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jueves, 20 de diciembre de 2007

Partido Presidencial

Desafío

* Fijación Centralista
* Instituto a la Medida

Durante la hegemonía priísta nos acostumbramos a que el partido en el poder era, en realidad, una especie de brazo ejecutor del presidente en ejercicio quien, invariablemente, caducaba cada seis años y optaba por la refundación, a su estilo y acaso a su capricho, del instituto político con aureola de ministerio. Nada se oponía al mandatario en términos de disciplina, exaltada como el vínculo insustituible que garantizaba la estabilidad no sólo hacia dentro del organismo sino también hacia fuera, salvo lo perentorio del mandante improrrogable. Vencido el periodo, los ex presidentes bajaban de sus nubes aunque no perdieran todos sus privilegios, dieta y parafernalia militar entre tales.

Ahora el PAN es el partido en el poder aunque no esté solo en el ejercicio del gobierno. A esta circunstancia se le presenta como una prueba exaltada de democracia cuando, en realidad, deviene de la debilidad estructural del proyecto oficial anclado en el sectarismo y dirigido al porcentaje mínimo de votantes que atesoran sus causas, esto es como si no existieran los demás o hubieran sido reclutados automáticamente por el nuevo gobierno sin necesidad de conciliación alguna. Una proeza, nada menos, no reconocida.

Pero, además, la dirigencia del PAN se toma muy a pecho, incluso después de la renovación del liderazgo guiada por la mano presidencial –esto es, a la vieja usanza-, la defensa del cuestionado ex presidente Fox cuyos saldos no alcanzan siquiera para ubicarlo como intrascendente dado los tremendos rezagos por el heredados y la honda descomposición política que devino de su intolerancia exacerbada combinada con su ausencia de carácter. Pese a ello, los panistas consideran que deben sacar la cara a pesar de tener conciencia de los serios errores de aquel régimen visto por ellos mismos como “no panista” dada la patente continuidad del modelo neoliberal y la cooptación de personajes de dudosa militancia y enorme influencia durante el periodo.

Para colmo, el indulto, llamémosle político, se extiende a Manuel Espino Barrientos, el ex presidente nacional del partido que chantajeó con descaro a Felipe Calderón animando a Fox a placearse por el mundo en detrimento del prestigio, ya de por sí menguado, del gobierno en curso. Espino llegó al extremo de desafiar al llamado “primer mandatario” con el propósito de que le entrega posiciones gubernamentales “al partido”, esto es al ex presidente, comenzando con él mismo. Hasta que Calderón reaccionó y envió a Germán Martínez Cázares a la isleta de calentamientos.

Por ello, apenas se situó como líder panista, Martínez Cázares subrayó, para fines retóricos, que nunca más habría un partido supeditado al presidente en turno durante los seis años de su gestión y, enseguida, reiteró, de cara a Felipe Calderón quien hacía esfuerzos por matizar su complacencia, que el PAN “es tu partido, Felipe”, confirmando el fin del diferendo que obligó a poner en orden los cuadros. En pocas palabras: tras los sobresaltos de julio de 2006, el actual mandatario tardó más de diecisiete meses en asegurarse el control de sus partidarios más cercanos, los panistas se entiende, por efecto de las resistencias foxistas y del descarado pago de facturas hacia distintas corrientes de opinión. Primero debió de ocuparse del reacomodo y después de atajar las indisciplinas del partido del que procede. Más de un año, insisto, de liderazgo disperso.

De allí la compleja misión del nuevo líder panista, quien comenzó la administración de su amigo Calderón en calidad de Secretario de la Función Pública aunque se diera sin responder a una denuncia, más bien una trampa que sigue abierta, interpuesta por el cada vez más insolente Manuel Bartlett quien actúa como si no tuviera cola que le pisaran midiendo el miedo de los demás. La causa de la querella fue el pronunciamiento de Martínez sobre la posible autoría intelectual en el caso Buendía y otras secuelas criminales. Corolario: cuando se pronuncia una aseveración de esta dimensión –aun cuando sea correcta-, es menester tener pruebas suficientes y, sobre todo, decisión de llegar a las últimas consecuencias. Y no lo hizo así Martínez Cázares quien acabó aterrizando en el PAN con propósitos de crecer hacia una candidatura presidencial.

Hay todavía demasiadas aristas de por medio.

Debate

Ya me lo habían dicho en Jalisco a la vista de la primera sucesión en el gobierno protagonizada por militantes de Acción Nacional: el PAN en ejercicio del poder se convierte en sucedáneo del PRI, a diferencia de los discursos exaltados en su fase opositora. Y, curiosamente, al PRI le ocurre otro tanto: actúa como disidente lo hacía el PAN antes de alcanzar el privilegio del mando público. Un complejo trueque de profundas deformaciones.

No me queda duda, luego de confirmar el aserto a lo largo de la anterior administración federal, de que el panismo teme apartarse de las líneas políticas y, sobre todo, financieras, heredadas del PRI hegemónico. Del modelo, vamos. Por eso apuesta, con ahínco, a la continuidad y procede igual, aunque se diga lo contrario asegurándose que el actual depositario del Ejecutivo federal sí es honrado, como lo haría cualquiera de los postulantes priístas. ¿O creen ustedes, por ejemplo, que un presidente de filiación priísta no habría puesto en manos del ejército la responsabilidad de la guerra contra las mafias aun sabiendo que éstas lo han infiltrado?¿Ni se hubiera mostrado tan solícito a la hora dolorosa de las catástrofes de Tabasco y Chiapas que exhibieron la ruindad de las infraestructuras insuficientes?

Al respecto de las obras públicas que se han olvidado, no olvido la exhibición grotesca de corrupción que significa el puente que no lleva a ninguna parte ni pasa por encima siquiera de un charco, pero es monumental aunque no sirva para nada ni sea utilizado, en la carretera que conduce a Cárdenas desde Coatzacoalcos. Es por demás doloroso constatar el despilfarro abyecto, más ahora cuando se evidencia la ausencia de inversiones públicas para asegurar y proteger a la entidad de los temporales y catástrofes naturales. Una vez más se demuestra el daño tremendo que provoca la demagogia cuando es seguida de una impunidad a prueba de mil denuncias.

En esta línea, el PAN recita las mismas consignas y ofrece idénticas líneas a las del priísmo hegemónico sobre todo respecto a la figura presidencial, todavía en su personal cruzada por la legitimidad. Por una parte se habla de separar al partido de la “Primera Magistratura” pero, igualmente, se refrenda su supeditación no sólo por el perfil del nuevo dirigente sino, sobre todo, por el propósito de asegurarle el apoyo incondicional de sus correligionarios, exactamente idéntica actitud a la de los viejos priístas cuando defendían denodadamente al mandatario en funciones y peor todavía: también más allá de la expiración de su mandato.

Porque la única diferencia, ya que tanto se subraya este calificativo al grado de publicarse un libelo laudatorio bajo el mismo, a la vista además, es el respaldo al ex mandatario parlanchín que no tarda en comenzar su personal cruzada por la reelección aun cuando, por razones de edad, el disparate sea doblemente grotesco.

Todo ello animado también por los brotes matriarcales provenientes de Washington y Buenos Aires que seguramente le han incendiado el ámbito entrañable de la recámara. Mientras, los mexicanos hemos sido convertidos en rehenes del escándalo sin fin.

Si de verdad se apuesta por la salud de la República y la transformación de las costumbres políticas, ¿por qué no se ensaya otra cosa? Por ejemplo, la posibilidad de exigirle al ex mandatario que rinda cuentas, primero, ante la militancia de su partido para asumir si la defensa que se le brinda tiene alguna base o es sólo consecuencia de la exaltación facciosa. De esta manera, si el PAN decide responsabilizarse al parejo por los rezagos del foxismo, suya será la decisión histórica y no podrá evadirse de las consecuencias.

El Reto

Los mexicanos arrastramos una tremenda fijación centralista. Creemos que somos demócratas pero, en realidad, en política tropezamos, sin remedio, con la misma piedra. De allí el temor patente hacia un cambio estructural que significara finiquitar al presidencialismo a favor de un régimen parlamentario.

Sin embargo, cuantas veces he hablado con legisladores de distinto signo sobre esta posibilidad, me he topado con férreas resistencias. Temen, y no les falta razón, que tal paso significaría extender los debates camarales más allá de lo razonable –de hecho ya se han pasado los límites-, sin llegar a consensos ni a desenlaces definitorios. Diego Fernández de Cevallos fue muy enfático cuando sentenció:

--Si hoy no nos ponemos de acuerdo, el exceso de asambleísmo nos paralizaría.

Entonces para que el cambio sea trascendente primero ha de encontrarse la fórmula para superar al sectarismo que marca pautas en todo momento. El desafío es formidable pero de no enfrentarlo nos quedaremos, otra vez, en punto muerto.

La Anécdota

Hablando del partido otrora invencible, Alfonso Martínez Domínguez, el ya extinto ex gobernador de Nuevo León y ex presidente del PRI entre otras escalas de su extenso currículum, era más que mordaz. Alguna vez le pregunté, con cierto aire de ingenuidad:

--¿Cuál es el secreto del PRI, Don Alfonso?

--Muy sencillo: es un traje cortado a la medida de los mexicanos. Y sólo a nosotros nos queda a la perfección.

Habría que establecer si el PAN asume esta característica, ahora que ejerce el poder sin la menor intención de soltarlo –hay quienes sostienen que será más difícil desprenderlo de éste que cuanto lo fue en 2000 con el PRI-, o si sólo es una versión tardía, una especie de prenda muy pasada de moda. Por el momento valida los viejos modelos y se asume, igualmente, como la única opción “responsable”.

Ni en los discursos hay diferencia. ¿Por qué entonces la sagaz mentira?