DEL EDITORIAL DE LA REVISTA SIEMPRE
Revista Siempre
La fanfarronada de Vicente Fox en San Diego, California, sobre su intención de cabalgar hacia Venezuela junto con la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA) para derrocar al presidente de ese país, Hugo Chávez, no únicamente es muestra de la ya conocida ignorancia, soberbia e inconsciencia política del ex presidente, sino de una estrategia eminentemente saboteadora —que urde junto con el presidente de Acción Nacional, Manuel Espino— contra el gobierno calderonista.
Ambos, Fox y Espino, aseguran ser los Robin Hood de la democracia latinoamericana. Sin embargo, todavía no le queda claro a los mexicanos si el primero fue realmente un demócrata o un mandatario holgazán e indolente que llegó gracias a Ernesto Zedillo al poder, y que después dejó todo a cargo de su secretario de Hacienda, Francisco Gil Díaz.
Para variar, como reza el refrán, los haraganes tienen suerte porque durante el sexenio foxista las finanzas internacionales no tuvieron mayores exabruptos y se mantuvieron al alza los precios del petróleo, lo que permitió al vaquero de la Finojosa dormir plácidamente en su hamaca, maquilar una gran cantidad de promocionales para posicionarse como un presidente trabajador e instaurarse como el inventor de la democracia mexicana.
Hoy todos saben, y el mismo Calderón lo dio a entender en alguno de sus discursos, que la cacareada democracia foxista no fue sino un ejemplo clarísimo de desgobierno. Para decirlo en unas cuantas palabras: el ex presidente le dejó a su sucesor un país institucionalmente deshecho, con uno de los índices de pobreza y desempleo más altos de América Latina; pero eso sí, inundado de droga y dominado como nunca por los cárteles del narcotráfico.
La abulia de Fox también se reflejó —como lo acaba de señalar el auditor superior de la federación— en una cuenta pública 2005-2006, donde es más evidente la corrupción sexenal que el ejemplo de una administración que siempre aseguró ser el gobierno de la transparencia y la rendición de cuentas.
La indigencia cultural y política de Fox —aunque también su protagonismo— lo ha llevado a entrar a un peligroso activismo injerencista que amenaza con poner en riesgo el territorio nacional y la estabilidad del gobierno mexicano. Reunir, como lo iba a hacer, en su rancho de Guanajuato a los líderes de la oposición venezolana y a integrantes de la ODCA para definir cómo derrocar a Chávez, puede mover a risa, pero cumple, a final de cuentas, con la intención de sabotear los intentos de Calderón por reconstruir la relación con Venezuela y los países de la región.
Fox —como bien lo dijo Chávez— siempre fue un lacayo de Washington y hoy parece ser un sirviente que en su desesperación por estar desempleado, se presta a trabajar en las cañerías para hacerle el trabajo sucio al imperio. Nada más que el gobierno norteamericano y sus servicios secretos se equivocaron de terrorista, porque a Fox, como al comediante Mr. Bean, se le ven los calzones y lejos de tirar al populista caribeño puede contribuir, con su torpeza, a fortalecerlo.
A Calderón comienza a sucederle lo mismo que a Zedillo con Carlos Salinas. Tanto insistió Salinas en seguir gobernando que Zedillo tuvo que poner a Raúl en la cárcel para acabar con la sombra del caudillo. Calderón, a diferencia de Fox —quien convirtió en love seat la silla presidencial—, sabe que el poder no se comparte, cuando menos con la esposa. Sin embargo, Manuel Espino monta a Fox en el lomo de la ODCA no sólo para atacar a Chávez sino para intentar ser el presidente moral de México. Cuando todos saben, hasta los mismos panistas, que ni hubo presidente y menos un sexenio moral.