De prostitutos y prostitutas
El Mercurio Digital
El encubridor número uno de sacerdotes pederastas, su excelencia el cardenal arzobispo de México, Norberto Rivera Carrera, tal parece que llegó cargado de poder de su reciente viaje al Vaticano, donde algunos inocentes pensaban que traería en sus alforjas clericales su renuncia al considerar que por sus escándalos ya no era un interlocutor válido ni para dios ni para el diablo; pues no es así, con nuevos bríos ahora se lanza contra los odiosos periodistas, porque en el cumplimiento de su deber exhiben inmisericordes las bajezas de que son capaces los del poder político, económico y religioso.
A los informadores los calificó el purpurado de “verdaderos prostitutos y prostitutas de la comunicación porque destruyen la fama de personas y de los sacerdotes”, seguramente estos últimos nos son personas, de acuerdo a la frase textual del gerente de la Catedral. Resultó peor que aquel festivo munícipe de Lagos que anunciaba que habría globos de colores y también rojos”.
Exacto, los periodistas somos culpables desde la perspectiva del purpurado, de la mala fama del gober precioso; de la ex parejita presidencial; de los sacerdotes pederastas, como Nicolás Aguilar Rivera; del propio monseñor y demás especimenes que a fuerza de tenacidad consiguieron por si solos su mala fama pública.
Quisieran tomar a chunga la irreverencia de don Norberto, pero ante la situación de acoso que vive el gremio, se hace necesaria la reflexión. Como es de todos conocido, desde que se inició en el 2000 el supuesto gobierno del cambio, las agresiones contra los periodistas, principalmente asesinatos y desapariciones forzadas, se han multiplicado en forma grave, que México ocupa el vergonzante primer lugar en el mundo en atentados a informadores, exceptuando a Irak que sufre una guerra intervencionista por parte del imperio.
Cuando la descalificación de los periodistas procede de la cima del poder político, económico o religioso, conforme bajan los niveles, la sima del mismo se siente con derecho de agredir o cuando menos en su iracundia y desprecio a permitir el fenómeno que tiene por objeto socavar las libertades de prensa y expresión.
El gremio periodístico, en particular el organizado, no tiene elementos para señalar quien o quienes son los culpables materiales e intelectuales de estos crímenes, pero si puede señalar que existe por parte de las autoridades correspondientes omisión o complicidad; ello se demuestra en el hecho cierto de que los 40 asesinatos, 37 periodistas y 3 trabajadores de la prensa, y las 7 desapariciones forzadas, yacen en la más vergonzosa y vergonzante impunidad.
El cardenal Norberto Rivera Carrera, oficiaba una misa con motivo de la Navidad y el año nuevo en el Penal Femenil de Santa Martha Acatitla, cuando de repente, creemos, se le vino a su vengativa cabeza las noticias publicadas o transmitidas sobre los excesos de las mujeres y hombres públicos –nosotros si incluimos a los sacerdotes-, y jerarca al fin en la tierra, se lanzó en su arenga, perdón homilía, contra los informadores y sus medios: son “verdaderas prostitutas, verdaderos prostitutos de la comunicación que deshacen la fama de los demás, no mata el cuerpo del otro, pero es una víbora que mata la fama de los demás”. Así lo dijo ante las presas, que esperaban un mensaje de amor y de paz.
Así, con la “caridad” que le es inherente, el bondadoso Cardenal Rivera Carrera sale en defensa de él mismo y de los demás que sólitos se han ganado la fama pública que les adorna. Sobre sus denuestos, el represor secretario de gobernación, Francisco Ramírez Acuña, reconoció que los periodistas tienen todo el derecho de demandar al cardenal arzobispo primado, desde ahora aceptamos que sería ocioso enderezar demandas, pues llegado el caso a “la suprema”, “los seis togados de la impunidad” exonerarían al purpurado, como es su costumbre proteger a los poderosos.
El periodista sólo pública y transmite babosadas, como afirmaba don Vicente Fox Quesada; precisamente: las babosadas y los excesos que hacen noticia.
El encubridor número uno de sacerdotes pederastas, su excelencia el cardenal arzobispo de México, Norberto Rivera Carrera, tal parece que llegó cargado de poder de su reciente viaje al Vaticano, donde algunos inocentes pensaban que traería en sus alforjas clericales su renuncia al considerar que por sus escándalos ya no era un interlocutor válido ni para dios ni para el diablo; pues no es así, con nuevos bríos ahora se lanza contra los odiosos periodistas, porque en el cumplimiento de su deber exhiben inmisericordes las bajezas de que son capaces los del poder político, económico y religioso.
A los informadores los calificó el purpurado de “verdaderos prostitutos y prostitutas de la comunicación porque destruyen la fama de personas y de los sacerdotes”, seguramente estos últimos nos son personas, de acuerdo a la frase textual del gerente de la Catedral. Resultó peor que aquel festivo munícipe de Lagos que anunciaba que habría globos de colores y también rojos”.
Exacto, los periodistas somos culpables desde la perspectiva del purpurado, de la mala fama del gober precioso; de la ex parejita presidencial; de los sacerdotes pederastas, como Nicolás Aguilar Rivera; del propio monseñor y demás especimenes que a fuerza de tenacidad consiguieron por si solos su mala fama pública.
Quisieran tomar a chunga la irreverencia de don Norberto, pero ante la situación de acoso que vive el gremio, se hace necesaria la reflexión. Como es de todos conocido, desde que se inició en el 2000 el supuesto gobierno del cambio, las agresiones contra los periodistas, principalmente asesinatos y desapariciones forzadas, se han multiplicado en forma grave, que México ocupa el vergonzante primer lugar en el mundo en atentados a informadores, exceptuando a Irak que sufre una guerra intervencionista por parte del imperio.
Cuando la descalificación de los periodistas procede de la cima del poder político, económico o religioso, conforme bajan los niveles, la sima del mismo se siente con derecho de agredir o cuando menos en su iracundia y desprecio a permitir el fenómeno que tiene por objeto socavar las libertades de prensa y expresión.
El gremio periodístico, en particular el organizado, no tiene elementos para señalar quien o quienes son los culpables materiales e intelectuales de estos crímenes, pero si puede señalar que existe por parte de las autoridades correspondientes omisión o complicidad; ello se demuestra en el hecho cierto de que los 40 asesinatos, 37 periodistas y 3 trabajadores de la prensa, y las 7 desapariciones forzadas, yacen en la más vergonzosa y vergonzante impunidad.
El cardenal Norberto Rivera Carrera, oficiaba una misa con motivo de la Navidad y el año nuevo en el Penal Femenil de Santa Martha Acatitla, cuando de repente, creemos, se le vino a su vengativa cabeza las noticias publicadas o transmitidas sobre los excesos de las mujeres y hombres públicos –nosotros si incluimos a los sacerdotes-, y jerarca al fin en la tierra, se lanzó en su arenga, perdón homilía, contra los informadores y sus medios: son “verdaderas prostitutas, verdaderos prostitutos de la comunicación que deshacen la fama de los demás, no mata el cuerpo del otro, pero es una víbora que mata la fama de los demás”. Así lo dijo ante las presas, que esperaban un mensaje de amor y de paz.
Así, con la “caridad” que le es inherente, el bondadoso Cardenal Rivera Carrera sale en defensa de él mismo y de los demás que sólitos se han ganado la fama pública que les adorna. Sobre sus denuestos, el represor secretario de gobernación, Francisco Ramírez Acuña, reconoció que los periodistas tienen todo el derecho de demandar al cardenal arzobispo primado, desde ahora aceptamos que sería ocioso enderezar demandas, pues llegado el caso a “la suprema”, “los seis togados de la impunidad” exonerarían al purpurado, como es su costumbre proteger a los poderosos.
El periodista sólo pública y transmite babosadas, como afirmaba don Vicente Fox Quesada; precisamente: las babosadas y los excesos que hacen noticia.