COMO QUIEN DICE CAYO DE MORROS!!

Literalmente, de boca

Vanguardia

A un tirón de cuerda cayó de boca la estatua de tres metros de alto del ex presidente Vicente Fox Quesada. Boca del Río, Veracruz fue el lugar elegido —¿por quién?— para erigir la estatua. El monero Monsi reseña que la desparecida estatua de Fox quedó sin mano, y en globo de diálogo enmarca la frase: “Yo quiero que el verdadero se quede (en negritas) sin lengua”.

Cuando el de riqueza sexenal comulga los domingos, se da golpes de pecho y el oficiante en turno incluye en la homilía un agradecimiento por la asistencia del personaje de marras y su señora esposa; es una muestra más que así como la estatua está en el suelo, los valores andan patas para arriba.

Una vez frente al pastel de poder y dinero, los monigotes caen hasta el suelo en su deshonestidad. Él y su “María Antonieta” están moviendo las masas hacia la justa indignación.

El doble discurso, la doble moral, la mojigatería manifiesta, —y sobre todo la complicidad que conlleva impunidad—, están siendo pésimos mensajes enviados a un electorado que clama por acciones contundentes y cambios verdaderos hacia una madurez parlamentaria, democrática y civil, hacia el patriotismo, por encima del partidismo (para colmo dividido en intereses oscuros).

Las declaraciones de Lino Korrodi, encargado de recaudar el dinero de precampaña de la fundación sui géneris Amigos de Fox, y el Reporte Índigo, con todas las pruebas contundentes de la riqueza de la autonombrada “pareja presidencial” deberían ser hilos conductores de la verdad para cortar de un tajo la impunidad, eso daría respetabilidad tanto al Gobierno como al pueblo mexicano.

Pero, con las cómodas prácticas de la Procuraduría Federal de la República, que solamente investiga cuando hay denuncia formal, y de la Secretaría de Gobernación, que solamente interviene cuando su partido no se ve afectado, Felipe Calderón puede pasar a la historia como el Presidente que hizo la diferencia entre impunidad y aplicación de la ley, o puede simplemente dejar pasar cinco años mirando a otra parte.