Mouriño y el poder de su firma
Siempre
Lo que ya perdió a los calderonistas, incluyendo al mismo presidente Felipe Calderón Hinojosa, es que no tienen ni idea del Estado ni del gobierno ni de la sociedad. Son unos aventureros del poder político y administrativo. Confunden, para sus intereses personales, familiares y de sus compinches, lo público con lo privado. Mouriño, no por edad, sino por formación carente de una mínima teoría y práctica de la al menos historia mínima de México y el desconocimiento de las ideas políticas, es un menor de edad elevado, por favores de su amigo Calderón, a su nivel de incompetencia.
Lo único que no es, con su arsenal de tonterías, ni puede alegar, es que sea inocente. Bien sabía que como diputado local, federal y a su paso por la secretaría de Energía, representando los intereses empresariales de su familia, suscribió contratos privados que en su carácter de funcionario, directa o indirectamente, aprobó para beneficiarse y enriquecer a las numerosas empresas de su familia directa y la de su esposa.
Los contratos puede que sean legales. Pero si Mouriño, como no solamente parece, siendo empresario y servidor público, firmó los contratos y tuvo que ver con su trámite y aprobación, son nulos de pleno derecho. Y él, la carta sucesoria de Calderón, para pagarle favores que todavía no sabemos a ciencia cierta, pero que sospechamos, debe ser encauzado a juicio político, renuncie o no. Porque ha incurrido, constitucionalmente y conforme a la Ley Reglamentaria de Responsabilidades de los Servidores Públicos, en una serie de actos y omisiones que lo hacen acreedor a imputarle sanciones políticas, penales y civiles.
Se quede o se vaya, Mouriño ya no existe políticamente. Se ha convertido en la Mart(h)a Sahagún de Calderón y su escándalo por tráfico de influencias que implica abuso del poder lo convirtió, además, en el Raúl Salinas del calderonismo... y del PAN, por haber actuado como funcionario y empresario con el visto bueno y complicidad de Calderón y los panistas que, con Germán Martínez y César Nava, buscan darle impunidad.
Mouriño es el primer caso (que ha salido a la luz) de corrupción del calderonismo que sigue transitando en el filo de una crisis nacida en la elección presidencial y que seis ministros de la Corte decidieron borrar las huellas del fraude electoral, ordenando la incineración de los paquetes electorales, para salvar a Calderón que mira como se ahoga Mouriño en el mar de la ilegitimidad e ilegalidad, donde ambos no saben nadar y uno ya lo comprobó.
Lo que ya perdió a los calderonistas, incluyendo al mismo presidente Felipe Calderón Hinojosa, es que no tienen ni idea del Estado ni del gobierno ni de la sociedad. Son unos aventureros del poder político y administrativo. Confunden, para sus intereses personales, familiares y de sus compinches, lo público con lo privado. Mouriño, no por edad, sino por formación carente de una mínima teoría y práctica de la al menos historia mínima de México y el desconocimiento de las ideas políticas, es un menor de edad elevado, por favores de su amigo Calderón, a su nivel de incompetencia.
Lo único que no es, con su arsenal de tonterías, ni puede alegar, es que sea inocente. Bien sabía que como diputado local, federal y a su paso por la secretaría de Energía, representando los intereses empresariales de su familia, suscribió contratos privados que en su carácter de funcionario, directa o indirectamente, aprobó para beneficiarse y enriquecer a las numerosas empresas de su familia directa y la de su esposa.
Los contratos puede que sean legales. Pero si Mouriño, como no solamente parece, siendo empresario y servidor público, firmó los contratos y tuvo que ver con su trámite y aprobación, son nulos de pleno derecho. Y él, la carta sucesoria de Calderón, para pagarle favores que todavía no sabemos a ciencia cierta, pero que sospechamos, debe ser encauzado a juicio político, renuncie o no. Porque ha incurrido, constitucionalmente y conforme a la Ley Reglamentaria de Responsabilidades de los Servidores Públicos, en una serie de actos y omisiones que lo hacen acreedor a imputarle sanciones políticas, penales y civiles.
Se quede o se vaya, Mouriño ya no existe políticamente. Se ha convertido en la Mart(h)a Sahagún de Calderón y su escándalo por tráfico de influencias que implica abuso del poder lo convirtió, además, en el Raúl Salinas del calderonismo... y del PAN, por haber actuado como funcionario y empresario con el visto bueno y complicidad de Calderón y los panistas que, con Germán Martínez y César Nava, buscan darle impunidad.
Mouriño es el primer caso (que ha salido a la luz) de corrupción del calderonismo que sigue transitando en el filo de una crisis nacida en la elección presidencial y que seis ministros de la Corte decidieron borrar las huellas del fraude electoral, ordenando la incineración de los paquetes electorales, para salvar a Calderón que mira como se ahoga Mouriño en el mar de la ilegitimidad e ilegalidad, donde ambos no saben nadar y uno ya lo comprobó.