Calderón llegó débil a la Cumbre de Guadalajara
Revista Siempre
A pesar del despliegue informativo, la Cumbre de Guadalajara no se realizó bajo los mejores auspicios.
Desde la determinación de la agenda de la reunión quedó claro que para el presidente Barack Obama y para el primer ministro Stephen Harper, sus preocupaciones no eran una reforma migratoria o la anulación de la exigencia de visas canadienses para los viajeros mexicanos.
Es evidente que a los socios del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) les preocupa el deterioro de la economía mexicana y el deterioro en las condiciones de seguridad. Llegaron a Guadalajara casi como preguntándose: ¿y qué hacemos con México?
Nuestro deterioro económico ha sido más grave que en otras naciones del calibre de México, porque aquí a pesar de las advertencias, desde hace nueve años se gastan con singular displicencia los dineros del petróleo.
Y la violencia de la guerra contra el crimen organizado y las condiciones de inseguridad no le dan ninguna tranquilidad a Estados Unidos, pues tiene una frontera de 3 mil kilómetros con México.
Esas dos crisis, la económica y la de inseguridad, aunadas a una apabullante derrota en las elecciones legislativas, calaron en el ánimo del gobierno calderonista y le hicieron anímicamente llegar a la Cumbre en una posición de consciente debilidad.
Ha sido una cuestión de temple, pues no es la primera ocasión que México habla con los socios del TLCAN. Y, pese a todo, siempre lo ha hecho consciente de la responsabilidad que tiene el gobierno de la República de mantener una actitud digna.
Muestra de esa conciencia de debilidad calderonista fue la aceptación de la Iniciativa Mérida bajo condiciones que se obligan a informar del desempeño de policías y militares en el combate al crimen organizado. Informes que se obligó a entregar al Departamento de Estado y al Congreso estadunidense.
El incumplimiento haría perder el 15 por ciento del apoyo de la Iniciativa Mérida, algo así como 150 millones de dólares. A pesar de las penurias actuales de las finanzas públicas, seguramente que el secretario de Hacienda de alguna manera encontraría esos 2 mil 500 millones de pesos que harían falta.
Mala actitud. Sobre todo cuando el gobierno calderonista sabe que la crisis afecta y gravemente a Estados Unidos y Canadá. Y que por esa misma razón necesitan que México supere sus crisis, pues ninguno de los dos resistiría la oleada de migrantes que produciría un México convulso.
Es cierto, el gobierno calderonista heredó un TLCAN que creó una gran dependencia del mercado estadunidense, pero también lo es que el acuerdo comercial consiguió crear un intercambio que sobrepasa los 300 mil millones de dólares al año. Ahora que está en crisis el gran mercado norteamericano, sufrimos las consecuencias.
Pero Estados Unidos y Canadá necesitan a México como mercado para sus productos, como proveedor de mano de obra y proveedor de materias primas.
El problema ha sido que en los pasados nueve años México ha carecido de una política industrial que se articule con su política exterior. Todo se ha dejado a la improvisación.
Difícilmente se van a articular las políticas excepcionales que requiere la actual situación si seguimos pensando en ser humildes, porque somos débiles y ellos muy fuertes. Eso significa llegar derrotado a una negociación.
Por eso, el gobierno calderonista, aturdido por la crisis económica, ha sido incapaz de romper paradigmas y moldes ideológicos. No se da cuenta del momento que atraviesa Estados Unidos, un momento en el cual está por sufrir un proceso de desindustrialización. Esas plantas deberían venir a México para generar los empleos que necesitamos y luego para enviar los productos terminados a precios competitivos al gran mercado oriental, el de mayor crecimiento. Ganaría México, pero sobre todo ganarían Estados Unidos y Canadá.
Para aprovechar la ventana de oportunidad hace falta audacia, la misma audacia que, como recordó el rector de la UNAM, José Narro Robles, permitió hace cincuenta años a México pensar y construir grandes proyectos e instituciones.
La misma audacia que llevó a otros mexicanos a negociar el TLCAN, un simple acuerdo comercial, sí, pero así se le dio orden y marco jurídico al inevitable comercio entre México y las naciones de Norteamérica.
Es la misma audacia que en otras negociaciones con los socios del TLCAN nos hizo entender que nuestra debilidad puede ser fortaleza, porque nuestra prosperidad la necesitan ellos como si fuera oxígeno.
Es la vieja historia de Abraham e Isaac. La esposa de Abraham va a decirle a Isaac que su marido no duerme porque no puede pagarle lo que le debe. A poco, quien perdió el sueño fue Isaac.
Así, con esa confianza tiene que acercarse México a las negociaciones, a cualquier negociación con sus socios del TLCAN.
Por eso el ambiente de la Cumbre de Guadalajara reflejó la profunda desconfianza en sí mismos de los miembros del gobierno calderonista.
Y lo que es peor, la profunda desconfianza que tienen en el enorme potencial de México y de los mexicanos.
A pesar del despliegue informativo, la Cumbre de Guadalajara no se realizó bajo los mejores auspicios.
Desde la determinación de la agenda de la reunión quedó claro que para el presidente Barack Obama y para el primer ministro Stephen Harper, sus preocupaciones no eran una reforma migratoria o la anulación de la exigencia de visas canadienses para los viajeros mexicanos.
Es evidente que a los socios del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) les preocupa el deterioro de la economía mexicana y el deterioro en las condiciones de seguridad. Llegaron a Guadalajara casi como preguntándose: ¿y qué hacemos con México?
Nuestro deterioro económico ha sido más grave que en otras naciones del calibre de México, porque aquí a pesar de las advertencias, desde hace nueve años se gastan con singular displicencia los dineros del petróleo.
Y la violencia de la guerra contra el crimen organizado y las condiciones de inseguridad no le dan ninguna tranquilidad a Estados Unidos, pues tiene una frontera de 3 mil kilómetros con México.
Esas dos crisis, la económica y la de inseguridad, aunadas a una apabullante derrota en las elecciones legislativas, calaron en el ánimo del gobierno calderonista y le hicieron anímicamente llegar a la Cumbre en una posición de consciente debilidad.
Ha sido una cuestión de temple, pues no es la primera ocasión que México habla con los socios del TLCAN. Y, pese a todo, siempre lo ha hecho consciente de la responsabilidad que tiene el gobierno de la República de mantener una actitud digna.
Muestra de esa conciencia de debilidad calderonista fue la aceptación de la Iniciativa Mérida bajo condiciones que se obligan a informar del desempeño de policías y militares en el combate al crimen organizado. Informes que se obligó a entregar al Departamento de Estado y al Congreso estadunidense.
El incumplimiento haría perder el 15 por ciento del apoyo de la Iniciativa Mérida, algo así como 150 millones de dólares. A pesar de las penurias actuales de las finanzas públicas, seguramente que el secretario de Hacienda de alguna manera encontraría esos 2 mil 500 millones de pesos que harían falta.
Mala actitud. Sobre todo cuando el gobierno calderonista sabe que la crisis afecta y gravemente a Estados Unidos y Canadá. Y que por esa misma razón necesitan que México supere sus crisis, pues ninguno de los dos resistiría la oleada de migrantes que produciría un México convulso.
Es cierto, el gobierno calderonista heredó un TLCAN que creó una gran dependencia del mercado estadunidense, pero también lo es que el acuerdo comercial consiguió crear un intercambio que sobrepasa los 300 mil millones de dólares al año. Ahora que está en crisis el gran mercado norteamericano, sufrimos las consecuencias.
Pero Estados Unidos y Canadá necesitan a México como mercado para sus productos, como proveedor de mano de obra y proveedor de materias primas.
El problema ha sido que en los pasados nueve años México ha carecido de una política industrial que se articule con su política exterior. Todo se ha dejado a la improvisación.
Difícilmente se van a articular las políticas excepcionales que requiere la actual situación si seguimos pensando en ser humildes, porque somos débiles y ellos muy fuertes. Eso significa llegar derrotado a una negociación.
Por eso, el gobierno calderonista, aturdido por la crisis económica, ha sido incapaz de romper paradigmas y moldes ideológicos. No se da cuenta del momento que atraviesa Estados Unidos, un momento en el cual está por sufrir un proceso de desindustrialización. Esas plantas deberían venir a México para generar los empleos que necesitamos y luego para enviar los productos terminados a precios competitivos al gran mercado oriental, el de mayor crecimiento. Ganaría México, pero sobre todo ganarían Estados Unidos y Canadá.
Para aprovechar la ventana de oportunidad hace falta audacia, la misma audacia que, como recordó el rector de la UNAM, José Narro Robles, permitió hace cincuenta años a México pensar y construir grandes proyectos e instituciones.
La misma audacia que llevó a otros mexicanos a negociar el TLCAN, un simple acuerdo comercial, sí, pero así se le dio orden y marco jurídico al inevitable comercio entre México y las naciones de Norteamérica.
Es la misma audacia que en otras negociaciones con los socios del TLCAN nos hizo entender que nuestra debilidad puede ser fortaleza, porque nuestra prosperidad la necesitan ellos como si fuera oxígeno.
Es la vieja historia de Abraham e Isaac. La esposa de Abraham va a decirle a Isaac que su marido no duerme porque no puede pagarle lo que le debe. A poco, quien perdió el sueño fue Isaac.
Así, con esa confianza tiene que acercarse México a las negociaciones, a cualquier negociación con sus socios del TLCAN.
Por eso el ambiente de la Cumbre de Guadalajara reflejó la profunda desconfianza en sí mismos de los miembros del gobierno calderonista.
Y lo que es peor, la profunda desconfianza que tienen en el enorme potencial de México y de los mexicanos.