estrategia agrícola de mediano y largo plazo, dirigida a revertir la improductividad en el campo y reducir la agobiante dependencia en alimentos que ponen en riesgo, hoy más que nunca, la seguridad nacional.
Al igual que otros gobiernos, Calderón cayó en la trampa neoliberal: creer —como también propone en la reforma energética— que es más fácil y barato importar que producir. A partir de una concepción meramente “eficientista”, pero sin visión de Estado, las autoridades parecen haber llegado a la conclusión de que implica menos esfuerzo importar alimentos que rehacer la cadena productiva y reorganizar el sector campesino mexicano.
El presidente de la Confederación Nacional Campesina, Cruz López Aguilar, lo declaró a Siempre! a principios de año: “Tuvimos un par de reuniones con el Presidente, quien aceptó nuestra propuesta de firmar una especie de acuerdo nacional con la sociedad rural para replantear el capítulo agropecuario del Tratado de Libre Comercio, un convenio de competitividad y un programa de empleo especial en zonas marginadas… A estas alturas no tenemos ningún resultado”.
Y no hay resultado alguno porque, según el mismo dirigente, ninguno de los secretarios a los cuales se les dio la orden, hicieron caso de la disposición presidencial.
El plan de emergencia, presentado por el Ejecutivo federal para atenuar el impacto que tendrán los altos precios de los alimentos, tiene preocupados a muchos. Sobre todo, porque el llamado plan se convertirá en un salvaje devorador de remesas y de excedentes petroleros.
Importar alimentos en forma masiva, como lo propone el gobierno, significa dejar al país sin recursos para la inversión y el desarrollo. Sin embargo, no hay más remedio. O se importa o quién sabe lo que pueda suceder.
Cifras actuales denuncian lo siguiente: México importó el año pasado de Estados Unidos casi 10 mil millones de dólares en productos agropecuarios, cifra que equivale a las exportaciones petroleras realizadas en el mismo lapso. ¿Qué sucederá ahora cuando los alimentos con todo y eliminación de aranceles cuesten más?
El director del Fondo de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, Jacques Diouf, criticó recientemente las políticas que han reducido a la mitad la asistencia al desarrollo del campo y advirtió que la crisis alimentaria amenaza seriamente la estabilidad mundial. Si los gobernantes no adoptan medidas urgentes habrá una cadena de estallidos sociales.
Durante los últimos días, la economía nacional ha entrado, por lo antes expuesto, en el terreno de los círculos perversos. El elevado subsidio a la gasolina —también importada por falta de producción nacional— forma parte fundamental de las trampas impuestas al crecimiento del país. Como lo advierte Alan Greenspan en su libro más reciente: la economía ha entrado en aguas turbulentas, lo que exige, necesariamente, una mejor forma de hacer política.
Hasta hoy el gobierno calderonista ha sido poco incluyente. Tal vez ha llegado la hora de abrir las puertas de Los Pinos a la negociación.