Gritos y susurros
Diario Libertad / Ricardo Rocha (Detras de la Noticia)
Van a gritar y fuerte decenas de miles de mexicanos en el zócalo. Más allá de la estadística de cuántos se congregaron, ninguno de esos reclamos será menospreciable: contra la entrada en vigor del capítulo agropecuario del TLC que, si bien no afecta a los grandes productores agropecuarios, sí somete a una condición de miseria a la mayoría de los campesinos mexicanos; protestarán también por el gasolinazo y el alza generalizada de precios en alimentos y otros productos básicos; harán oír su voz por la baja sensible en el poder adquisitivo de nuestro peso con el que cada vez se compran menos cosas, el achicamiento infame del dinero y la burla de los microsalarios; demandarán la tan prometida creación de empleos, cuyo retraimiento provoca cada año la pérdida de 500 mil mexicanos que prefieren el riesgo de freírse en Arizona a seguir pasando hambre en este país. También hoy, esta parte sensible del México que marcha y se organiza exigirá a voz en cuello la defensa de la soberanía de la nación sobre nuestra riqueza petrolera.
Gritos que tendrán que ser escuchados por todos los actores políticos del actual escenario: el gobierno federal que encabeza Felipe Calderón; los senadores y diputados de ambas cámaras; los dirigentes formales e informales de todos los ismos y partidos políticos; los capitanes de empresas; los señores del gran capital y todos aquellos que influyen de manera notoria en la toma de decisiones políticas y económicas que nos afectan a todos. Y es que ahí estarán dando la cara: dirigentes y trabajadores de centrales obreras; líderes y seguidores de agrupaciones campesinas; miembros de organizaciones no gubernamentales de todo signo y ciudadanos comunes y corrientes, hartos de un estado de cosas injusto y violento.
Y mientras esto ocurre en la plaza pública, en los pasillos del poder la actividad es febril e incesante. Allá los gritos y acá los susurros. Todos intentando que el agua vaya a su molino. Gobiernos y partidos empeñados en una lucha subterránea por imponer no sólo sus visiones de país, sino el triunfo de sus intereses de corto plazo. Como si de México únicamente quedaran despojos que, en una visión carroñera, habrá que aprovechar antes de que no quede nada. Absolutamente nada.
No se advierte en el horizonte ninguna propuesta para el gran debate nacional. Son sólo remedios caseros y en el mejor de los casos focalizados a ciertos órganos y olvidando los grandes males del cuerpo de la nación que somos todos. Como si atendiéramos las pústulas sin ocuparnos del cáncer generalizado. A nadie parece importarle un diagnóstico a fondo e integral que nos descubra las verdaderas razones de la enfermedad.
Así, por ejemplo, se negocian las posturas sobre una mal llamada reforma energética, en tanto se reduce al petróleo y nada se ocupa de las fuentes alternativas de energía. No dejan de ser cabildeos mezquinos en donde se imponen la conveniencia y la temporalidad. Como si todo se limitara al sí o no de la privatización de Pemex. Como si nada tuvieran que ver las respuestas a las interrogantes de fondo: ¿seremos capaces de rediseñar una empresa petrolera nacionalista y eficiente al estilo de Noruega, Irán, Arabia Saudita, China, India, Brasil, Malasia, Venezuela o Rusia? ¿Podremos liberar a Pemex de un régimen fiscal que la asfixia y que es el gran espejismo de una economía dependiente y abusiva con nuestro petróleo? ¿Sabremos implementar un esquema de financiamiento idóneo para desarrollar o comprar las tecnologías necesarias para la exploración, explotación y producción? ¿Haremos las alianzas estratégicas necesarias —con Petrobras, por ejemplo— para incrementar el inmenso potencial de desarrollo de las aguas profundas? ¿Resolveremos alguna vez la extraña ecuación de una empresa tan sobreexplotada como ineficiente pero tan altamente rentable que todo el mundo quiere?
Esta y otras preguntas debieran estar en el centro de un gran debate —con voces firmes, sin gritos ni susurros— que por su naturaleza histórica rebasa a gobiernos y partidos. A él tendrían que concurrir expertos, académicos, líderes sociales y patriotas que aporten una visión integral y de futuro que ahora tanta falta nos hace. Y que urge plantear lo antes posible.
Van a gritar y fuerte decenas de miles de mexicanos en el zócalo. Más allá de la estadística de cuántos se congregaron, ninguno de esos reclamos será menospreciable: contra la entrada en vigor del capítulo agropecuario del TLC que, si bien no afecta a los grandes productores agropecuarios, sí somete a una condición de miseria a la mayoría de los campesinos mexicanos; protestarán también por el gasolinazo y el alza generalizada de precios en alimentos y otros productos básicos; harán oír su voz por la baja sensible en el poder adquisitivo de nuestro peso con el que cada vez se compran menos cosas, el achicamiento infame del dinero y la burla de los microsalarios; demandarán la tan prometida creación de empleos, cuyo retraimiento provoca cada año la pérdida de 500 mil mexicanos que prefieren el riesgo de freírse en Arizona a seguir pasando hambre en este país. También hoy, esta parte sensible del México que marcha y se organiza exigirá a voz en cuello la defensa de la soberanía de la nación sobre nuestra riqueza petrolera.
Gritos que tendrán que ser escuchados por todos los actores políticos del actual escenario: el gobierno federal que encabeza Felipe Calderón; los senadores y diputados de ambas cámaras; los dirigentes formales e informales de todos los ismos y partidos políticos; los capitanes de empresas; los señores del gran capital y todos aquellos que influyen de manera notoria en la toma de decisiones políticas y económicas que nos afectan a todos. Y es que ahí estarán dando la cara: dirigentes y trabajadores de centrales obreras; líderes y seguidores de agrupaciones campesinas; miembros de organizaciones no gubernamentales de todo signo y ciudadanos comunes y corrientes, hartos de un estado de cosas injusto y violento.
Y mientras esto ocurre en la plaza pública, en los pasillos del poder la actividad es febril e incesante. Allá los gritos y acá los susurros. Todos intentando que el agua vaya a su molino. Gobiernos y partidos empeñados en una lucha subterránea por imponer no sólo sus visiones de país, sino el triunfo de sus intereses de corto plazo. Como si de México únicamente quedaran despojos que, en una visión carroñera, habrá que aprovechar antes de que no quede nada. Absolutamente nada.
No se advierte en el horizonte ninguna propuesta para el gran debate nacional. Son sólo remedios caseros y en el mejor de los casos focalizados a ciertos órganos y olvidando los grandes males del cuerpo de la nación que somos todos. Como si atendiéramos las pústulas sin ocuparnos del cáncer generalizado. A nadie parece importarle un diagnóstico a fondo e integral que nos descubra las verdaderas razones de la enfermedad.
Así, por ejemplo, se negocian las posturas sobre una mal llamada reforma energética, en tanto se reduce al petróleo y nada se ocupa de las fuentes alternativas de energía. No dejan de ser cabildeos mezquinos en donde se imponen la conveniencia y la temporalidad. Como si todo se limitara al sí o no de la privatización de Pemex. Como si nada tuvieran que ver las respuestas a las interrogantes de fondo: ¿seremos capaces de rediseñar una empresa petrolera nacionalista y eficiente al estilo de Noruega, Irán, Arabia Saudita, China, India, Brasil, Malasia, Venezuela o Rusia? ¿Podremos liberar a Pemex de un régimen fiscal que la asfixia y que es el gran espejismo de una economía dependiente y abusiva con nuestro petróleo? ¿Sabremos implementar un esquema de financiamiento idóneo para desarrollar o comprar las tecnologías necesarias para la exploración, explotación y producción? ¿Haremos las alianzas estratégicas necesarias —con Petrobras, por ejemplo— para incrementar el inmenso potencial de desarrollo de las aguas profundas? ¿Resolveremos alguna vez la extraña ecuación de una empresa tan sobreexplotada como ineficiente pero tan altamente rentable que todo el mundo quiere?
Esta y otras preguntas debieran estar en el centro de un gran debate —con voces firmes, sin gritos ni susurros— que por su naturaleza histórica rebasa a gobiernos y partidos. A él tendrían que concurrir expertos, académicos, líderes sociales y patriotas que aporten una visión integral y de futuro que ahora tanta falta nos hace. Y que urge plantear lo antes posible.