El narco y la ingenuidad mexicana
María Jimena Duzán
Colombia ya vivió en los años 80 lo que en México empieza a manifestarse, pero los enemigos aquí son aún más poderosos y sanguinarios de lo que fueron los cárteles de Medellín y Cali. María Jimena Duzán, reportera colombiana que vivió esa guerra en su país hace un cuarto de siglo, resalta las semejanzas en la evolución del conflicto y se asombra de las autoridades mexicanas, incapaces de leer correctamente lo que se les viene encima. Así lo plasma en un reportaje que el 22 de agosto publicó la revista colombiana Semana, con cuya autorización la revista Proceso reproduce los fragmentos más representativos.
BOGOTÁ.- El 16 de julio, un noticiero de televisión del estado de Michoacán recibió una llamada de un narcotraficante conocido como La Tuta, un portavoz de La Familia, el tenebroso cártel de la droga que opera en ese estado mexicano desde hace unos años. En un lenguaje atropellado, que por momentos era imposible de entender, La Tuta exhortó al gobierno a negociar con ellos un pacto nacional con el poderoso argumento de que eran un mal necesario que nunca se iba a acabar. "Si yo fallezco –dijo la Tuta–, pues ponen otro en mi lugar… y así se va a ir", exclamó en tono airado. "Por eso queremos llegar a un consenso, a un pacto nacional. No sé cómo, ¡pero hay que ponernos las pilas!… este es un mensaje para el presidente Felipe Calderón, a quien respetamos y admiramos...", subrayó. Y tras reafirmar que su pelea no era con el presidente ni con el Ejército, sino con el jefe de la Policía Federal (Genaro García Luna), a quien acusó de estar aliado con los otros cárteles para acabarlos, se despidió con un "Dios nos bendiga".
El día que llegué a México con el propósito de hacer un reportaje sobre la "guerra contra el narco", como le dicen en México, declarada por el gobierno de Calderón desde 2006, el impacto de esta llamada seguía latente. El episodio mediático había sido reproducido por toda la prensa mexicana manteniendo en vilo a la teleaudiencia como sólo lo logran las telenovelas de Televisa. A esta trama se le sumó otra aun más truculenta con la respuesta dada por el secretario de Gobernación Fernando Gómez Mont, quien en representación del gobierno de Calderón salió a retarlos en el tono propio de los machos mexicanos: "¡Los estamos esperando! –les dijo–. ¡Métanse con la autoridad y no con los ciudadanos!... esta es una invitación que les hacemos".
La respuesta gubernamental, lejos de calmar los ánimos, aumentó la sensación de desconcierto que se sentía en el ambiente. Sin embargo, para una periodista colombiana como yo, que le tocó vivir en carne propia la época del narcoterrorismo, este tipo de episodios parece calcado de otros que ya vivimos los colombianos hace 25 años, cuando los extraditables, al mando de Pablo Escobar, llamaban a las emisoras colombianas para dejar más o menos el mismo mensaje intimidatorio que sembró La Tuta en la televisión mexicana.
En ese entonces, los cárteles colombianos no habían asesinado ministros ni procuradores ni candidatos ni directores de periódicos; tampoco habían volado aviones ni puesto bombas en los centros comerciales, y su violencia permanecía contenida, circunscrita a sus peleas internas por el control de nuevas rutas y el acceso a nuevos mercados, como hoy parece estar sucediendo con los cárteles mexicanos, según lo aseguran las autoridades mexicanas. Eran épocas en que los colombianos aún podíamos viajar por el mundo sin necesidad de visas y nos indignaba cuando un país nos la imponía, como de hecho ya les empieza a pasar a los mexicanos, a quienes Canadá, su socio comercial del norte, les acaba de imponer la visa para entrar a ese país.
Este es un extracto del reportaje que publica la revista Proceso en su edición 1713 que empezó a circular el domingo 30 de agosto
Colombia ya vivió en los años 80 lo que en México empieza a manifestarse, pero los enemigos aquí son aún más poderosos y sanguinarios de lo que fueron los cárteles de Medellín y Cali. María Jimena Duzán, reportera colombiana que vivió esa guerra en su país hace un cuarto de siglo, resalta las semejanzas en la evolución del conflicto y se asombra de las autoridades mexicanas, incapaces de leer correctamente lo que se les viene encima. Así lo plasma en un reportaje que el 22 de agosto publicó la revista colombiana Semana, con cuya autorización la revista Proceso reproduce los fragmentos más representativos.
BOGOTÁ.- El 16 de julio, un noticiero de televisión del estado de Michoacán recibió una llamada de un narcotraficante conocido como La Tuta, un portavoz de La Familia, el tenebroso cártel de la droga que opera en ese estado mexicano desde hace unos años. En un lenguaje atropellado, que por momentos era imposible de entender, La Tuta exhortó al gobierno a negociar con ellos un pacto nacional con el poderoso argumento de que eran un mal necesario que nunca se iba a acabar. "Si yo fallezco –dijo la Tuta–, pues ponen otro en mi lugar… y así se va a ir", exclamó en tono airado. "Por eso queremos llegar a un consenso, a un pacto nacional. No sé cómo, ¡pero hay que ponernos las pilas!… este es un mensaje para el presidente Felipe Calderón, a quien respetamos y admiramos...", subrayó. Y tras reafirmar que su pelea no era con el presidente ni con el Ejército, sino con el jefe de la Policía Federal (Genaro García Luna), a quien acusó de estar aliado con los otros cárteles para acabarlos, se despidió con un "Dios nos bendiga".
El día que llegué a México con el propósito de hacer un reportaje sobre la "guerra contra el narco", como le dicen en México, declarada por el gobierno de Calderón desde 2006, el impacto de esta llamada seguía latente. El episodio mediático había sido reproducido por toda la prensa mexicana manteniendo en vilo a la teleaudiencia como sólo lo logran las telenovelas de Televisa. A esta trama se le sumó otra aun más truculenta con la respuesta dada por el secretario de Gobernación Fernando Gómez Mont, quien en representación del gobierno de Calderón salió a retarlos en el tono propio de los machos mexicanos: "¡Los estamos esperando! –les dijo–. ¡Métanse con la autoridad y no con los ciudadanos!... esta es una invitación que les hacemos".
La respuesta gubernamental, lejos de calmar los ánimos, aumentó la sensación de desconcierto que se sentía en el ambiente. Sin embargo, para una periodista colombiana como yo, que le tocó vivir en carne propia la época del narcoterrorismo, este tipo de episodios parece calcado de otros que ya vivimos los colombianos hace 25 años, cuando los extraditables, al mando de Pablo Escobar, llamaban a las emisoras colombianas para dejar más o menos el mismo mensaje intimidatorio que sembró La Tuta en la televisión mexicana.
En ese entonces, los cárteles colombianos no habían asesinado ministros ni procuradores ni candidatos ni directores de periódicos; tampoco habían volado aviones ni puesto bombas en los centros comerciales, y su violencia permanecía contenida, circunscrita a sus peleas internas por el control de nuevas rutas y el acceso a nuevos mercados, como hoy parece estar sucediendo con los cárteles mexicanos, según lo aseguran las autoridades mexicanas. Eran épocas en que los colombianos aún podíamos viajar por el mundo sin necesidad de visas y nos indignaba cuando un país nos la imponía, como de hecho ya les empieza a pasar a los mexicanos, a quienes Canadá, su socio comercial del norte, les acaba de imponer la visa para entrar a ese país.
Este es un extracto del reportaje que publica la revista Proceso en su edición 1713 que empezó a circular el domingo 30 de agosto