DEL EDITORIAL DE EL UNIVERSAL
Aun después de que Alan Greenspan dejó la presidencia de la Reserva Federal de Estados Unidos, su voz sigue cimbrando los centros del poder político y económico cada vez que se hace oír. Ayer sugirió modificar la Constitución mexicana para permitir inversión extranjera en Pemex y evitar una crisis fiscal. Este no es el único camino y representa, en todo caso, la salida fácil.
Hace unas semanas Greenspan causó revuelo al predecir una desaceleración del crecimiento económico estadounidense. Hace unos meses "tiró" la bolsa en Beijing con un comentario.
El dinero suele ser nervioso. Por ello hay que prestar atención a los señalamientos de Greenspan, pero no tomarlos como la verdad revelada.
Como todos sabemos -y Greenspan recordó-, nuestras reservas petroleras disminuyen con la declinación desde 2005 del yacimiento de Cantarell, el más grande del país. Pemex no tiene dinero para hacer más exploraciones porque aproximadamente dos terceras partes de sus utilidades se canalizan al presupuesto nacional, donde representan entre 35% y 40% del gasto. Además, tiene erogaciones muy altas por concepto de pensiones y prestaciones laborales.
Pero esto no quiere decir de ninguna manera que haya que rematar la paraestatal más importante del país.
Es inconcebible un Pemex que no sea de los mexicanos. De todos los mexicanos, es decir, una empresa nacional bajo el control y la supervisión de quienes los ciudadanos elegimos para administrar los bienes de la nación.
La Constitución y las leyes permiten cierto tipo de inversiones, extranjeras y nacionales, en algunos campos de la actividad petrolera, como la exploración en mar profundo, tal y como sucede en otras compañía y países. Esto sucede ya en algunas áreas, y es deseable se explore para otras, pero muy distinto sería traspasara la propiedad nacional en aras de un beneficio de corto plazo.
Es comprensible que desde un punto de vista teórico como el de Greenspan se plantee en términos netamente económicos el futuro de Pemex. Comprensible, pero erróneo.
Pemex debe sanearse, sus operaciones y gestión transparentarse. Hay que darle instrumentos para que se reinviertan sus ganancias en la búsqueda de nuevos mantos petrolíferos para que haya una mayor oferta de crudo, porque eso asegurará el abastecimiento y hará bajar los precios; incluso es recomendable iniciar una discusión de gran calado sobre el futuro energético de México y el papel de la empresa en ese destino.
Todo sin sucumbir al prejuicio de que sólo la iniciativa privada, y si es extranjera mejor, tiene capacidad administrativa, honestidad en la ejecución y eficiencia en la gestión.
Eso no es cierto y para muestras basta Enron, el gran fraude energético estadounidense.
Reconocer los problemas y las limitaciones actuales de Pemex no debe alimentar sino nuestro deseo de mejorar su presente y su futuro.
Lo fundamental hoy es mantenernos dueños de nuestro destino por interés estratégico. Desde esta perspectiva podemos decidir con quién, cómo y cuándo aliarnos si es que decidimos hacerlo para interés de México, de nadie más.