DESAFIO
Rafael Loret de Mola
*Imagen Latinoamericana
*Confesiones de George
*De una Apuesta Fallida
El periplo del mayor de los juniors conocidos, el mandatario estadounidense George Bush, por cinco naciones de Latinoamérica fue vista desde distintos planos de opinión pública. Por ejemplo, en Europa se entendió la ocasión como una especie de competencia con el venezolano Hugo Chávez, el mesiánico incondicional del antiguo barbudo de Sierra Maestra, por el liderazgo en la región, entendiéndose así una profunda polarización continental entre quienes están con el Tío Sam y cuantos lo observan como el engendro de todos los males. Tal, por supuesto, desde los gobiernos porque entre la población la batalla la tiene perdida, moralmente se entiende, la mayor potencia de nuestra era.
Poco aporta Bush junior a la causa del desarrollo de América Latina si bien se presenta como el gran regulador del oxígeno financiero que, desde luego, aumenta las dependencias y compromete los recursos naturales y humanos. Es evidente que las naciones del sur poco pueden aportar a los proyectos belicistas de la Casa Blanca pero, a cambio, ofrecen la riqueza de su subsuelo como elemento central para asegurarse algún respeto por parte de los poderosos. Sin esta garantía, acaso los sueños soberanos se habrían extinguido desde hace tiempo.
Siguiendo esta línea, el jefe de la Casa Blanca se animó a “filtrar” la versión sobre su oposición personal a la tendencia del Congreso de su país en pro de la construcción del muro de la ignominia a lo largo de la frontera con México. Lo hizo, claro, antes de iniciar su viaje y con el evidente propósito de inducir la polémica para amortiguar los posibles brotes de inconformidad a lo largo de su andar en este su séptimo año ya de presidencia --sólo le quedan, por fortuna, dos más--. Esto es como si el “amigo George” fuera una víctima de la alevosía de los congresistas y no un manipulador nato. Casi le copia la fórmula a Vicente, el de San Cristóbal, quien consideró siempre a los legisladores “un freno” en plena eclosión de acentos “democráticos”. Más nos valdría haber aprendido la lección.
Desde luego, la falacia salta a la vista porque fue él, desde luego, quien endureció los términos cuando requirió asegurar los votos de los sureños exaltados sobre los de las minorías hispanas aun cuando éstas avancen sensiblemente en su propia representatividad. Lo mismo hace ahora, en sentido contrario, con el demagógico acento de quienes hacen de las circunstancias perentorias su única ideología. Así, claro, se puede estar de un lado y otro sin el menor peso de conciencia... siempre y cuando, claro, se conserve el poder. Los Bush, por supuesto, saben de estas cosas.
Queda claro que el periodo de Bush junior ha sido uno de los más infelices e infecundos para Latinoamérica. Abominable, además, por su desatado afán de conquista. Poco dado a conocer las idiosincrasias de las naciones ajenas, preocupado sólo por el entorno superficial, marcó líneas generales que se fueron agotando, paso a paso, en la siempre compleja relación entre el tercer mundo y la cúspide del poder económico y militar.
El descuido de Bush, por mirar sólo hacia Medio Oriente guiado por ambiciones y sed de venganza, hizo posible que un personaje descocado, Chávez, limitado al estereotipo de los discursos caducos contra “el imperio”, esto es sin elementos nuevos que sirvieran para ampliar expectativas no cerrarlas ante la realidad incontrovertible, pudiera convertirse, muy orondo, en el eje de la causa antiyanqui ganando así el liderazgo continental que soltó México cuando la ultra derecha obcecada le apartó de la otrora impecable dignidad diplomática que ponderó el uso de la razón contra la fuerza bruta.
Debate
Los informes que circularon en Washington, desde horas antes del inicio de la gira de su mandatario por las naciones del sur del continente, incluyendo uno defendido en el Senado norteamericano por el nuevo director general de Inteligencia, Michael McConnell, platearon una serie de confesiones veladas a las políticas injerentistas de los Estados Unidos en distintos planos y niveles en desdoro de las soberanías ajenas en la cada vez más convulsa región.
Sobre México, por ejemplo, no se tuvo empacho en afirmar que el señor Bush requería asegurar la consolidación de Felipe Calderón, mediando claro un liderazgo “fuerte y capaz”, para asegurar la alianza mexicana frente a cualquier pretensión de construir bloques de izquierda bajo la guía de populistas y mesiánicos, según las estimaciones concluyentes.
Lo interesante de la cuestión es que se subraya el alivio que significó para la Casa Blanca la victoria de Calderón por cuanto significó despejar “el peligro” representado por el imprevisible, más bien incontrolable, Andrés Manuel López Obrador. Es esta la segunda versión –la primera fue significada por la confesión del ex presidente Fox y su propósito vengativo-, que confirma no sólo la intromisión del gobierno estadounidense en los asuntos internos de México sino también la soterrada conjura para frenar, de tajo, la tendencia a favor de la izquierda, casi generalizada en Latinoamérica, con todo la parafernalia oficial de por medio. Al buen entendedor, pocas palabras.
En tales condiciones, esto es con reconocimientos de parte incontrovertibles, parece una ingenuidad asegurar la construcción del liderazgo de Calderón sobre una comunidad dividida y polarizada aun cuando los socorridos sondeos de opinión le otorguen sorprendentes niveles aprobatorios como si las mayores controversias políticas pudieran despejarse sólo a golpes de manipuladores mensajes mediáticos. De ser así, la sociedad mexicana no tendría remedio.
El error de cálculo se evidencia, por lo demás, al asegurar que la mejor manera de contener los conflictos migratorios será con la consolidación del liderazgo de Calderón tras haberse despejado los riesgos representados por López Obrador. No se habla de la atávica pobreza como detonante sino del imperativo de asegurar las complicidades políticas. Y este es, por desgracia, el criterio que domina el nuevo entorno en donde se desarrollan las relaciones bilaterales entre México y los Estados Unidos.
El Reto
Bastaría lo anterior para responder la interrogante que surgió, en el corazón de los norteamericanos, tras los bárbaros atentados terroristas en Nueva York en 2001: ¿por qué el mundo odia a los Estados Unidos? También debería ser guía para cuantos no sopesan la gravedad de no interpretar el sentir general apostándole sólo a la disciplina de algunos gobiernos “aliados” o “satélites”.
Por ello resulta odioso el andar de Bush entre los latinoamericanos. Porque, sencillamente, se evidencia la capacidad histriónica sobre los hechos incontrovertibles. Y ya no es tan sencillo, pese a la inmadurez colectiva, extender las falacias sobre el “buen vecino” que no quiere erigir muros en la frontera pero firma los decretos correspondientes.
Así como se establece que “el sargento Bush” es el mejor proveedor de pertrechos humanos contra los Estados Unidos en Irak, puede establecerse que el texano insensible es igualmente el mejor promotor del insolente señor Chávez en plena eclosión de simulaciones. ¿Será acaso porque el venezolano no afecta intereses norteamericanos sino sólo a los consorcios europeos? En este punto, claro, inicia la polémica. Abundaremos.
La Anécdota
En voz baja, confidencialmente, Brian Walch, uno de los asesores del ex embajador estadounidense en México, Jeffrey Davidow, me confió –“Confidencias Peligrosas”, Océano, 2002-:
--Nosotros estamos convencidos de que si levantamos el embargo a Cuba los hechos se precipitarán... en contra de Castro.
--Bueno, ¿y si Fidel es el enemigo a vencer, desde su punto de vista, qué los detiene?
--La política. El gobernador de Florida, Jeb, es hermano de nuestro presidente. Y no le conviene enfrentarse a los cubanos de allí, reacios a cualquier tipo de alivio para el gobierno de la isla.
Latinoamérica, por lo visto, es sólo parte del juego.
*Imagen Latinoamericana
*Confesiones de George
*De una Apuesta Fallida
El periplo del mayor de los juniors conocidos, el mandatario estadounidense George Bush, por cinco naciones de Latinoamérica fue vista desde distintos planos de opinión pública. Por ejemplo, en Europa se entendió la ocasión como una especie de competencia con el venezolano Hugo Chávez, el mesiánico incondicional del antiguo barbudo de Sierra Maestra, por el liderazgo en la región, entendiéndose así una profunda polarización continental entre quienes están con el Tío Sam y cuantos lo observan como el engendro de todos los males. Tal, por supuesto, desde los gobiernos porque entre la población la batalla la tiene perdida, moralmente se entiende, la mayor potencia de nuestra era.
Poco aporta Bush junior a la causa del desarrollo de América Latina si bien se presenta como el gran regulador del oxígeno financiero que, desde luego, aumenta las dependencias y compromete los recursos naturales y humanos. Es evidente que las naciones del sur poco pueden aportar a los proyectos belicistas de la Casa Blanca pero, a cambio, ofrecen la riqueza de su subsuelo como elemento central para asegurarse algún respeto por parte de los poderosos. Sin esta garantía, acaso los sueños soberanos se habrían extinguido desde hace tiempo.
Siguiendo esta línea, el jefe de la Casa Blanca se animó a “filtrar” la versión sobre su oposición personal a la tendencia del Congreso de su país en pro de la construcción del muro de la ignominia a lo largo de la frontera con México. Lo hizo, claro, antes de iniciar su viaje y con el evidente propósito de inducir la polémica para amortiguar los posibles brotes de inconformidad a lo largo de su andar en este su séptimo año ya de presidencia --sólo le quedan, por fortuna, dos más--. Esto es como si el “amigo George” fuera una víctima de la alevosía de los congresistas y no un manipulador nato. Casi le copia la fórmula a Vicente, el de San Cristóbal, quien consideró siempre a los legisladores “un freno” en plena eclosión de acentos “democráticos”. Más nos valdría haber aprendido la lección.
Desde luego, la falacia salta a la vista porque fue él, desde luego, quien endureció los términos cuando requirió asegurar los votos de los sureños exaltados sobre los de las minorías hispanas aun cuando éstas avancen sensiblemente en su propia representatividad. Lo mismo hace ahora, en sentido contrario, con el demagógico acento de quienes hacen de las circunstancias perentorias su única ideología. Así, claro, se puede estar de un lado y otro sin el menor peso de conciencia... siempre y cuando, claro, se conserve el poder. Los Bush, por supuesto, saben de estas cosas.
Queda claro que el periodo de Bush junior ha sido uno de los más infelices e infecundos para Latinoamérica. Abominable, además, por su desatado afán de conquista. Poco dado a conocer las idiosincrasias de las naciones ajenas, preocupado sólo por el entorno superficial, marcó líneas generales que se fueron agotando, paso a paso, en la siempre compleja relación entre el tercer mundo y la cúspide del poder económico y militar.
El descuido de Bush, por mirar sólo hacia Medio Oriente guiado por ambiciones y sed de venganza, hizo posible que un personaje descocado, Chávez, limitado al estereotipo de los discursos caducos contra “el imperio”, esto es sin elementos nuevos que sirvieran para ampliar expectativas no cerrarlas ante la realidad incontrovertible, pudiera convertirse, muy orondo, en el eje de la causa antiyanqui ganando así el liderazgo continental que soltó México cuando la ultra derecha obcecada le apartó de la otrora impecable dignidad diplomática que ponderó el uso de la razón contra la fuerza bruta.
Debate
Los informes que circularon en Washington, desde horas antes del inicio de la gira de su mandatario por las naciones del sur del continente, incluyendo uno defendido en el Senado norteamericano por el nuevo director general de Inteligencia, Michael McConnell, platearon una serie de confesiones veladas a las políticas injerentistas de los Estados Unidos en distintos planos y niveles en desdoro de las soberanías ajenas en la cada vez más convulsa región.
Sobre México, por ejemplo, no se tuvo empacho en afirmar que el señor Bush requería asegurar la consolidación de Felipe Calderón, mediando claro un liderazgo “fuerte y capaz”, para asegurar la alianza mexicana frente a cualquier pretensión de construir bloques de izquierda bajo la guía de populistas y mesiánicos, según las estimaciones concluyentes.
Lo interesante de la cuestión es que se subraya el alivio que significó para la Casa Blanca la victoria de Calderón por cuanto significó despejar “el peligro” representado por el imprevisible, más bien incontrolable, Andrés Manuel López Obrador. Es esta la segunda versión –la primera fue significada por la confesión del ex presidente Fox y su propósito vengativo-, que confirma no sólo la intromisión del gobierno estadounidense en los asuntos internos de México sino también la soterrada conjura para frenar, de tajo, la tendencia a favor de la izquierda, casi generalizada en Latinoamérica, con todo la parafernalia oficial de por medio. Al buen entendedor, pocas palabras.
En tales condiciones, esto es con reconocimientos de parte incontrovertibles, parece una ingenuidad asegurar la construcción del liderazgo de Calderón sobre una comunidad dividida y polarizada aun cuando los socorridos sondeos de opinión le otorguen sorprendentes niveles aprobatorios como si las mayores controversias políticas pudieran despejarse sólo a golpes de manipuladores mensajes mediáticos. De ser así, la sociedad mexicana no tendría remedio.
El error de cálculo se evidencia, por lo demás, al asegurar que la mejor manera de contener los conflictos migratorios será con la consolidación del liderazgo de Calderón tras haberse despejado los riesgos representados por López Obrador. No se habla de la atávica pobreza como detonante sino del imperativo de asegurar las complicidades políticas. Y este es, por desgracia, el criterio que domina el nuevo entorno en donde se desarrollan las relaciones bilaterales entre México y los Estados Unidos.
El Reto
Bastaría lo anterior para responder la interrogante que surgió, en el corazón de los norteamericanos, tras los bárbaros atentados terroristas en Nueva York en 2001: ¿por qué el mundo odia a los Estados Unidos? También debería ser guía para cuantos no sopesan la gravedad de no interpretar el sentir general apostándole sólo a la disciplina de algunos gobiernos “aliados” o “satélites”.
Por ello resulta odioso el andar de Bush entre los latinoamericanos. Porque, sencillamente, se evidencia la capacidad histriónica sobre los hechos incontrovertibles. Y ya no es tan sencillo, pese a la inmadurez colectiva, extender las falacias sobre el “buen vecino” que no quiere erigir muros en la frontera pero firma los decretos correspondientes.
Así como se establece que “el sargento Bush” es el mejor proveedor de pertrechos humanos contra los Estados Unidos en Irak, puede establecerse que el texano insensible es igualmente el mejor promotor del insolente señor Chávez en plena eclosión de simulaciones. ¿Será acaso porque el venezolano no afecta intereses norteamericanos sino sólo a los consorcios europeos? En este punto, claro, inicia la polémica. Abundaremos.
La Anécdota
En voz baja, confidencialmente, Brian Walch, uno de los asesores del ex embajador estadounidense en México, Jeffrey Davidow, me confió –“Confidencias Peligrosas”, Océano, 2002-:
--Nosotros estamos convencidos de que si levantamos el embargo a Cuba los hechos se precipitarán... en contra de Castro.
--Bueno, ¿y si Fidel es el enemigo a vencer, desde su punto de vista, qué los detiene?
--La política. El gobernador de Florida, Jeb, es hermano de nuestro presidente. Y no le conviene enfrentarse a los cubanos de allí, reacios a cualquier tipo de alivio para el gobierno de la isla.
Latinoamérica, por lo visto, es sólo parte del juego.