INDICE POLITICO
FRANCISCO RODRÍGUEZ
¿SE SALVARÁ RAMÍREZ ACUÑA?
SE SABE QUE el enojo del ocupante de Los Pinos es mayúsculo. Razones no le faltan. El fin de semana le resultó atroz. Y sanguinario ha sido el signo de los primeros días de este septenario.
Casi ningún espacio comenta sus palabras. En muy pocos se habla del contenido del documento leído con pompa tricolor y afectada circunstancia en los palaciegos patios de la sede oficial del Ejecutivo. ¿Transformar a México? Sí, creo que habló de eso. Quizá de algo más. "No lo sé de cierto", diría don Jaime Sabines.
Las formas se han impuesto al fondo. Peor aún cuando se trata de formas que empatan con el desaseo, que dijera mi inolvidable don Enrique Olivares Santana.
La censura, por ejemplo. El corte del discurso de la presidenta de la Cámara de Diputados, para que no saliera al aire en la cadena de televisión orquestada por el Ejecutivo.
¡Han corrido riadas de tinta al respecto! Condenatorias en su mayoría. Y cómo no, si actos así nos retrotraen a las épocas de la Santa Inquisición. Propicios para el surgimiento de nuevos e ineficaces Torquemadas.
Nadie habla del contenido del Informe, pues. De la censura, sí. De las inverosímiles disculpas. De la obligada renuncia de un funcionario de medio pelo, sobre el que cayeron todas las culpas, para eximir al de las responsabilidades.
Y el de la responsabilidad no es otro que el jalisciense Francisco Ramírez Acuña, ¿secretario? de ¿Gobernación?
Contra él es el enojo de quien ocupa Los Pinos.
También, claro, de quien es su segundo o adlátere.
"Ya la había librado (Ramírez Acuña) antes del Informe", me dijeron hace un par de días dos connotados jóvenes panistas, "pero ahora está difícil que se salve", acotaron.
Muchos errores. Uno tras otro. Y entre más errores acumula en la pizarra, el ex gobernador de Jalisco –entretenido en un pleito callejero con su novel sucesor en el Palacio de Gobierno de Guadalajara— se observa cada vez más cerca de un ataque de nervios que inexorablemente lo conducirá al colapso.
"Como funcionarios públicos todos estamos sujetos a que en el momento en el que cometamos errores de nuestra propia actividad nos vamos", balbuceó hace un par de días el todavía encargado del palacete de los Covián, al confirmar que el "culpable" de la censura, un funcionario de medio pelo, había presentado su renuncia.
Del responsable, obvio, nada dijo.
Y en uno de esos ataques de nervios, Ramírez Acuña produjo más razones para echarlo: dio por cancelada la negociación de la peculiar Reforma Política que empujan los partidos políticos en el Congreso.
No tardaron las respuestas de los coordinadores de las dos principales oposiciones en el Senado de la República. Igual Manlio Fabio Beltrones que Jesús Navarrete, por el PRI y el PRD, lo descalificaron y hasta de desinformado, cuando no de ignorante, lo calificaron.
¿Y lo de los colores patrios? ¿El verde significa religión? ¿Blanco y rojo nuestra unión?
Muy nervioso Ramírez Acuña. Muy, pero muy enojado Calderón.
¿Otra vez se salvará o, de plano, ya lo regresarán a Guadalajara?
SE SABE QUE el enojo del ocupante de Los Pinos es mayúsculo. Razones no le faltan. El fin de semana le resultó atroz. Y sanguinario ha sido el signo de los primeros días de este septenario.
Casi ningún espacio comenta sus palabras. En muy pocos se habla del contenido del documento leído con pompa tricolor y afectada circunstancia en los palaciegos patios de la sede oficial del Ejecutivo. ¿Transformar a México? Sí, creo que habló de eso. Quizá de algo más. "No lo sé de cierto", diría don Jaime Sabines.
Las formas se han impuesto al fondo. Peor aún cuando se trata de formas que empatan con el desaseo, que dijera mi inolvidable don Enrique Olivares Santana.
La censura, por ejemplo. El corte del discurso de la presidenta de la Cámara de Diputados, para que no saliera al aire en la cadena de televisión orquestada por el Ejecutivo.
¡Han corrido riadas de tinta al respecto! Condenatorias en su mayoría. Y cómo no, si actos así nos retrotraen a las épocas de la Santa Inquisición. Propicios para el surgimiento de nuevos e ineficaces Torquemadas.
Nadie habla del contenido del Informe, pues. De la censura, sí. De las inverosímiles disculpas. De la obligada renuncia de un funcionario de medio pelo, sobre el que cayeron todas las culpas, para eximir al de las responsabilidades.
Y el de la responsabilidad no es otro que el jalisciense Francisco Ramírez Acuña, ¿secretario? de ¿Gobernación?
Contra él es el enojo de quien ocupa Los Pinos.
También, claro, de quien es su segundo o adlátere.
"Ya la había librado (Ramírez Acuña) antes del Informe", me dijeron hace un par de días dos connotados jóvenes panistas, "pero ahora está difícil que se salve", acotaron.
Muchos errores. Uno tras otro. Y entre más errores acumula en la pizarra, el ex gobernador de Jalisco –entretenido en un pleito callejero con su novel sucesor en el Palacio de Gobierno de Guadalajara— se observa cada vez más cerca de un ataque de nervios que inexorablemente lo conducirá al colapso.
"Como funcionarios públicos todos estamos sujetos a que en el momento en el que cometamos errores de nuestra propia actividad nos vamos", balbuceó hace un par de días el todavía encargado del palacete de los Covián, al confirmar que el "culpable" de la censura, un funcionario de medio pelo, había presentado su renuncia.
Del responsable, obvio, nada dijo.
Y en uno de esos ataques de nervios, Ramírez Acuña produjo más razones para echarlo: dio por cancelada la negociación de la peculiar Reforma Política que empujan los partidos políticos en el Congreso.
No tardaron las respuestas de los coordinadores de las dos principales oposiciones en el Senado de la República. Igual Manlio Fabio Beltrones que Jesús Navarrete, por el PRI y el PRD, lo descalificaron y hasta de desinformado, cuando no de ignorante, lo calificaron.
¿Y lo de los colores patrios? ¿El verde significa religión? ¿Blanco y rojo nuestra unión?
Muy nervioso Ramírez Acuña. Muy, pero muy enojado Calderón.
¿Otra vez se salvará o, de plano, ya lo regresarán a Guadalajara?