SANDOVAL IÑIGUEZ UN PERFECTO MENTIROSO
¿Quién ha dicho más mentiras a la opinión pública mexicana en los últimos años?
Por Raymundo Riva Palacio
La respuesta podría ser múltiple, porque candidatos sobran. La respuesta: el cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval Íñiguez. ¿Cómo queda demostrado? Con su declaración ministerial sobre las investigaciones del asesinato de su antecesor en la plaza, el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, en 1993.
Monseñor Sandoval Íñiguez ha sido prolífico en sus imputaciones y acusaciones sobre los responsables y presuntos responsables del asesinato de Posadas Ocampo. No ha dudado al descalificar en público la versión de la Procuraduría General de la República de que el crimen fue producto de una confusión entre narcotraficantes, que se querían matar entre ellos y no iban tras la vida de un prelado.
"La Iglesia Católica seguirá insistiendo en que el asesinato del cardenal Posadas no fue producto de una confusión, sino un atentado directo contra su persona", dijo Sandoval Íñiguez el 15 de julio pasado. "Hay numerosos testimonios y pruebas que jurídicamente podrían tener progreso (para probar que el crimen fue premeditado)", añadió cuatro días después. "Nosotros estamos seguros de ellas".
Pues no. No es cierto. Ahora vemos, gracias a Marín, que el cardenal Sandoval Íñiguez es un mentiroso.
Al revelar la declaración ministerial que rindió el cardenal el 24 de enero, casi seis meses antes de renovar sus declaraciones, Sandoval Íñiguez aceptó que:
a) Ni siquiera recordaba las pruebas que sustentaban "la tesis de la confusión", que fue primero elaborada por el ex procurador Jorge Carpizo y confirmada y avalada por quienes le sucedieron en el cargo.
b) Admitió también que no ha leído el expediente de la investigación, sino resúmenes que le han presentado.
Es decir, ha hablado sin conocimiento de causa. Pero, eso sí, este cardenal es muy locuaz. "Sigo sosteniendo que el asesinato fue premeditado", insistió el 27 de julio pasado, un semestre después de que, ante el Ministerio Público, había dado marcha atrás en sus declaraciones. Pero cuando le preguntaron de dónde concluía que había un complot para asesinar al cardenal Posadas Ocampo, hizo nuevamente mutis y señaló que "no me toca aclararlo, no soy policía ni investigador". No, efectivamente no es ni policía ni investigador, sólo un esparcidor de desinformación que se traduce en falsedades.
¿Y qué pasó cuando le preguntaron sobre sus declaraciones públicas de que los investigadores de la PGR encubrían a "peces gordos"? El cardenal Sandoval Íñiguez respondió que dijo "peces gordos" sin saber quiénes podrían ser, y que lo dedujo por el hecho de que en el aeropuerto de Guadalajara, donde fue el asesinato, "siempre hay autoridades de diversas clases". O sea, a partir de lo que cree subjetivamente, lanzó una acusación objetiva.
Qué irresponsabilidad. Quizás la justicia divina no lo juzgue por ello, pero moral y políticamente el cardenal Sandoval Íñiguez tendría que ser sentenciado. No hace falta juicio porque él mismo ha dado las pruebas de su culpabilidad. Su boca suelta, su difamación rápida, lo hacen indigno de la investidura que posee y siembra dudas sobre la verticalidad que pudieran tener en la Iglesia con respecto a la búsqueda de la verdad. ¿Por qué? Porque sabían que toda la palabrería que esgrimió para afirmar que hubo complot, encubrimiento y autores intelectuales libres por el asesinato de Posadas Ocampo era falsa y como institución ni le llamaron la atención ni desautorizaron su palabra.
Sandoval Íñiguez no sólo ha sido un fanfarrón, sino ha jugado a la politiquería. Dada su alta investidura dentro de la jerarquía católica y el enorme peso que tiene la Iglesia en los mexicanos, la ligereza y frivolidad con la que ha abordado la investigación del asesinato de Posadas Ocampo es inaceptable.
Se ha pasado declarando públicamente a través de los años su certeza de que el asesinato fue resultado de una conspiración de tan alto nivel que el gobierno federal encubrió a los verdaderos asesinos, pero cuando tuvo que sostener su dicho ante la autoridad judicial, se retractó. No está mal que haya dicho la verdad ante el Ministerio Público, sino que se haya valido de la influencia de su cargo y de la institución que representa para tergiversar, mentir y engañar.
Es más grave aún porque Sandoval Íñiguez se ha convertido en los últimos años en la pieza más importante de descrédito de un sistema judicial que durante décadas construyó ese mismo descrédito. No le ha importado que por la Procuraduría General de la República hayan pasado hombres del régimen (como Jorge Carpizo y Jorge Madrazo) u oposicionistas (como Antonio Lozano Gracia) y que todos hayan coincidido en que el objetivo de los narcotraficantes en el aeropuerto de Guadalajara no era el cardenal Posadas Ocampo sino un barón de las drogas del cártel rival.
Sandoval Íñiguez martilló contra la PGR y alimentó el imaginario colectivo mexicano, donde la conspiración pareciera parte de la idiosincrasia nacional. Ha contribuido enormemente a la trastocación de valores que comenzó a principios del sexenio zedillista con la dupla Lozano Gracia-Pablo Chapa en la PGR, donde las vendetas políticas y los ajustes de cuentas reemplazaron a la investigación y a la verdad jurídica, propiciando, como nunca antes, que la verdad política fuera la única verdad posible.
Como mexicano con poder y capacidad de influencia, Sandoval Íñiguez es una de las vergüenzas nacionales, parte de ese lote de bufones de la historia reciente que tanto daño han hecho a una sociedad que hoy es más proclive a creer lo fantástico que aquello que más se aproxime a la verdad. En estos tiempos que corren, ese tipo de fanfarronadas deberían desaparecer. La declaración ministerial, en este caso, es un primer ejemplo de que la época de la impunidad de los poderosos se empieza a desvanecer.
Nebo