CADA PRESIDENTE DE MEXICO TIENE SU NEGRO HISTORIAL
María Teresa Jardí
jueves, 18 de octubre de 2007
* Mario Villanueva, producto del sistema político
Ayer comentaba con ustedes que se puede poner el nombre y apellido de cada gobernante por lo que toca a la responsabilidad de cada uno, en lo que concierne a la destrucción de los aparatos de seguridad, pública, nacional y jurídica y por lo que toca a la cancelación, al menos para el fin señalado en la Constitución, del aparato procurador y administrador de justicia.
Es decir, se puede señalar puntualmente el momento en el que se empezó el desmontaje del entramado ético de las instituciones que justifican la existencia de los gobernantes.
Por razones de espacio, se iba a alargar demasiado, me quedé en Zedillo y por eso hoy continúo con Fox, aunque ayer ya se refería el diario al ingrediente perverso que moviera a Zedillo y que de plano se descarara cuando Fox y la Sahagún estaban al mando de los destinos de nuestro país.
Ingrediente, por llamarlo de alguna manera, gravísimo para la Península entera e incluso para el país. Y no he hablado con él, que conste, pero creo que esa gravedad es la valorada por Mario Renato Méndez Rodríguez, como director de POR ESTO!, para dar a conocer los pormenores del expediente de Villanueva.
Se trataba de, usando a uno como chivo expiatorio, favorecer a otro: Roberto Hernández, quien ha acabado demostrando que es capaz incluso de asesinar perros y gatos para que no le afeen la vista a otro asesino.
Raúl Salinas de Gortari es un delincuente del estilo de la Sahagún y los Bribiesca, extorsionadores de empresarios también corruptos, porque, que nadie se engañe, los extorsionados recibían siempre algo a cambio. Pero Raúl Salinas no fue acusado por lo que debía ser acusado y también él fue un chivo expiatorio y, por ende, un preso político de Ernesto Zedillo, quien pudo elegir castigar de manera ejemplar al hermano de su antecesor, incluso para aquietar los intentos de intervención del expresidente que a él le entregaba la batuta. Pero a Zedillo no le interesaba en absoluto la justicia. La aborrecía. Se sabía también corrupto y además llegaba de mala manera, como substituto, no deseado, luego del homicidio del candidato elegido para ser Presidente de la República.
Asesinato, el de Luis Donaldo, que a él lo metía en la primera línea de investigación de todo crimen. Y, en su caso, lo hacía por partida doble: como jefe de campaña de Colosio y por ser el único beneficiado con el crimen. Ejecución impune todavía y sin que se haya agotado esa línea de investigación imprescindible.
Y además perversísimo que es Zedillo, asestaba también un golpe al PRI, que era la crónica anunciada de que a él no lo sucedería ese partido, al acusar falsamente al cuñado del asesinado y hermano del expresidente, sí, pero dejando impune también el crimen de quien fuera secretario del partido que a él lo convirtió en presidente a pesar de su desbocada ideología de ultraderecha. Zedillo es un sujeto imperdonable. Tan imperdonable como Fox. Y el de Villanueva no es el único crimen de Zedillo. También está el cometido contra el General Rebollo, otro chivo expiatorio de ese impresentable expresidente.
Pero, nada que ver con la corrupción alcanzada con Fox. Con Fox de plano se le abrieron las puertas de México al narcotráfico, convirtiéndolo, además, en paraíso de pederastas, trata de blancas y en el mayor prostíbulo de América. Literalmente se le abrieron las puertas incluso de la cárcel al narcotraficante con el que habían negociado la conversión descarada de México en la narco-república bananera, que alcanza con Calderón la categoría de dictadura.