Con marcha o sin ella ... ¿Ganando la guerra contra la delincuencia?
David Garay Maldonado
El combate a la criminalidad, la investigación de los hechos delictivos y la posible detención de los delincuentes, viene siendo una especie de fusible para el funcionamiento de nuestro régimen político, económico y social.
Hoy, inclusive se pone en duda la gobernabilidad del país, atendiendo al aumento del índice de delitos que agraden la integridad personal y patrimonial de la población.
Si bien la autoridad, sobre todo federal, destina mayor cantidad de recursos al combate a los delitos contra la salud, en su modalidad de “narcotráfico”, es notorio y sin menoscabo de aquél que a la mayoría de la ciudadanía lo que más le afecta son los delitos que atentan directamente contra la vida e integridad corporal, contra su libertad personal y contra sus bienes.
Somos testigos día a día del gran número de ejecutados que aparecen en diferentes entidades federativas, sin que propiamente ninguna quede a salvo de la violencia, régimen de temor e inseguridad que ello produce.
Los muertos son sicarios, narcos, policías, militares, autoridades civiles, menores de edad y hasta familias completas. Cada vez se “aseguran” más bienes de “propiedad” de delincuentes, así como armas y droga. Sin embargo, existe la percepción de que el narcotráfico convive, penetra e influye más en casi todos los sectores de la sociedad.
Parece que la influencia del narco es la regla y la excepción es que no se esté involucrado, así, hasta su presencia en las campañas políticas y consecuentemente en la imposición de autoridades policiales que quedan subordinadas a sus intereses y sus nóminas de pago y mediante esa filtración en los cuerpos policiales obtienen todo tipo de privilegios y salvoconductos.
Por otra parte, hemos llegado a la cada vez más frecuente utilización de mensajes espectaculares colocados en la vía pública amenazando a grupos de narcos contrarios, a autoridades, policías y militares. También estamos en el extremo de que si antes se ofrecía recompensa por la entrega, en algún momento de la historia, vivo o muerto del delincuente o victimario, hoy se suplica por piedad la devolución de la víctima del secuestro a cambio de entregar al delincuente una recompensa de corazón, sin rencor ni odio y que además se ganará el cielo.
Con acuerdo cupular o no, con marcha o sin ella, ¿está la autoridad ganando la guerra contra la delincuencia?
El combate a la criminalidad, la investigación de los hechos delictivos y la posible detención de los delincuentes, viene siendo una especie de fusible para el funcionamiento de nuestro régimen político, económico y social.
Hoy, inclusive se pone en duda la gobernabilidad del país, atendiendo al aumento del índice de delitos que agraden la integridad personal y patrimonial de la población.
Si bien la autoridad, sobre todo federal, destina mayor cantidad de recursos al combate a los delitos contra la salud, en su modalidad de “narcotráfico”, es notorio y sin menoscabo de aquél que a la mayoría de la ciudadanía lo que más le afecta son los delitos que atentan directamente contra la vida e integridad corporal, contra su libertad personal y contra sus bienes.
Somos testigos día a día del gran número de ejecutados que aparecen en diferentes entidades federativas, sin que propiamente ninguna quede a salvo de la violencia, régimen de temor e inseguridad que ello produce.
Los muertos son sicarios, narcos, policías, militares, autoridades civiles, menores de edad y hasta familias completas. Cada vez se “aseguran” más bienes de “propiedad” de delincuentes, así como armas y droga. Sin embargo, existe la percepción de que el narcotráfico convive, penetra e influye más en casi todos los sectores de la sociedad.
Parece que la influencia del narco es la regla y la excepción es que no se esté involucrado, así, hasta su presencia en las campañas políticas y consecuentemente en la imposición de autoridades policiales que quedan subordinadas a sus intereses y sus nóminas de pago y mediante esa filtración en los cuerpos policiales obtienen todo tipo de privilegios y salvoconductos.
Por otra parte, hemos llegado a la cada vez más frecuente utilización de mensajes espectaculares colocados en la vía pública amenazando a grupos de narcos contrarios, a autoridades, policías y militares. También estamos en el extremo de que si antes se ofrecía recompensa por la entrega, en algún momento de la historia, vivo o muerto del delincuente o victimario, hoy se suplica por piedad la devolución de la víctima del secuestro a cambio de entregar al delincuente una recompensa de corazón, sin rencor ni odio y que además se ganará el cielo.
Con acuerdo cupular o no, con marcha o sin ella, ¿está la autoridad ganando la guerra contra la delincuencia?