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domingo, 31 de agosto de 2008

La Ruth que todos quieren

Francisco Rodríguez

HOMBRES Y MUJERES por igual, todos quisiéramos tener una Ruth Zavaleta en la casa, en el taller o en la oficina, porque como dice el jingle comercial, "¡ah qué buena medicina!"

Para el marketing, para que todo mundo se llevara una consigo, podría bordarse en torno de cómo es que las Ruth que hay en este mundo –no muchas, quién sabe si por ventura o para nuestra desgracia-- son harto complacientes.

Sirven lo mismo para un barrido que para un fregado. A veces, la verdad, hasta se pasan. Lo mejor de todo, es que el pago por sus servicios, todo así lo indica, está al alcance de prácticamente todos los bolsillos, aún con la crisis económica que hoy todos padecemos.

¿Qué en una eventualidad necesita usted dar la cara a sus acreedores? No se preocupe. Ahí estaría su personal Ruth, versión financiera, saliendo en su defensa y blandiendo los más increíbles argumentos macroeconómicos del porqué no se han cubierto los adeudos.

¿Que en la oficina a usted lo tachan de incumplido con sus obligaciones, de ocupar un cargo para el cual no está ni remotamente preparado pero al que llegó por ser recomendado de alguien, de no acudir a trabajar por las tardes, pues se excede usted con los aperitivos y las sobremesas coñaqueras? Ni se inmute. Ahí tendría usted a su Ruth, en papel laboral, intentado "sacar" la chamba que a usted le corresponde y, claro, cubriéndole las espaldas, ante quien le paga su sueldo.

Un tanto mejor cotizada en el mercado, dada su escasez, estaría la versión industrial de su Ruth personal. Y es que es ahí cuando se pasa de chambeadora.

Le pide usted que cuide un asiento, y aparta todo el butaquerío del centro de espectáculos. Le solicita dividir, y se empeña en hacer añicos.

Un par de inconvenientes –los infaltables "peros"--, tendrían los clones de Zavaleta que salieran a la venta en el mercado. No el del costo, que como le dije líneas arriba, sino el de la insuflación y la desbordada imaginación, problemas ambos que los técnicos tendrían que solucionar.

Insuflada, henchida, su Ruth querría ya no sólo unir a las dos Coreas como aquél cuyas máscaras inundan los cruceros callejeros, o regresar a los Somoza a gobernar Nicaragua, por ejemplo. Querría también convertirse en factótum de las elecciones estadounidenses, intentando traer a Barack Obama como huésped de quien la poseyera.

Y en cuanto a la imaginación desbordada, ¡uf, vaya que ahí sí que hay una complicación! Porque la versión original –y, pensándolo mejor, espero que irrepetible--, visualiza hasta arsenales nucleares en fiestas infantiles, cuando no bombas molotov en ceremonias de risa loca.

El pago, le he dicho, es módico. Si acaso un par de promesas que, con la mano en la cintura, tranquilamente, usted podría incumplirle –cual lo hace con el resto de sus acreedores.

Que si una oficina en un gobierno estatal, desde la cual pudiese dar el salto hacia la gobernación misma de la entidad que usted escoja. O la dirección nacional de un partido político que, por supuesto, no sea el suyo, sino el que le caiga "más pior" o al que haya "derrotado", cual se dice, "haiga sido como haiga sido".

Al final, usted lo comprobará, quedará conforme con el pago: una sillita. La misma que le encargaron apartar hace un par de años. Ahí empezó. Circular, hasta ahí llegará.