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lunes, 24 de marzo de 2008

Oxigeno para AMLO

Proceso

México, D.F. (apro).- La incapacidad de los estrategas del gobierno de Felipe Calderón de encontrar o crear el momento oportuno para hacer pública su propuesta de reforma energética, de manera completa y detallada, no ha hecho sino resucitar y fortalecer a Andrés Manuel López Obrador quien, ahora sí, ha hecho realidad su dicho, de octubre del año pasado, de que al presidente lo trae “a mecate corto”.

Y es una lástima para el país. Se ha perdido un tiempo valioso. A estas alturas ya tendría que estar avanzado el debate público sobre qué hacer con Pemex y la industria petrolera nacional, pero con bases ciertas, a partir de propuestas concretas de todos los actores: la Presidencia, el Congreso, los partidos, los ciudadanos.

Se le acaba el tiempo al presidente Calderón: falta poquito más de un mes para que acabe el actual periodo de sesiones del Congreso. Hacerlo en el siguiente es más complicado porque se entrecruza con la discusión legislativa del programa económico para el siguiente año. Discutir la reforma energética en 2009 es imposible: es año de elecciones intermedias y resultaría más costoso para el gobierno y para los partidos que lo apoyan –así sea interesadamente-- en la reforma.

Pero el gobierno ha tenido miedo. Suelta a cuentagotas detalles de su propuesta, midiendo riesgos, dando muchos pasos hacia atrás y pocos hacia adelante, pero sin definir nada. No logra ordenar la discusión y se ve incapaz de dilucidar sobre las aristas económica, política e ideológica del tema. Peor aún, se ve atrapado en los amagos y amenazas del excandidato presidencial del PRD que, sí, trae “a mecate corto” al gobierno de Calderón.

Oficialmente se había elegido el emblemático 18 de marzo, aniversario de la expropiación petrolera, para hacer pública la propuesta de reforma energética. Un zócalo repleto, enardecido, azuzado por AMLO, fue suficiente para que el presidente se retrajera y sólo atinara a decir –en Tabasco-- que “Pemex nunca se privatizará” y que “el petróleo es y será siempre nuestro”, y lanzara una tibia invitación “a que dialoguemos de manera abierta, objetiva y serena sobre las alternativas para fortalecer nuestra industria petrolera”.

Y cómo ya amenazó López Obrador con tomar el zócalo el próximo martes, en espera de que la propuesta oficial de reforma energética llegue a cualquiera de las cámaras legislativas, seguramente el gobierno no enviará ninguna iniciativa por esos días.

En su indefinición, que más bien parece pasmo, el gobierno no sólo le ha dado generosamente oxígeno a AMLO y de paso ha propiciado que los partidos se hagan bolas y se confronten internamente.

En el PRI, la voz cantante en el tema la llevan Manlio Fabio Beltrones, Francisco Labastida, Manuel Bartlett y Francisco Rojas. Hasta ahora es el partido que con más seriedad ha abordado el tema, con información más consistente. Para algo al menos le han servido décadas de gobierno, de usufructuar los beneficios de una empresa como Pemex. Y, bueno, también tendrían obligadamente que tener mejor información, pues Labastida fue secretario de Energía y Rojas director de Pemex, el primero con Miguel de la Madrid y el segundo con Carlos Salinas de Gortari.

Aunque coinciden poco. Bartlett dice que es una “patraña” del gobierno calderonista eso de la urgencia de explorar en aguas profundas, cuando que hay pozos en tierra y en aguas someras que todavía son productivos; que la insistencia oficial de abrir toda la cadena petrolera a la IP nacional y extranjera, sólo entraña una privatización desnacionalizadora.

Beltrones acepta las alianzas estratégicas con empresas internacionales, pero en una segunda etapa de la modernización de Pemex, pues la primera es hacer modificaciones legales para poner a la paraestatal “en condiciones y parámetros” similares a otras grandes empresas petroleras del mundo.

Labastida dice que es indispensable ya acordar alianzas, sobre todo en los yacimientos transfronterizos en aguas profundas del Golfo de México y el mar de las Antillas, pues se corre el riesgo de perder soberanía, toda vez que Estados Unidos y Cuba ya están explorando allí desde hace años, y por el llamado “efecto popote” se pueden chupar el petróleo que corresponde a México.

El exdirector de Pemex, Francisco Rojas, tampoco rechaza la presencia de inversión extranjera en aguas profundas, pero no a nivel de alianzas o contratos de riesgo con los que las trasnacionales se puedan llevar parte de la renta petrolera, patrimonio de la nación, sino que Pemex, que tiene recursos suficientes, puede comprar la tecnología para el desarrollo en aguas profundas, pues se encuentra disponible en el mercado y muchas empresas de servicios las ofrecen.

El PAN y el PRD andan perdidos. Como en la era priísta, el PAN repite el discurso gubernamental y refrenda la posición del gobierno como la única viable. El PRD, enfrascado en sus problemas internos –los más, derivados de la conflictiva elección del nuevo dirigente nacional del partido--, no acierta a hacer una propuesta.

A título personal, Cuauhtémoc Cárdenas acepta que la industria petrolera necesita cambios, pero que no se requieren reformas constitucionales; que la IP puede participar en áreas que no están reservadas a la nación; que es urgente cambiar el régimen fiscal de Pemex para que Hacienda no le quite sus utilidades y pueda invertir más; que hay que otorgarle autonomía de gestión a la paraestatal, revisar el esquema de las empresas subsidiarias y modificar el órgano de gobierno de la paraestatal. Pero nunca dice exactamente cómo.

Sin embargo, hay que reconocerle al ingeniero la firmeza con que reclama lo mismo a Calderón que a López Obrador. Vale la pena reproducir lo que dijo el martes 18, en Morelia: “Llegamos hoy al 70 aniversario de la expropiación petrolera y encontramos al país en medio de una disputa soterrada sobre el rumbo que debe tomar la industria del petróleo, que involucra a actores principales de la vida pública, que hasta el día de hoy se resisten a exponer con lealtad hacia la nación sus ideas al respecto y que a partir casi sólo de descalificaciones personales, en tonos cada vez más ásperos, están provocando una cerrazón sectaria que tiende a cancelar las vías del diálogo, el que, por otro lado, se hace cada vez más indispensable como vía para determinar las opciones óptimas que efectivamente conduzcan a resolver los urgentes problemas que enfrenta la industria”.

Sensatez, pues, la de Cárdenas, mientras que, por su parte, López Obrador ha optado por el discurso beligerante y el amago ante una privatización que nadie ha planteado en los términos en que él la entiende. Ya advirtió que cualquier iniciativa que proponga el gobierno será rechazada con acciones aun más duras que las que se hicieron contra el fraude electoral.

No acepta nada: ni siquiera la autonomía de gestión, para que Pemex se conduzca como verdadera empresa, pues eso también es privatización, según él; que los problemas de la paraestatal se resolverían fácilmente: bajándole sueldos y privilegios a la alta burocracia y destinando los excedentes petroleros a la inversión en el sector energético. El discurso de siempre.

Nadie más en el partido, ni en el llamado Frente Amplio Progresista, se ha interesado en hacer una propuesta de reforma. La posición, simple, es no a la privatización, que muchos en ese grupo entienden como la venta de Pemex, cosa que nadie, mucho menos el gobierno, ha planteado.

Deja más dividendos la movilización que el debate de argumentos. Pero, como dice el dicho: la culpa no es del indio, sino del que lo hizo compadre.

¿Cuánto más está dispuesto a perder Felipe Calderón? (21 de marzo de 2008)