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jueves, 10 de abril de 2008

Apetito mezquino de especuladores

Revista Siempre

La revista Siempre! constituye un hito histórico para mi generación, pues la percibimos como el símbolo de las rebeldías encarnado en la figura mítica de José Pagés Llergo y el reconocimiento de las ideas combativas y polémicas como parte del proceso dialéctico contemporáneo.

Recuerdo con particular emoción los debates que semana a semana se daban entre plumas elegantes e inteligentes: la prosa hermosa de Alejandro Gómez Arias; el pensamiento profundo del maestro —así lo llamamos quienes lo conocimos— Vicente Lombardo Toledano; la apasionada actitud de Roberto Blanco Moheno; el pensamiento de avanzada de Víctor Rico Galán; la inteligencia de Antonio Vargas McDonald y los análisis de Antonio Rodríguez o de Carlo Coccioli. Esos mexicanos de excelencia tuvieron como ávidos lectores a una generación que como la mía; nace con la expropiación petrolera y se desarrolla en un México donde los paradigmas ideológicos significaban el principal legado del patrimonio programático de México.

Por eso hoy me complace expresarle a Beatriz Pagés, digna heredera de su padre, mi agradecimiento por darme la oportunidad de escribir en estas páginas.

Actualmente, se vuelven a replantear las diferencias ideológicas en un mundo distinto, donde el Estado nacional está siendo arrasado por la trasnacionalidad; en una sociedad globalizada en el que el neoliberalismo, que no es otra cosa que la fase superior del capitalismo, está borrando categorías como la soberanía que ha pasado a segundo término frente a la acumulación brutal de la riqueza.

Otra categoría fundamental: el trabajo dejó de ser la fuente del valor y ha sido sustituida por la economía de casino, donde la especulación financiera, a través de las bolsas, de las derivadas financieras y otros instrumentos, han permitido que unas cuantas familias en el planeta concentren la riqueza. ¿Qué riqueza?, la de los energéticos: petróleo, gas, uranio, el monopolio de los sistemas financieros privados. Asimismo, las trasnacionales de la alimentación, de los productos bélicos, de la química de la farmacéutica, de la industria automotriz y, por supuesto, de las telecomunicaciones, las satelitales, el control de la cibernética, la robótica y de la red, los medios impresos y televisivos; especialmente estos últimos que manipulan a la opinión pública mundial; prácticamente las imágenes y productos de la pantalla chica, son reproducidos en todos los países con los mismos objetivos mercantiles y cada día se adueñan más de la agenda política.

Como en la época feudal, los varones del neoliberalismo heredan el poder y el dinero a sus descendientes y éstos realizan alianzas matrimoniales entre sí, reduciendo aún más el número de los ultramultimillonarios que dominan el escenario mundial. También está a su servicio el dinero público; pues la acción de los gobiernos nacionales, por decisión o por imposición, ha apoyado políticas públicas generadas casi siempre por sus deudas exteriores y propiciadas por los organismos internacionales de control económico y macroeconómico, como los son el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio y muchos más.

Este fenómeno ha desencadenado la construcción de una nueva era de la humanidad, de una nueva etapa que, sin embargo, corresponde a las mismas relaciones de producción del capitalismo. Es por eso que afirmamos que el pensamiento de Lenin que ubicaba al imperialismo como la última escala del desarrollo capitalista era equivocada; pues aparecería esta nueva corriente auspiciada en el pensamiento entre otros de Von Hayek en Europa y Milton Friedman en América; que retomaron las viejas ideas de Adam Smith, dándole a la iniciativa privada toda la fuerza y teniendo como objetivo del género humano la concentración del dinero y la compra de satisfactores, que pueden requerirse o no, pero que los cánones de la moda y del status social imponen.

La desproporcionada desigualdad social y el desmesurado apetito capitalista han propiciado esta absurda e irracional concentración del poder y el dinero que ha producido más muerte, desempleo, desnutrición y pobreza que cualquier hecatombe mundial.

En este escenario el petróleo mexicano y sus demás riquezas energéticas son una importante atracción para los apetitos mezquinos de los especuladores planetarios, particularmente de nuestros vecinos del norte quienes siempre han manifestado una insaciable ambición por depredar nuestras riquezas nacionales.

En el ámbito nacional, la intromisión de la política neoliberal ha causado graves estragos y se ha fomentado desde el poder; no sólo en los gobiernos del PAN sino en los últimos tres gobiernos priístas con la influencia del exterior, la pretensión para derribar las normas constitucionales que hacen de México un país distinto, ya que no se rige cuando menos desde el punto de vista de la norma suprema, como una nación donde la única ley económica sea la de la oferta y la demanda.

La Constitución del 1917, producto de una revolución, le da una conformación distinta al sistema jurídico mexicano, pues le otorga el fin supremo de distribuir la riqueza adecuadamente protegiendo a los más desvalidos como lo son trabajadores y campesinos.

Todo el capítulo económico de la Constitución, los artículos 25, 26, 27 y 28 son un muro a esta nueva política económica que se nos ha impuesto, y a pesar de las modificaciones reaccionarias prevalece en el espíritu constitucional la defensa de nuestro patrimonio, de nuestra integridad y del desarrollo armónico de la economía.

Por eso, el debate que se avecina dentro del Congreso mexicano y que ya permeó en toda la sociedad, está vinculado al origen y destino de qué país somos y qué nación queremos construir.

Las líneas neoliberales han sido rechazadas en todas las latitudes con diversas manifestaciones de masas, de sindicatos, de organizaciones sociales; pero la defensa de los intereses nacionales tiene que darse, si no queremos llegar a otra conflagración social, al interior de los instrumentos constitucionales que se radican básicamente en el Congreso de la Unión. Por eso frente a la iniciativa que hoy campea y que pretende reformar el espíritu del artículo 27 constitucional, vendiéndonos verdades a medias y falsedades respecto al petróleo mexicano, con los mismos argumentos que en 1938 impulsó la reacción externa e interna: no tenemos tecnología, no tenemos recursos, somos ineficientes, existe una corrupción inevitable (esto sí es real y sobre todo en el contratismo terrible que existe en Petróleos Mexicanos). La misma línea de pensamiento. Hoy avalada por spots televisivos que presuponen que los mexicanos somos retrasados mentales.

Sí queremos refinerías para no seguir importando el 40 por ciento de la gasolina que consumimos; sí queremos explotación racional de nuestros recursos en aguas someras;
también deseamos la autonomía de gestión de Petróleos Mexicanos, cuyas utilidades se pierden en el presupuesto y en el gasto corriente. ¿Dónde están los más de 20 mil millones de pesos que produjo el excedente petrolero en el gobierno de Fox? Basta con utilizar los recursos que tiene Pemex en caja para el gasto social.

La realidad es que se ha venido debilitando la empresa perversamente con los Contratos de Usos Múltiples, con los Contratos de Riesgo, las alianzas y otros subterfugios, a otras empresas internacionales.

Muchos diputados y muchos senadores del PRI tenemos conciencia de lo que está sucediendo y no permitiremos modificaciones a las leyes reglamentarias que soterradamente pretenden violar el espíritu nacionalista y patriótico de la Constitución.

Recordemos el texto constitucional: la nación tendrá en todo tiempo el derecho de imponer a la propiedad privada las modalidades que dicte el interés público.