Carlos Salinas y Felipe Calderón, la misma historia
Martí Batres Guadarrama
En 1988 Carlos Salinas de Gortari llegó al gobierno federal a través de un fraude electoral. Se despojó así a Cuauhtémoc Cárdenas del triunfo que obtuvo en las urnas. A partir de ese momento el movimiento que apoyó al ingeniero se negó a darle calidad de Presidente a Carlos Salinas. Se trataba de una cuestión política que tuvo su expresión en una conducta que en aquel entonces se le llamó “intransigencia democrática”. Salinas despachaba en Los Pinos y en Palacio Nacional, hacía nombramientos, controlaba férreamente el gobierno e incluso a los otros dos poderes. Tenía trato con todos los gobiernos del mundo, incluidos aquellos que se autodenominaban democráticos o socialistas. Pero el ingeniero Cárdenas nunca lo llamó Presidente. Siempre se dirigió a él como el señor Salinas o en el mejor de los casos como el licenciado Carlos Salinas de Gortari.
Éste combatió sin cuartel al ingeniero y al perredismo. Destinó el periódico oficial para atacarlo a diario. Persiguió y mató a cientos de perredistas. Después de las elecciones de 1994 creyó haberlo aniquilado políticamente.
No obstante, después del llamado “error de diciembre”, la imagen de triunfador de Salinas se hizo añicos. La gente repetía como estribillo: “Cuauhtémoc tenía razón, Salinas era un ladrón”. Este fue uno de los factores fundamentales que llevarían a Cárdenas a ganar la elección interna del PRD en busca de la jefatura de gobierno del Distrito Federal y después la propia elección constitucional en 1997.
Cuando parecía que esto era una historia del pasado, el 2 de julio de 2006 volvió a ocurrir. Felipe Calderón llegó al gobierno federal, también a través de un fraude electoral, despojando de su triunfo a Andrés Manuel López Obrador. Aquél vive en Los Pinos y a veces, con gran aparato de seguridad y de fuerza, realiza actos en Palacio Nacional. No tiene la misma fortaleza política que tenía Salinas para tomar decisiones y consumarlas. El país ya no es el mismo. Pero hace nombramientos, recibe gobernantes de otros lugares del mundo, incluidos dignatarios de izquierda. Igual que Salinas, aunque más débil. Sin embargo, igual que entonces, el movimiento que triunfó en las urnas no reconoce a Calderón como Presidente de México.
El asunto es de tanta importancia, incluso diríamos que más ahora que en el pasado, que Felipe destina gran parte de sus esfuerzos a salir en la foto con perredistas. Dedicó meses a presionar al gobernante de esta ciudad, Marcelo Ebrard, a tratar de reunirse con él, sin lograrlo.
Él sabe que su problema de fondo es la ausencia de legitimidad, porque al igual que Salinas, la mancha del fraude no se la quitará en toda su vida.
Hoy en día millones de mexicanos no reconocen a Felipe Calderón como Presidente por las mismas razones que no reconocieron a Salinas en su momento. Ese es el asunto central.
En 1988 Carlos Salinas de Gortari llegó al gobierno federal a través de un fraude electoral. Se despojó así a Cuauhtémoc Cárdenas del triunfo que obtuvo en las urnas. A partir de ese momento el movimiento que apoyó al ingeniero se negó a darle calidad de Presidente a Carlos Salinas. Se trataba de una cuestión política que tuvo su expresión en una conducta que en aquel entonces se le llamó “intransigencia democrática”. Salinas despachaba en Los Pinos y en Palacio Nacional, hacía nombramientos, controlaba férreamente el gobierno e incluso a los otros dos poderes. Tenía trato con todos los gobiernos del mundo, incluidos aquellos que se autodenominaban democráticos o socialistas. Pero el ingeniero Cárdenas nunca lo llamó Presidente. Siempre se dirigió a él como el señor Salinas o en el mejor de los casos como el licenciado Carlos Salinas de Gortari.
Éste combatió sin cuartel al ingeniero y al perredismo. Destinó el periódico oficial para atacarlo a diario. Persiguió y mató a cientos de perredistas. Después de las elecciones de 1994 creyó haberlo aniquilado políticamente.
No obstante, después del llamado “error de diciembre”, la imagen de triunfador de Salinas se hizo añicos. La gente repetía como estribillo: “Cuauhtémoc tenía razón, Salinas era un ladrón”. Este fue uno de los factores fundamentales que llevarían a Cárdenas a ganar la elección interna del PRD en busca de la jefatura de gobierno del Distrito Federal y después la propia elección constitucional en 1997.
Cuando parecía que esto era una historia del pasado, el 2 de julio de 2006 volvió a ocurrir. Felipe Calderón llegó al gobierno federal, también a través de un fraude electoral, despojando de su triunfo a Andrés Manuel López Obrador. Aquél vive en Los Pinos y a veces, con gran aparato de seguridad y de fuerza, realiza actos en Palacio Nacional. No tiene la misma fortaleza política que tenía Salinas para tomar decisiones y consumarlas. El país ya no es el mismo. Pero hace nombramientos, recibe gobernantes de otros lugares del mundo, incluidos dignatarios de izquierda. Igual que Salinas, aunque más débil. Sin embargo, igual que entonces, el movimiento que triunfó en las urnas no reconoce a Calderón como Presidente de México.
El asunto es de tanta importancia, incluso diríamos que más ahora que en el pasado, que Felipe destina gran parte de sus esfuerzos a salir en la foto con perredistas. Dedicó meses a presionar al gobernante de esta ciudad, Marcelo Ebrard, a tratar de reunirse con él, sin lograrlo.
Él sabe que su problema de fondo es la ausencia de legitimidad, porque al igual que Salinas, la mancha del fraude no se la quitará en toda su vida.
Hoy en día millones de mexicanos no reconocen a Felipe Calderón como Presidente por las mismas razones que no reconocieron a Salinas en su momento. Ese es el asunto central.