Serpientes y Escaleras
Diario Libertad
En su 79 aniversario, casi octogenario, es inevitable escribir del viejo partido. Alguna vez, hace unos 11 años, un político de la derecha mexicana acuñó en público aquella frase que dice que “todos llevamos dentro un pequeño priísta”; hoy ese político es presidente de la República y sus hechos y el tiempo le han dado la razón.
Pero más allá de aquella frase de Felipe Calderón, es cierto que a las últimas generaciones de mexicanos, las que nacimos y crecimos en los 71 años que duró el dominio político del PRI, ese partido, sus gobiernos, sus aciertos y sus yerros, su visión para crear instituciones pero también su corrupción escandalosa y endémica, nos marcó para bien y para mal nuestras vidas.
Hoy, ocho años después de que perdió el poder presidencial y con el su eje rector, ¿qué es el PRI? ¿Es un partido político real? O es lo que queda de la que fue una perfecta maquinaria de gobierno y de poder que sorprendió y sobrevivió incluso a los regímenes más duros y autoritarios del planeta.
¿Han cambiado en algo los priístas desde que perdieron la Presidencia? ¿Se han reformado o sólo se maquillan la cara y quiere presentarse ante los electores como viejos lobos con piel de oveja?
Los priístas hoy se ufanan de que pueden regresar al poder en 2012. Pero el electorado mexicano, ese al que defraudaron por tantos años, el mismo que los apabulló en 2000 con su voto de rechazo. ¿Realmente quieren que regrese al poder presidencial? Sin ánimo antipriísta o con el resentimiento que pudieron dejar sus corruptelas, asesinatos e historias de fraudes y saqueos, vale la pena preguntarse si las deudas que el PRI tenía con la población ya se saldaron.
Décadas de abuso y corrupción, enriquecimientos inexplicables –o muy explicables¬– de políticos, privatizaciones para los amigos del Presidente, rescates bancarios de ricos y prósperos empresarios con cargo al erario público, asesinatos y persecución de disidentes del régimen, violación a los derechos humanos. Todo eso está en la memoria de los mexicanos y remite inevitablemente a la era priísta.
Y no es que todo eso haya cambiado con la alternancia política, pero hay un grueso de mexicanos que creció antipriísta, que nunca ha votado por el Revolucionario Institucional y que acumuló historias de repudio y resentimiento al viejo sistema.
En las pasadas elecciones 44% del padrón electoral lo integraban electores entre 18 y 24 años, jóvenes a los que el discurso de Roberto Madrazo y de su partido no tenía nada que decirles.
De hecho el tricolor presumía contar con10 millones de votos duros, pero ni siquiera alcanzó esa cifra, estuvo cerca, llegó a los 8.2 millones de sufragios; eso quiere decir que a lo largo del recorrido por el país durante toda la campaña no pudo sumar un voto más a los que ya tenía el partido.
Ahora presumen sus nuevos rostros, sus nuevas caras como la de Ivonne Paredes, en Yucatán; Eugenio Hernández, en Tamaulipas; Ismael Hernández, en Durango; Humberto Moreira, en Coahuila, y su estrella rutilante de la TV, Enrique Peña Nieto, del estado de México.
Pero en la operación política están los mismos de siempre, de la Cámara de Diputados a la de Senadores, y van de regreso, los que tienen suerte, otros se refugian en el partido, pero son las caras conocidas desde hace más de 25 años, que si acaso intentan reinventarse: Beatriz Paredes, Emilio Gamboa y Manlio Fabio Beltrones, todos ellos con su respectivos equipos.
No es que la madurez y experiencia política se vaya a reposar a su casa, porque es notoria su importancia ante la improvisación e inmadurez del nuevo gobierno panista; pero cabe preguntarse, si el PRI tiene alguno nuevo que decirle a la población que ya le dio la espalda y a un electorado joven que no lo conoce y al que no han sabido presentarse como un partido reformado.
¿Ha cambiado verdaderamente el PRI? ¿Tiene un nuevo discurso? ¿Aprendió de ser oposición? o le tocará mantenerse como el fiel de la balanza.
Para resumirlo coloquialmente, ¿podrá el viejito de casi 80 años volver al poder por sus viejas glorias?
En su 79 aniversario, casi octogenario, es inevitable escribir del viejo partido. Alguna vez, hace unos 11 años, un político de la derecha mexicana acuñó en público aquella frase que dice que “todos llevamos dentro un pequeño priísta”; hoy ese político es presidente de la República y sus hechos y el tiempo le han dado la razón.
Pero más allá de aquella frase de Felipe Calderón, es cierto que a las últimas generaciones de mexicanos, las que nacimos y crecimos en los 71 años que duró el dominio político del PRI, ese partido, sus gobiernos, sus aciertos y sus yerros, su visión para crear instituciones pero también su corrupción escandalosa y endémica, nos marcó para bien y para mal nuestras vidas.
Hoy, ocho años después de que perdió el poder presidencial y con el su eje rector, ¿qué es el PRI? ¿Es un partido político real? O es lo que queda de la que fue una perfecta maquinaria de gobierno y de poder que sorprendió y sobrevivió incluso a los regímenes más duros y autoritarios del planeta.
¿Han cambiado en algo los priístas desde que perdieron la Presidencia? ¿Se han reformado o sólo se maquillan la cara y quiere presentarse ante los electores como viejos lobos con piel de oveja?
Los priístas hoy se ufanan de que pueden regresar al poder en 2012. Pero el electorado mexicano, ese al que defraudaron por tantos años, el mismo que los apabulló en 2000 con su voto de rechazo. ¿Realmente quieren que regrese al poder presidencial? Sin ánimo antipriísta o con el resentimiento que pudieron dejar sus corruptelas, asesinatos e historias de fraudes y saqueos, vale la pena preguntarse si las deudas que el PRI tenía con la población ya se saldaron.
Décadas de abuso y corrupción, enriquecimientos inexplicables –o muy explicables¬– de políticos, privatizaciones para los amigos del Presidente, rescates bancarios de ricos y prósperos empresarios con cargo al erario público, asesinatos y persecución de disidentes del régimen, violación a los derechos humanos. Todo eso está en la memoria de los mexicanos y remite inevitablemente a la era priísta.
Y no es que todo eso haya cambiado con la alternancia política, pero hay un grueso de mexicanos que creció antipriísta, que nunca ha votado por el Revolucionario Institucional y que acumuló historias de repudio y resentimiento al viejo sistema.
En las pasadas elecciones 44% del padrón electoral lo integraban electores entre 18 y 24 años, jóvenes a los que el discurso de Roberto Madrazo y de su partido no tenía nada que decirles.
De hecho el tricolor presumía contar con10 millones de votos duros, pero ni siquiera alcanzó esa cifra, estuvo cerca, llegó a los 8.2 millones de sufragios; eso quiere decir que a lo largo del recorrido por el país durante toda la campaña no pudo sumar un voto más a los que ya tenía el partido.
Ahora presumen sus nuevos rostros, sus nuevas caras como la de Ivonne Paredes, en Yucatán; Eugenio Hernández, en Tamaulipas; Ismael Hernández, en Durango; Humberto Moreira, en Coahuila, y su estrella rutilante de la TV, Enrique Peña Nieto, del estado de México.
Pero en la operación política están los mismos de siempre, de la Cámara de Diputados a la de Senadores, y van de regreso, los que tienen suerte, otros se refugian en el partido, pero son las caras conocidas desde hace más de 25 años, que si acaso intentan reinventarse: Beatriz Paredes, Emilio Gamboa y Manlio Fabio Beltrones, todos ellos con su respectivos equipos.
No es que la madurez y experiencia política se vaya a reposar a su casa, porque es notoria su importancia ante la improvisación e inmadurez del nuevo gobierno panista; pero cabe preguntarse, si el PRI tiene alguno nuevo que decirle a la población que ya le dio la espalda y a un electorado joven que no lo conoce y al que no han sabido presentarse como un partido reformado.
¿Ha cambiado verdaderamente el PRI? ¿Tiene un nuevo discurso? ¿Aprendió de ser oposición? o le tocará mantenerse como el fiel de la balanza.
Para resumirlo coloquialmente, ¿podrá el viejito de casi 80 años volver al poder por sus viejas glorias?