Y ahora los subalternos
Indice Político
CON LA MITAD de la plaza todavía regateándole la confirmación de su alternativa –quienes compraron butacas de sol (azteca)--, el señor Felipe Calderón ha concluido apenas el primer tercio de su faena. Capoteó sin destreza ni suerte. Nada más.
Brillaron más sobre la arena matadores con trajes de luces tricolores, quienes más de una ocasión tuvieron que salir al quite, cuando el capote se le enredaba a Calderón.
Chalado por las tragedias personales, con una mancha de sangre sobre el traje azul y plata muy cerca del corazón, inicia el tercio de banderillas sin subalternos. De suyo, ha tenido que recurrir a otros matadores para que sus cuadrillas le apoyen en la colocación de los rehiletes sobre el burel. Puro en ristre, el avezado ex torero y, eso sí, siempre empresario Diego Fernández de Cevallos ha enfilado ya a dos de los suyos, no tan chavales, para los primeros cuatro dardos.
Desgarbados, pero muy muy diestros –muy de derecha, pues— han aparecido ya por el redondel Fernando Gómez Mont y Felipe Bravo Mena, quienes regresan a la plaza, después de haberse mantenido lejos. Ni siquiera en las gradas preferentes, ¡vaya! Menos aún en las primeras barreras.
Van a banderillar al toro, pero no se les augura mucha suerte.
Y aunque imprevisible, nadie espera que el matador Calderón se encargue en este tercio de colocar el tercer par de banderillas, por lo que imaginar que hasta podría pedir a la Autoridad permiso para un cuarto que colocara él mismo, resulta inimaginable.
Está dolido. La fiesta no fue como él la hubiera querido. Y es que para empezar, entró a la plaza por donde ingresan las reses, a hurtadillas. No disfrutó del paseíllo, pues el matador vestido de oro y negro se lo impidió con un plantón. De ahí en adelante, prácticamente nada le salió bien.
Todo aquello que los carteles anunciaban, ha resultado al revés. A veces hasta pareciera que ni él mismo cree en esa sui generis confirmación de su alternativa como matador. Y por ello, cuando no se le ha enredado el capote, le han caído cojines desde el cielo.
Peor todavía: la plaza está ensangrentada. Y como para rematar: su cuadrilla se deshizo en desdichas sorpresivas y constantes pleitos internos pues todos competían por colocar la coleta al matador.
El respetable se ha impacientado y no son pocos los que han abandonado los tendidos, pero también las barreras preferentes para irse al vecino coso del norte que, aunque en dificultades, cuando menos garantiza seguridad.
El matador Calderón descansa por el momento en los subalternos que le han prestado. Planea formar una nueva cuadrilla albicelescte en septiembre próximo, aunque él mismo sabe que no será del tamaño de la que ya perdió.
Con nuevos subalternos, pues, se enfilará al último tercio. Sabe que es en le que se jugará el ser o no ser, que su faena pase a la historia o que no signifique nada.
Y en la plaza no son pocos quienes desde ya se preguntan si empuñará él mismo la muleta y la espada, ¿o también pedirá que lo haga otro por él?
CON LA MITAD de la plaza todavía regateándole la confirmación de su alternativa –quienes compraron butacas de sol (azteca)--, el señor Felipe Calderón ha concluido apenas el primer tercio de su faena. Capoteó sin destreza ni suerte. Nada más.
Brillaron más sobre la arena matadores con trajes de luces tricolores, quienes más de una ocasión tuvieron que salir al quite, cuando el capote se le enredaba a Calderón.
Chalado por las tragedias personales, con una mancha de sangre sobre el traje azul y plata muy cerca del corazón, inicia el tercio de banderillas sin subalternos. De suyo, ha tenido que recurrir a otros matadores para que sus cuadrillas le apoyen en la colocación de los rehiletes sobre el burel. Puro en ristre, el avezado ex torero y, eso sí, siempre empresario Diego Fernández de Cevallos ha enfilado ya a dos de los suyos, no tan chavales, para los primeros cuatro dardos.
Desgarbados, pero muy muy diestros –muy de derecha, pues— han aparecido ya por el redondel Fernando Gómez Mont y Felipe Bravo Mena, quienes regresan a la plaza, después de haberse mantenido lejos. Ni siquiera en las gradas preferentes, ¡vaya! Menos aún en las primeras barreras.
Van a banderillar al toro, pero no se les augura mucha suerte.
Y aunque imprevisible, nadie espera que el matador Calderón se encargue en este tercio de colocar el tercer par de banderillas, por lo que imaginar que hasta podría pedir a la Autoridad permiso para un cuarto que colocara él mismo, resulta inimaginable.
Está dolido. La fiesta no fue como él la hubiera querido. Y es que para empezar, entró a la plaza por donde ingresan las reses, a hurtadillas. No disfrutó del paseíllo, pues el matador vestido de oro y negro se lo impidió con un plantón. De ahí en adelante, prácticamente nada le salió bien.
Todo aquello que los carteles anunciaban, ha resultado al revés. A veces hasta pareciera que ni él mismo cree en esa sui generis confirmación de su alternativa como matador. Y por ello, cuando no se le ha enredado el capote, le han caído cojines desde el cielo.
Peor todavía: la plaza está ensangrentada. Y como para rematar: su cuadrilla se deshizo en desdichas sorpresivas y constantes pleitos internos pues todos competían por colocar la coleta al matador.
El respetable se ha impacientado y no son pocos los que han abandonado los tendidos, pero también las barreras preferentes para irse al vecino coso del norte que, aunque en dificultades, cuando menos garantiza seguridad.
El matador Calderón descansa por el momento en los subalternos que le han prestado. Planea formar una nueva cuadrilla albicelescte en septiembre próximo, aunque él mismo sabe que no será del tamaño de la que ya perdió.
Con nuevos subalternos, pues, se enfilará al último tercio. Sabe que es en le que se jugará el ser o no ser, que su faena pase a la historia o que no signifique nada.
Y en la plaza no son pocos quienes desde ya se preguntan si empuñará él mismo la muleta y la espada, ¿o también pedirá que lo haga otro por él?