Calderón sí tiene proyecto de país
Guillermo Fabela Quiñones
Contra lo que se supone, que el gobierno de Felipe Calderón no tiene un proyecto de país, los nuevos libros de texto gratuitos de sexto grado nos indican lo contrario: sí lo tiene, pero no es el que conviene a los mexicanos. Al pretender borrar los periodos históricos que comprenden la Conquista y la Colonia, lo que se busca es despojar de nuestras raíces fundamentales a las nuevas generaciones, para hacerlas más fácil presa de las grandes corporaciones multinacionales que controlan el mundo. Bien saben que un pueblo sin historia y sin cultura es más moldeable y manejable, estrategia con la que los cinco países que se benefician con la globalización buscan apuntalar su dominio planetario en los años venideros.
Lo que asombra es la facilidad con la que el gobierno federal se presta a servir de peón a esos grandes intereses extranjeros. Aunque no debiéramos asombrarnos, porque es muy natural que actúe así. Su compromiso esencial, desde el sexenio de Miguel de la Madrid, no es con la sociedad nacional, sino con ese gran bloque de poder transnacional que dirigen unos cuantos hombres de incalculable poder político y económico, los titiriteros invisibles que mueven al mundo como les viene en gana.
Ellos son quienes han decidido que las nuevas generaciones de mexicanos pierdan su historia, y para lograrlo cuentan con peones eficaces, que incluso van más allá de las instrucciones recibidas con el fin de obtener un mejor trato de sus patrones.
Vemos así que se avanza rápidamente hacia la cabal desnacionalización del pueblo mexicano, situación adversa que no quiere ver Carlos Navarrete, senador del PRD y próximo presidente de la Cámara Alta. Minimizó el hecho con las siguientes palabras: “No voy a magnificar un tema que puede ser muy atractivo mediáticamente; me preocupa más que nuestros alumnos salgan reprobados en matemáticas y español”.
Entendemos así porqué fue autorizado por la oligarquía para encabezar el Senado, pues se presta con suma atingencia a validar las acciones reaccionarias que ordena la elite. Desde luego es fatal para el país que los educandos tengan tan bajos niveles en matemáticas y español, pero más aún lo es que perdamos nuestras raíces.
De ahí que los principales expertos en pedagogía de México, a una sola voz hayan condenado tan grave decisión del gobierno calderonista, quienes demandaron ser consultados para evitar errores tan lamentables. Lo que no deben saber éstos es que para el gobierno federal no se trata de un error, ni de una omisión, sino de una decisión bien meditada cuyo propósito central es convertir a las nuevas generaciones de mexicanos en ciudadanos sin historia, sin raíces, sin fundamentos en los cuales sustentar un devenir acorde con nuestra idiosincrasia nacional.
Esta medida es paralela a la que tomó Calderón de reducir el presupuesto a las universidades públicas, la cual un gobierno comprometido con el país jamás habría puesto en práctica. Al secretario Alonso Lujambio le pareció que no tenía importancia restar mil millones de pesos a los centros públicos de educación superior; con todo, a éstos les significa una importante desatención a programas fundamentales, como bien lo puntualizó el rector de la UNAM, José Narro, al informar que a ésta le serán descontados 200 millones de su de por sí exiguo presupuesto.
Así queda demostrado una vez más que a Calderón y a sus jefes no les interesa el futuro de las universidades públicas, porque éstas se contraponen a la estrategia del bloque imperial encaminada a limitar el desarrollo social y cultural de las naciones periféricas como México.
Es obvio que mil millones de pesos los pudo haber obtenido la Secretaría de Hacienda de cualquier ramo de los que no se quieren tocar, como el pago de intereses del IPAB. Esto no se hace, ni por asomo, porque el gobierno federal está para velar por los intereses de las grandes corporaciones empresariales y financieras, no para ser un árbitro imparcial en los conflictos que se generan por las enormes desigualdades que caracterizan a México. Esa cantidad, vale señalarlo, bien podría reunirla disminuyendo la propaganda televisiva sobre los supuestos “logros” de su administración en el tercer año de gobierno, absolutamente inútil y contraproducente, pues enoja a la ciudadanía oír la desfachatez con la que se le quiere tomar el pelo con mentiras tan obtusas. Y todavía se molesta Calderón porque recibe críticas a su catastrófica gestión gubernamental que ha empobrecido a cerca de 7 millones de mexicanos en este lapso.
Contra lo que se supone, que el gobierno de Felipe Calderón no tiene un proyecto de país, los nuevos libros de texto gratuitos de sexto grado nos indican lo contrario: sí lo tiene, pero no es el que conviene a los mexicanos. Al pretender borrar los periodos históricos que comprenden la Conquista y la Colonia, lo que se busca es despojar de nuestras raíces fundamentales a las nuevas generaciones, para hacerlas más fácil presa de las grandes corporaciones multinacionales que controlan el mundo. Bien saben que un pueblo sin historia y sin cultura es más moldeable y manejable, estrategia con la que los cinco países que se benefician con la globalización buscan apuntalar su dominio planetario en los años venideros.
Lo que asombra es la facilidad con la que el gobierno federal se presta a servir de peón a esos grandes intereses extranjeros. Aunque no debiéramos asombrarnos, porque es muy natural que actúe así. Su compromiso esencial, desde el sexenio de Miguel de la Madrid, no es con la sociedad nacional, sino con ese gran bloque de poder transnacional que dirigen unos cuantos hombres de incalculable poder político y económico, los titiriteros invisibles que mueven al mundo como les viene en gana.
Ellos son quienes han decidido que las nuevas generaciones de mexicanos pierdan su historia, y para lograrlo cuentan con peones eficaces, que incluso van más allá de las instrucciones recibidas con el fin de obtener un mejor trato de sus patrones.
Vemos así que se avanza rápidamente hacia la cabal desnacionalización del pueblo mexicano, situación adversa que no quiere ver Carlos Navarrete, senador del PRD y próximo presidente de la Cámara Alta. Minimizó el hecho con las siguientes palabras: “No voy a magnificar un tema que puede ser muy atractivo mediáticamente; me preocupa más que nuestros alumnos salgan reprobados en matemáticas y español”.
Entendemos así porqué fue autorizado por la oligarquía para encabezar el Senado, pues se presta con suma atingencia a validar las acciones reaccionarias que ordena la elite. Desde luego es fatal para el país que los educandos tengan tan bajos niveles en matemáticas y español, pero más aún lo es que perdamos nuestras raíces.
De ahí que los principales expertos en pedagogía de México, a una sola voz hayan condenado tan grave decisión del gobierno calderonista, quienes demandaron ser consultados para evitar errores tan lamentables. Lo que no deben saber éstos es que para el gobierno federal no se trata de un error, ni de una omisión, sino de una decisión bien meditada cuyo propósito central es convertir a las nuevas generaciones de mexicanos en ciudadanos sin historia, sin raíces, sin fundamentos en los cuales sustentar un devenir acorde con nuestra idiosincrasia nacional.
Esta medida es paralela a la que tomó Calderón de reducir el presupuesto a las universidades públicas, la cual un gobierno comprometido con el país jamás habría puesto en práctica. Al secretario Alonso Lujambio le pareció que no tenía importancia restar mil millones de pesos a los centros públicos de educación superior; con todo, a éstos les significa una importante desatención a programas fundamentales, como bien lo puntualizó el rector de la UNAM, José Narro, al informar que a ésta le serán descontados 200 millones de su de por sí exiguo presupuesto.
Así queda demostrado una vez más que a Calderón y a sus jefes no les interesa el futuro de las universidades públicas, porque éstas se contraponen a la estrategia del bloque imperial encaminada a limitar el desarrollo social y cultural de las naciones periféricas como México.
Es obvio que mil millones de pesos los pudo haber obtenido la Secretaría de Hacienda de cualquier ramo de los que no se quieren tocar, como el pago de intereses del IPAB. Esto no se hace, ni por asomo, porque el gobierno federal está para velar por los intereses de las grandes corporaciones empresariales y financieras, no para ser un árbitro imparcial en los conflictos que se generan por las enormes desigualdades que caracterizan a México. Esa cantidad, vale señalarlo, bien podría reunirla disminuyendo la propaganda televisiva sobre los supuestos “logros” de su administración en el tercer año de gobierno, absolutamente inútil y contraproducente, pues enoja a la ciudadanía oír la desfachatez con la que se le quiere tomar el pelo con mentiras tan obtusas. Y todavía se molesta Calderón porque recibe críticas a su catastrófica gestión gubernamental que ha empobrecido a cerca de 7 millones de mexicanos en este lapso.