Devaluados
Jacobo Zabludovsky
Hoy, cuando el presidente Felipe Calderón apague las velitas de aniversario, a cada mexicano nos tocará una cienmillonésima rebanada de un pastel más pequeño que el de hace dos años.
Por donde se vea, el balance de la tercera parte del sexenio no estimula el ánimo para la fiesta. No hay motivo. Para empezar, aunque la palabra devaluación está prohibida en los grandes consorcios de la información electrónica, eso es exactamente lo que ha sufrido el peso y en 40%, que no es pelo de rana. El dólar se va a las nubes en dos vehículos, uno el de su costo en pesos y otro en que se hace inalcanzable: la disminución de las remesas de los trabajadores mexicanos en Estados Unidos, la baja del precio del petróleo, el descenso de las otras exportaciones y la disminución de turistas, incluso de los más osados desafiantes de los peligros de pasear por México.
La Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico anuncia un desplome de la economía mexicana que no se recuperará hasta 2010, quizá. Será nulo el crecimiento en 2009. El número de desempleados crece en un país en que a los limpiadores de parabrisas y a las marías y sus chilpayates, para alivianar la estadística, no se les cuenta entre los desocupados sino entre los prestadores de servicios o pequeños empresarios emprendedores.
La inflación es cosa distinta a la devaluación, pero como algunas recetas, se toman juntas. Más de 6%. Según el Banco de México, los salarios disminuyeron 1.6% durante siete meses consecutivos porque la inflación los superó. Desde hace 11 años no se observaba un periodo tan largo de caída real del salario. Un análisis del Centro de Análisis Multidisciplinario de la Facultad de Economía afirma que “en lo que va del sexenio de Felipe Calderón, el poder adquisitivo del salario se ha reducido casi 24%”. El Congreso del Trabajo, tan afín al Ejecutivo, informa que “el salario de millones de trabajadores es insuficiente para cubrir sus necesidades”.
La crisis mundial agrava todo.
Mientras nos curamos el leve catarro pronosticado por el doctor (¿en medicina?) Carstens, vemos cómo se nos hizo bolas el engrudo del pastel en el ingrediente de la criminalidad. Era pan comido para el más idiota de los videntes, profetas, pronosticadores o investigadores de horóscopos predecir hace 100 días que cumplido el plazo de la sesión del salón de la Tesorería, no habríamos de lograr nada más, pero nada menos, que un obeso tambache de buenos deseos, acuerdos, comisiones, sistematizaciones, mediciones, propuestas, reasignaciones, instrucciones, correcciones, recomendaciones, consejos, copias a la oficialía de partes, sello de recibido en el Archivo General de la Nación y entrevistas en los noticiarios del carrusel.
La encuesta publicada el miércoles en EL UNIVERSAL, unas horas antes de vencerse el lapso fatal, comprueba que usted y yo no vemos resultados prácticos. Es obvio que la criminalidad es hoy mayor que hace 100 días y mucho más que hace dos años. Funcionarios nombrados en este bienio han sido cómplices de los peores delincuentes que México ha padecido. El poder económico, logístico y penetrante del narcotráfico todo lo ha distorsionado en dos años más que nunca. La cabeza principal de primera plana ese mismo miércoles, es sencilla: “Gobernadores fallan en pacto anticrimen”. Como si alguien hubiera confiado en que no fallarían, aunque sólo fuera en eso.
Y no hablemos de otros notorios acontecimientos de este primer tercio del sexenio: el rechazo por parte de la Suprema Corte de la ley Televisa se manipuló, como era previsible. La ley petrolera dejó la trampa abierta para que por ella entren y salgan los ratones, el desgarriate de las reformas al sistema educativo que, según la UNESCO, ha descendido en estos 24 meses del lugar 48 al 53 en la clasificación de 129 naciones del mundo. Agregue a todo eso los males antiguos que al hacerse viejos y actuales se hicieron peores: la miseria de millones que agobia a uno de cada tres mexicanos y la corrupción que abarca todos los niveles de la vida pública y privada. Ninguna batalla se ha ganado en esos dos frentes: pobreza y corrupción juegan parejas.
El presidente Calderón informó ayer domingo en Palacio Nacional sobre lo logrado en estos 24 meses. Diferimos. La mayoría de sus promesas del 1 de diciembre de 2006 no se han cumplido: seguro universal de salud, infraestructura a las escuelas básicas, empleos, guarderías y “espacios públicos libres de delincuencia”, etcétera. Cómo quisiera ser yo el equivocado. Pero no.
La percepción general basada en hechos evidentes es que los mexicanos nos hemos devaluado.
Y no sólo frente al dólar.
Hoy, cuando el presidente Felipe Calderón apague las velitas de aniversario, a cada mexicano nos tocará una cienmillonésima rebanada de un pastel más pequeño que el de hace dos años.
Por donde se vea, el balance de la tercera parte del sexenio no estimula el ánimo para la fiesta. No hay motivo. Para empezar, aunque la palabra devaluación está prohibida en los grandes consorcios de la información electrónica, eso es exactamente lo que ha sufrido el peso y en 40%, que no es pelo de rana. El dólar se va a las nubes en dos vehículos, uno el de su costo en pesos y otro en que se hace inalcanzable: la disminución de las remesas de los trabajadores mexicanos en Estados Unidos, la baja del precio del petróleo, el descenso de las otras exportaciones y la disminución de turistas, incluso de los más osados desafiantes de los peligros de pasear por México.
La Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico anuncia un desplome de la economía mexicana que no se recuperará hasta 2010, quizá. Será nulo el crecimiento en 2009. El número de desempleados crece en un país en que a los limpiadores de parabrisas y a las marías y sus chilpayates, para alivianar la estadística, no se les cuenta entre los desocupados sino entre los prestadores de servicios o pequeños empresarios emprendedores.
La inflación es cosa distinta a la devaluación, pero como algunas recetas, se toman juntas. Más de 6%. Según el Banco de México, los salarios disminuyeron 1.6% durante siete meses consecutivos porque la inflación los superó. Desde hace 11 años no se observaba un periodo tan largo de caída real del salario. Un análisis del Centro de Análisis Multidisciplinario de la Facultad de Economía afirma que “en lo que va del sexenio de Felipe Calderón, el poder adquisitivo del salario se ha reducido casi 24%”. El Congreso del Trabajo, tan afín al Ejecutivo, informa que “el salario de millones de trabajadores es insuficiente para cubrir sus necesidades”.
La crisis mundial agrava todo.
Mientras nos curamos el leve catarro pronosticado por el doctor (¿en medicina?) Carstens, vemos cómo se nos hizo bolas el engrudo del pastel en el ingrediente de la criminalidad. Era pan comido para el más idiota de los videntes, profetas, pronosticadores o investigadores de horóscopos predecir hace 100 días que cumplido el plazo de la sesión del salón de la Tesorería, no habríamos de lograr nada más, pero nada menos, que un obeso tambache de buenos deseos, acuerdos, comisiones, sistematizaciones, mediciones, propuestas, reasignaciones, instrucciones, correcciones, recomendaciones, consejos, copias a la oficialía de partes, sello de recibido en el Archivo General de la Nación y entrevistas en los noticiarios del carrusel.
La encuesta publicada el miércoles en EL UNIVERSAL, unas horas antes de vencerse el lapso fatal, comprueba que usted y yo no vemos resultados prácticos. Es obvio que la criminalidad es hoy mayor que hace 100 días y mucho más que hace dos años. Funcionarios nombrados en este bienio han sido cómplices de los peores delincuentes que México ha padecido. El poder económico, logístico y penetrante del narcotráfico todo lo ha distorsionado en dos años más que nunca. La cabeza principal de primera plana ese mismo miércoles, es sencilla: “Gobernadores fallan en pacto anticrimen”. Como si alguien hubiera confiado en que no fallarían, aunque sólo fuera en eso.
Y no hablemos de otros notorios acontecimientos de este primer tercio del sexenio: el rechazo por parte de la Suprema Corte de la ley Televisa se manipuló, como era previsible. La ley petrolera dejó la trampa abierta para que por ella entren y salgan los ratones, el desgarriate de las reformas al sistema educativo que, según la UNESCO, ha descendido en estos 24 meses del lugar 48 al 53 en la clasificación de 129 naciones del mundo. Agregue a todo eso los males antiguos que al hacerse viejos y actuales se hicieron peores: la miseria de millones que agobia a uno de cada tres mexicanos y la corrupción que abarca todos los niveles de la vida pública y privada. Ninguna batalla se ha ganado en esos dos frentes: pobreza y corrupción juegan parejas.
El presidente Calderón informó ayer domingo en Palacio Nacional sobre lo logrado en estos 24 meses. Diferimos. La mayoría de sus promesas del 1 de diciembre de 2006 no se han cumplido: seguro universal de salud, infraestructura a las escuelas básicas, empleos, guarderías y “espacios públicos libres de delincuencia”, etcétera. Cómo quisiera ser yo el equivocado. Pero no.
La percepción general basada en hechos evidentes es que los mexicanos nos hemos devaluado.
Y no sólo frente al dólar.