Es la impunidad, ESTUPIDOS!
Indice Político
CIEN DÍAS NO bastan. Pueden ser mil. O cien meses. La situación de inseguridad en el país prevalecerá en tanto no se combata, en serio, a la impunidad. Pueden darles plazos. Pedirles que renuncien si no son capaces de realizar las tareas por las que cobran estipendios que se comparan a los de jeques árabes. “Aguantan” que les digan desmadrados. Se les resbalan las críticas. Continúan peleando entre ellos, echándose “la bolita” unos a otros”. Todo lo resisten. Se les resbala todo –hasta el “¡eso es no tener madre!” que, en justeza, les recetara el padre de la secuestrada Silvia Vargas--, y no combaten, en serio, a la impunidad. Los impunes aparecen por doquier. Organizan encuentros democráticos en sus ranchos nuevos o remodelados e invitan a la prensa a que atestigüe y dé cuenta de su cinismo. O bien presumen sus ganancias, obtenidas “haiga sido como haiga sido”. Son clientes frecuentes de las columnas periodísticas que reseñan sus actividades empresariales y sonrientes ven sus nombres en letras negritas. Buscan cargos públicos, ya sea de designación o por la cada vez más sospechosa vía de la elección “popular” (jejeje), para obtener mayores inmunidades o para ampliar los plazos de sus fueros. La impunidad es el cáncer que nos corroe. Delinquen y no hay castigo. Si los plazos se vencen sin resultados concretos, peor están los anuncios que acaban por valer sombrilla, gorro o madre. Nueva legislación, ¿para qué si la impunidad seguirá campeando? Más policías, únicas o diversificadas, ¿para qué, si la impunidad se impone? Más vehículos nuevas, armas y chalecos blindados, ¿de qué sirven, si la impunidad también brilla en las corruptas licitaciones a través de las cuales se adquieren los equipos? Arturo González de Aragón, auditor superior de la Federación, recordaba en enero de 2007 que “un estudio reciente realizado en 2006 por un investigador de la UNAM, arrojó que de cada 100 delitos que se denuncian en México, sólo se resuelven entre 2 y 3, por lo que quedan sin atenderse entre 97 y 98 denuncias, lo que refleja la alta impunidad existente en el país. Esta es una de las razones por las que los ciudadanos se niegan a denunciar los delitos, en vista de que no tienen confianza en la justicia mexicana y además se exponen a las represalias de los delincuentes que actúan en contubernio con las autoridades.” Y ponía el dedo en la llaga: “La corrupción y la impunidad son, como dicen los especialistas, el mayor impuesto que tienen que pagar los ciudadanos. Estos flagelos que ofenden tanto a los mexicanos, son un insulto a la pobreza de la población y una gran traición de los hombres del poder a los más altos valores de la nación. La desfachatez, el descaro y el cinismo de los hombres del poder, sólo reflejan una sociedad en periodo acelerado de descomposición que amenazan con desbarrancar al país y mandarlo al desfiladero, arrastrando el valor y la historia de esta gran nación. El intercambio de complacencias está siempre presente…” Celebrar reuniones, como la que habrá mañana, nada más para verse las caras, es también vernos la cara a los contribuyentes. El problema son ellos. Los impunes. Pero no habrá quien les grite, ¡es la impunidad, estúpidos!
CIEN DÍAS NO bastan. Pueden ser mil. O cien meses. La situación de inseguridad en el país prevalecerá en tanto no se combata, en serio, a la impunidad. Pueden darles plazos. Pedirles que renuncien si no son capaces de realizar las tareas por las que cobran estipendios que se comparan a los de jeques árabes. “Aguantan” que les digan desmadrados. Se les resbalan las críticas. Continúan peleando entre ellos, echándose “la bolita” unos a otros”. Todo lo resisten. Se les resbala todo –hasta el “¡eso es no tener madre!” que, en justeza, les recetara el padre de la secuestrada Silvia Vargas--, y no combaten, en serio, a la impunidad. Los impunes aparecen por doquier. Organizan encuentros democráticos en sus ranchos nuevos o remodelados e invitan a la prensa a que atestigüe y dé cuenta de su cinismo. O bien presumen sus ganancias, obtenidas “haiga sido como haiga sido”. Son clientes frecuentes de las columnas periodísticas que reseñan sus actividades empresariales y sonrientes ven sus nombres en letras negritas. Buscan cargos públicos, ya sea de designación o por la cada vez más sospechosa vía de la elección “popular” (jejeje), para obtener mayores inmunidades o para ampliar los plazos de sus fueros. La impunidad es el cáncer que nos corroe. Delinquen y no hay castigo. Si los plazos se vencen sin resultados concretos, peor están los anuncios que acaban por valer sombrilla, gorro o madre. Nueva legislación, ¿para qué si la impunidad seguirá campeando? Más policías, únicas o diversificadas, ¿para qué, si la impunidad se impone? Más vehículos nuevas, armas y chalecos blindados, ¿de qué sirven, si la impunidad también brilla en las corruptas licitaciones a través de las cuales se adquieren los equipos? Arturo González de Aragón, auditor superior de la Federación, recordaba en enero de 2007 que “un estudio reciente realizado en 2006 por un investigador de la UNAM, arrojó que de cada 100 delitos que se denuncian en México, sólo se resuelven entre 2 y 3, por lo que quedan sin atenderse entre 97 y 98 denuncias, lo que refleja la alta impunidad existente en el país. Esta es una de las razones por las que los ciudadanos se niegan a denunciar los delitos, en vista de que no tienen confianza en la justicia mexicana y además se exponen a las represalias de los delincuentes que actúan en contubernio con las autoridades.” Y ponía el dedo en la llaga: “La corrupción y la impunidad son, como dicen los especialistas, el mayor impuesto que tienen que pagar los ciudadanos. Estos flagelos que ofenden tanto a los mexicanos, son un insulto a la pobreza de la población y una gran traición de los hombres del poder a los más altos valores de la nación. La desfachatez, el descaro y el cinismo de los hombres del poder, sólo reflejan una sociedad en periodo acelerado de descomposición que amenazan con desbarrancar al país y mandarlo al desfiladero, arrastrando el valor y la historia de esta gran nación. El intercambio de complacencias está siempre presente…” Celebrar reuniones, como la que habrá mañana, nada más para verse las caras, es también vernos la cara a los contribuyentes. El problema son ellos. Los impunes. Pero no habrá quien les grite, ¡es la impunidad, estúpidos!