No confiar en la derecha pripanista
Revista Siempre
Son muchas las voces en la prensa nacional que afirman que ya fracasó el intento de Felipe Calderón por privatizar Pemex. Entre los motivos argumentados por esas voces está la negativa pública del PRI para respaldar el intento privatizador y extranjerizador de Felipe Calderón.
La experiencia, sin embargo, enseña que una declaración priísta, por más solemne que sea, no es nunca digna de crédito. El PRI y sus más altos dirigentes, del pasado y del presente, son como aquel conductor de automóvil que prende su luz direccional izquierda pero da vuelta a la derecha. ¿Ya se olvidó aquella categórica declaración del usurpador Salinas en el sentido de que su gobierno no pretendía firmar un tratado de libre comercio con Estados Unidos? Luz direccional izquierda y, finalmente, vuelta a la derecha.
Pero si de verdad estamos ante un frenón de la iniciativa privatizadora, habría que inquirir sobre el porqué. Y frente a la baraja de posibilidades que explicarían ese frenazo, no parece haber otra más poderosa que la movilización popular organizada por Andrés Manuel López Obrador contra la privatización de Pemex.
Panistas, priístas y otras fuerzas de la derecha han calibrado certeramente que una marea social en movimiento contra la venta de Pemex sería una fuerza sólo vencible mediante el uso de la represión violenta: policía, cárcel, tribunales y, en última pero necesaria instancia, el Ejército, con sus fusiles, bayonetas, tanques y carros de combate en las calles y plazas de todo el país. Quizás la sola posibilidad de un nuevo, sangriento y mortal 1968 esté llevando a la cúpula pripanista, en un acto de sensatez política, a frenar el proyecto privatizador.
Nunca será aconsejable, sin embargo, confiar en la sensatez de la derecha pripanista. Es tan grande y promete ser tan rentable el negocio de la venta de Pemex, que no puede descartarse que, ahora mismo o en fecha próxima, Calderón y sus mandantes estadounidenses y españoles se decidan a arrostrar los riesgos de una insurrección popular que, civil y pacífica, tendría que ser sofocada necesariamente con la fuerza de las armas.
De modo que la moneda está en el aire. No se sabe cómo habrán de proceder Calderón y sus patrones extranjeros. Pero las fuerzas patrióticas no pueden bajar la guardia.
Saben bien que la vía parlamentaria y judicial está cerrada, lo que obliga a la movilización social si se quiere evitar la nueva entrada a saco en los recursos de la nación que significaría privatizar el petróleo.
Son muchas las voces en la prensa nacional que afirman que ya fracasó el intento de Felipe Calderón por privatizar Pemex. Entre los motivos argumentados por esas voces está la negativa pública del PRI para respaldar el intento privatizador y extranjerizador de Felipe Calderón.
La experiencia, sin embargo, enseña que una declaración priísta, por más solemne que sea, no es nunca digna de crédito. El PRI y sus más altos dirigentes, del pasado y del presente, son como aquel conductor de automóvil que prende su luz direccional izquierda pero da vuelta a la derecha. ¿Ya se olvidó aquella categórica declaración del usurpador Salinas en el sentido de que su gobierno no pretendía firmar un tratado de libre comercio con Estados Unidos? Luz direccional izquierda y, finalmente, vuelta a la derecha.
Pero si de verdad estamos ante un frenón de la iniciativa privatizadora, habría que inquirir sobre el porqué. Y frente a la baraja de posibilidades que explicarían ese frenazo, no parece haber otra más poderosa que la movilización popular organizada por Andrés Manuel López Obrador contra la privatización de Pemex.
Panistas, priístas y otras fuerzas de la derecha han calibrado certeramente que una marea social en movimiento contra la venta de Pemex sería una fuerza sólo vencible mediante el uso de la represión violenta: policía, cárcel, tribunales y, en última pero necesaria instancia, el Ejército, con sus fusiles, bayonetas, tanques y carros de combate en las calles y plazas de todo el país. Quizás la sola posibilidad de un nuevo, sangriento y mortal 1968 esté llevando a la cúpula pripanista, en un acto de sensatez política, a frenar el proyecto privatizador.
Nunca será aconsejable, sin embargo, confiar en la sensatez de la derecha pripanista. Es tan grande y promete ser tan rentable el negocio de la venta de Pemex, que no puede descartarse que, ahora mismo o en fecha próxima, Calderón y sus mandantes estadounidenses y españoles se decidan a arrostrar los riesgos de una insurrección popular que, civil y pacífica, tendría que ser sofocada necesariamente con la fuerza de las armas.
De modo que la moneda está en el aire. No se sabe cómo habrán de proceder Calderón y sus patrones extranjeros. Pero las fuerzas patrióticas no pueden bajar la guardia.
Saben bien que la vía parlamentaria y judicial está cerrada, lo que obliga a la movilización social si se quiere evitar la nueva entrada a saco en los recursos de la nación que significaría privatizar el petróleo.