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jueves, 14 de junio de 2007

BITACORA REPUBLICANA


El vochito y los elefantes


Cuando el Presidente Adolfo López Mateos inauguró la era de los desplazamientos internacionales de nuestros jefes de Estado, se dijo con razón que nos abríamos al mundo. Dejábamos atrás los daguerrotipos del "México bronco" y el feroz gesto defensivo. Rescatábamos nuestra antigua vocación universalista y simbolizábamos nuestro arribo a la modernidad por la llegada al poder de una nueva generación.

Recuerdo que el día de su encuentro en París con el general De Gaulle un agudo humorista publicó en Le Monde el siguiente comentario: "hoy se saludaron en el aeropuerto de Orly dos presidentes; uno, militar que ocupa el cargo a resultas de una revuelta armada; otro, civil y universitario surgido de elecciones democráticas. Adivine usted quien es el latinoamericano y quien es el francés".

Muchas aguas han transcurrido desde entonces bajo los puentes. No obstante, la presencia de los jefes de Estado mexicanos en el extranjero obedeció durante largo tiempo al imperativo de afirmar un perfil autónomo del país y el talante imaginativo, solidario y confiable de su pueblo y su gobierno. Con sus innegables aciertos y sus lamentables excesos, era el rostro visible de una política concebida para compensar la dependencia.

Este ciclo duró hasta que una clase dirigente apátrida inventó nuestra fallida incorporación al primer mundo. Ocurrió nuestro sorprendente alineamiento con los dictados del pensamiento único y la irreflexiva subordinación al consenso de Washington, que produjo al poco andar resultados diametralmente distintos de los que se pregonaron. Perdimos el discurso, con el riesgo inminente de perder el país.

También en lo internacional Vicente Fox dilapidó su bono democrático. Quién podría olvidar la entusiasta reacción de los legisladores cuando explicó, con acentos diversos, en el Congreso norteamericano y en el Parlamento europeo, la relevancia histórica de la primera alternancia pacífica en México. Aquel inmenso capital político pronto se extravió entre sus veleidades de vendedor ambulante, su rijosa vulgaridad y su inocultable supeditación a los humores del presidente norteamericano.

La muy dudosa legalidad de las elecciones del 2006 es referente ineludible para la política exterior del país. Ciertamente, a todas las cancillerías conviene hacer caso omiso de las cuestiones de legitimidad y aprovechar en lo posible esa flaqueza para mejorar en su beneficio las relaciones con un país tan significativo como el nuestro. A nuestra diplomacia correspondería formular planteamientos de Estado tendientes a reposicionar al país a partir de realidades insoslayables.

Resulta inconcebible que el Congreso mexicano y los partidos políticos se hallen embarcados en el severo compromiso de reformar instituciones fundamentales del país y esa búsqueda de una nueva legitimidad no exista en la agenda presidencial. Esquizofrenia pactada o sospechoso desprecio, que en nada ayuda a la seriedad de nuestra posición en el exterior y mucho sugiere respecto de las verdaderas intenciones del actual ocupante de Los Pinos.

La cotidiana compañía de los dirigentes de esos mismos partidos a lo largo del viaje presidencial y la reciente revelación sobre los cuantiosos gastos incurridos por la Secretaría de Hacienda en el envío de legisladores mexicanos a seminarios de la OCDE, tal vez nos ofrezcan la explicación. Se trataría de restaurar una modalidad del cabildeo a la usanza del viejo régimen: el cabildeo trasatlántico, o si se quiere, el "lobby jet".

Al observar el desparpajo juvenil con que Felipe condujo un Vochito en Wolfsburg vinieron a mi mente una anécdota y una reflexión. Un cuento que coadyuvó a la popularidad de ese vehículo se interrogaba: ¿cómo subir cinco elefantes a un Volkswagen? Y la respuesta era: "sentando dos adelante y tres atrás". Algo semejante a lo probablemente alcanzado por nuestro viajero principal; en este caso, subir cinco dirigentes partidarios a una reforma fiscal.

No menos inesperada fue la exclamación del mandatario en el mismo acto: "México es el nuevo país del automóvil". ¿Qué congruencia tiene tan insostenible afirmación con la prédica contra el calentamiento global, reiterada en el viaje? ¿Qué relación con el furor bicicletero, ese sí novedoso, que se ha desatado desde la capital? Y sobre todo ¿qué lógica guarda con las cifras lapidarias del Banco Mundial que nos colocan en el pelotón de países con mayor desigualdad del planeta?

Cualquier desliz es permisible so pretexto de alentar la inversión extranjera, aunque los argumentos sean a todas luces inverosímiles. Reza el cable: "ejecutivos de la empresa escuchaban con visible curiosidad las palabras de Calderón, quien les aseguraba que México es un país que ofrece reglas claras y certidumbre jurídica para los inversionistas". Faltó añadir: "y protección militar". La prolongación inconsecuente de aquella "Foxilandia" que liquidó la credibilidad del dicho presidencial tanto en el país como en el extranjero.

Basta hojear el capítulo del Plan Nacional de Desarrollo dedicado a la política exterior para percatarse de los estragos que en ésta causa la mentalidad empresarial. Como lo ha subrayado el embajador eminente Jorge Eduardo Navarrete, en la descripción de los cambios ocurridos en el ámbito internacional, no incluye un solo fenómeno político, ni siquiera la preocupación por la seguridad mundial. Ello ayuda a entender la pobreza conceptual de la gira y su raquitismo discursivo.

Merece destacarse la identificación mecánica entre la cuantía del consumo de droga en los Estados Unidos y las decisiones adoptadas precipitadamente en el ámbito interno. Se antoja además superfluo el apoyo verbal solicitado a los mandatarios extranjeros en favor de la ocupación castrense del territorio, sin que medie una palabra sobre el carácter global del narcotráfico, que exige un tratamiento multilateral.

Innecesario aludir a los impactos políticos de la presencia de Putin y de Bush en Europa, aun a costa de la rudeza del tono en el primer caso y de la extravagancia balcánica en el segundo. Conviene sin embargo reparar en la consistencia y actualidad de los planteamientos de Lula, articulando el cambio climático con las fuentes alternativas de energía y el combate a la pobreza. Sobre todo en su orquestación política, que lo hace llegar de la India, robustecido el liderazgo del Brasil como potencia emergente.

El viaje de Calderón, en cambio, con independencia de visitas maduras -como Dinamarca-, no tuvo el nivel ni la profundidad adecuados a la gravitación de México en la comunidad internacional. Pareciera pensado como puente entre la canonización de una santa y una cumbre ineludible, para fines de política interna, exaltación mediática, unidad familiar y distensión turística.

Extraña que los legisladores no hayan reparado esta vez en la potestad que les confiere el artículo 88 de la Constitución, que impide al Presidente de la República ausentarse del territorio nacional sin la autorización del Congreso o de la Comisión Permanente. Convendría saber las razones de política interior y exterior que los llevaron a concederla.

Saber cuando menos si en caso de militarización del país queda encargado del Ejecutivo el Secretario de la Defensa, o si están avalando el gobierno por celular. Es tiempo de que el Poder Legislativo se decida a ejercer sus atribuciones, indispensables para la supervivencia del régimen republicano.