MEDIOCRE Y ESPURIO ESO ES FeCAL
Por Jorge A. Franco Cáceres
jueves, 20 de septiembre de 2007
Antes, Felipe era un militante partidista que buscaba protagonizar el discurso panista y acaparar atenciones; después, se redujo públicamente al convertirse en un tecnócrata y proceder de modo convencional desde los medios e impaciente ante la opinión pública.
Antes, mantenía gesto indignado y, como político castilloperacista, tenía siempre algo recalcitrante qué decir contra el régimen priísta. Después, cuando le preguntan sobre los asuntos del Estado neoliberal, contesta con evasivas, imprecisiones o incluso impertinencias, con poco oficio político y lejos de ser convincente como estadista.
Antes, Felipe era un político arrogante que nomás servía a quienes lo protegían desde el PAN; después, es un gobernante utilitario de esos que no pueden impedir que unos lo usen para sus fines y otros tomen distancia cuando deja de servirles. En ocasiones, principalmente cuando se dirige a las autoridades del Distrito Federal o a la oposición izquierdista que encabeza AMLO, funge como una autoridad desequilibrada o un crítico fuera de lugar.
La razón por la que ocurrió el notorio cambio en la actitud pública de Felipe fue el acceso ilegítimo al poder.
Antes del 2 de julio de 2006, Felipe era un doctrinario de atar; estaba ahí para acusar a los culpables cuando su grupo tenía una pésima jornada; surgía para denunciar a los agentes del poder si su partido tenía una desastrosa campaña; emergía para sentenciar la intromisión del Estado y los poderes contra el avance democrático del sistema. Después de esa fecha histórica, sigue siendo doctrinario pero más como tecnócrata convencional, entre politiquero tradicional y leguleyo neoliberal. Es así, o sea formalmente tendencioso y antidemocrático siempre desde sus escenarios montados a propósito y sus discursos partidistas siempre en recintos a modo como el Auditorio Nacional o el Palacio Nacional. A decir verdad, sólo él y los suyos creen que esto es gobernar y que así es cómo se gobierna.
Ver el estilo siempre reactivo pero más y más tecnocrático de Felipe desde sus inicios en el PAN, luego burocrático frente al reclamo de voto por voto de la izquierda coaligada, y ahora ambos: burocrático y tecnocrático, en el desempeño de las funciones públicas y para los excesos autoritarios, realmente causa inquietud intelectual tanto como preocupación personal, como diría José María Pérez Gay en el caso de los jefes nazis. Aunque no conozco al utilitario Felipe, me gustaría decirle en alguna ocasión:
-"Entiendo lo que haces pero no a detalle... ¿Cómo es posible ser una persona doctrinaria antes y tornarse convencional y pendenciera después del acceso al poder?... ¿Cómo decidiste entrarle a esas dobleces y por qué ahora lo haces así Felipe?... ¿Sigues la misma escuela que Vicente y Carlos durante sus sexenios o vas a enseñarnos algo menos desaseado o más intimidante al respecto?".
Imagino que alguien como Felipe no me respondería que todos los días se dice a sí mismo y también exige a los demás que le repitan que tiene dos actitudes para hoy: ser recalcitrante como antes en el PAN o ser convencional y pendenciero como le ha convenido después. Y tampoco diría que ahora se esfuerza -pero también le exigen-, para ser uno o lo otro dependiendo del tanto que los asuntos públicos le afecten de modo personal o familiar o los perjudiquen de manera grupal o partidista. Hasta trataría de esconder este cinismo frente a mí como si fuera una persona culta, señalando que "si quieres un lugar en el sol, tienes que aguantar unas cuantas ampollas".
A pesar de todo, considero que no se atrevería a decir que, cada vez que sucede algo que daña sus intereses personales o grupales, suele esperar a que Camilo, César, Josefina u otros de los suyos, le indiquen si debe ser intenso o figurar de nuevo como convencional y provocador, porque están de acuerdo con él en que nada hay de provecho en decidir nada por sí mismos y menos hacerlo en contra de los intereses que los pusieron donde están. Y que siempre de acuerdo con ellos, decide cómo responder ante los medios y cómo actuar en público, porque callarse por prudencia como en el pasado, o tratar de aprender de los problemas actuales tiene muy poco que ver con sus obsesiones doctrinarias.
Persistiría Felipe en mantener en silencio que, cada vez que alguien acude a él a quejarse o cuando alguien sale a la opinión pública a denunciar algo, tiene que rechazar sus quejas o sus denuncias de inmediato porque no están dispuestos a aceptarlas. Y que nunca, jamás podrán ver ningún lado positivo en las acusaciones tipo Zhenli Ye Gon, en las demandas del EPR, en los reclamos de la APPO o del PRD, en las demás peticiones de emergencia de los gobernadores. Omitiría también que invariablemente escogen rechazarlas o descalificarlas desde los medios para luego ignorarlas o perseguirlas y así mantener el mínimo nivel de compromisos con ellas.
Sentenciaría que estas rebeldías no son pensar en grande ni con visión, como siempre les ha gustado y les parece muy sencillo en el caso de México, pero mantendría sin mención que lo que más usan al respecto en la Secretaría de Francisco es montar la vigilancia privada de las personas, deshacer internamente los cargos contra ellos o imputar las culpas de los problemas a los gobiernos de los Estados o a los otros poderes de la República.