EL PELELE URSURPADOR CUESTA ABAJO
Guillermo García Oropeza
Divorcio de Calderón con los obreros
Le quedó grande el 1 de mayo
Contra viento y marea, el 1 de mayo sigue siendo importante, tanto en el mundo y en México. Aun en Estados Unidos, donde el Labor’s Day no se celebra el 1 de mayo sino, si mal no recuerdo, en septiembre hubo multitudes gracias a los hispanos que improvisaron la ocasión para salir a protestar por sus derechos.
En Europa, este 1 de mayo movió grandes contingentes e inquietudes como por ejemplo en Berlín, ciudad politizada desde siempre y lo mismo pasó en Latinoamérica; en Cuba, claro, millones se quedaron esperando la presencia carismática de Fidel, prisionero del misterio. Y es que el 1 de mayo es la gran fiesta de la izquierda en el mundo. Esa izquierda que la derecha quiere ignorar, pero que, como la Tierra de Galileo, pese a todo se mueve.
En México, al menos en la ciudad de México el 1 fue día de divorcios. Por una parte, el divorcio total ya entre la añeja estructura sindical y los sindicatos que quieren independencia. Es el fin del viejo obrerismo domesticado que anteriormente se usaba cuando ciertas razones objetivas le daban algún sentido. La Revolución Mexicana que nunca fue radical, en realidad jugó con habilidad y malicia su obrerismo y, sobre todo, guardaba siempre las formas frente al movimiento obrero. Al menos un día al año el señor Presidente era el primer obrero de la nación y desde el balcón de Palacio Nacional presidía la fiesta.
Esto fue debilitándose poco a poco, pues los presidentes neoliberales tenían de obreristas muy poco, pero jamás se planteó formalmente el divorcio entre trabajadores y Poder Ejecutivo.
Ese divorcio fue el que consumó Felipe Calderón al encontrar pretextos baladíes para no asistir a la celebración obrera. Algo que puede interpretarse de muchas maneras. Como cobardía, como arrogancia, como congruencia, como estupidez política.
¿Acaso es demasiado elegante para mezclarse con la chusma? ¿Es que tuvo miedo de una rechifla al pasar los trabajadores frente a su privilegiado balcón? ¿O a las pancartas que le reclamaban la carestía escandalosa de la vida? ¿O escuchó la voz de sus consejeros que desprecian el factor trabajo porque sólo piensan en el factor empresa? ¿O quiere distinguirse frente al amo yanqui como el antiChávez?
¿O una congruencia panista lo obliga a romper con todas las tradiciones del pasado priísta incluyendo la fiesta del Día del Trabajo? Sea como sea su ausencia se notó demasiado y las razones oficiales no convencieron.
Por lo demás, aceptando sin conceder que Calderón tenga sus virtudes como político, una de ellas no es, sin embargo, el carisma.
El 1 de mayo, como los uniformes militares, le queda grande.
Le quedó grande el 1 de mayo
Contra viento y marea, el 1 de mayo sigue siendo importante, tanto en el mundo y en México. Aun en Estados Unidos, donde el Labor’s Day no se celebra el 1 de mayo sino, si mal no recuerdo, en septiembre hubo multitudes gracias a los hispanos que improvisaron la ocasión para salir a protestar por sus derechos.
En Europa, este 1 de mayo movió grandes contingentes e inquietudes como por ejemplo en Berlín, ciudad politizada desde siempre y lo mismo pasó en Latinoamérica; en Cuba, claro, millones se quedaron esperando la presencia carismática de Fidel, prisionero del misterio. Y es que el 1 de mayo es la gran fiesta de la izquierda en el mundo. Esa izquierda que la derecha quiere ignorar, pero que, como la Tierra de Galileo, pese a todo se mueve.
En México, al menos en la ciudad de México el 1 fue día de divorcios. Por una parte, el divorcio total ya entre la añeja estructura sindical y los sindicatos que quieren independencia. Es el fin del viejo obrerismo domesticado que anteriormente se usaba cuando ciertas razones objetivas le daban algún sentido. La Revolución Mexicana que nunca fue radical, en realidad jugó con habilidad y malicia su obrerismo y, sobre todo, guardaba siempre las formas frente al movimiento obrero. Al menos un día al año el señor Presidente era el primer obrero de la nación y desde el balcón de Palacio Nacional presidía la fiesta.
Esto fue debilitándose poco a poco, pues los presidentes neoliberales tenían de obreristas muy poco, pero jamás se planteó formalmente el divorcio entre trabajadores y Poder Ejecutivo.
Ese divorcio fue el que consumó Felipe Calderón al encontrar pretextos baladíes para no asistir a la celebración obrera. Algo que puede interpretarse de muchas maneras. Como cobardía, como arrogancia, como congruencia, como estupidez política.
¿Acaso es demasiado elegante para mezclarse con la chusma? ¿Es que tuvo miedo de una rechifla al pasar los trabajadores frente a su privilegiado balcón? ¿O a las pancartas que le reclamaban la carestía escandalosa de la vida? ¿O escuchó la voz de sus consejeros que desprecian el factor trabajo porque sólo piensan en el factor empresa? ¿O quiere distinguirse frente al amo yanqui como el antiChávez?
¿O una congruencia panista lo obliga a romper con todas las tradiciones del pasado priísta incluyendo la fiesta del Día del Trabajo? Sea como sea su ausencia se notó demasiado y las razones oficiales no convencieron.
Por lo demás, aceptando sin conceder que Calderón tenga sus virtudes como político, una de ellas no es, sin embargo, el carisma.
El 1 de mayo, como los uniformes militares, le queda grande.