CONJETURAS
Alvaro Cepeda Neri
viernes, 14 de septiembre de 2007
La pobreza en nuestro país es ya aterradora. Es como para que si no los 60 millones sobreviviendo en todos los grados del empobrecimiento -incluso en la hambruna, Guerrero y Oaxaca, por mencionar sólo algunas comunidades-, sí los sectores más concientizados de su tragedia, digamos uno o dos millones, en lugar de seguir esperando ya hubieran manifestado, conforme a sus derechos constitucionales, sus legítimos reclamos. Y es que los pobres y los muy pobres, son los que siempre más padecen las embestidas de las furias de la naturaleza.
El paso destructor del huracán "Dean" arrasó las primitivas viviendas, los caminos hechos al paso de los pobres y sus burros con uno que otro caballo; acabó con lo sembrado y a punto de la cosecha; dejó destrucción acumulada como basura difícil de remover. Y, sobre todo, hay más hambre, más enfermedades y ninguna esperanza de recobrar sus modestísimos bienes, arrastrados junto con sus animales para consumo y para su comercialización. El drama de esos millones de mexicanos no era como para dar "gracias a Dios", sino para, más que pasearse para dizque inspeccionar los daños, con todos los recursos gubernamentales federales y a como diera lugar socorrerlos.
Las medidas preventivas, los refugios, son de reconocerse, ya que evitaron desgracias mayores, no obstante que el huracán cobró la vida de algunos pobres. El que no haya habido lo que se esperaba, no es como para invocar a los dioses, cuando sobran las explicaciones metereológicas de porqué el fenómeno no fue tan devastador. De lo que se trata es de que los gobernantes, en lugar de usar la lengua para por sus bocas sacar sus creencias religiosas, se metan de lleno, como es su obligación, a resarcir los daños que no son imputables a ninguna divinidad.
En el "gracias a Dios" del señor Calderón no tuvieron lugar los pobres, ya que éstos sí fueron las víctimas y ningún dios los amparó. ¿O es que acaso el dios de Calderón y los panistas, es un dios derechista que protege a los ricos y le carga la mano a quienes socialmente y por efectos de la naturaleza, invariablemente son los que sufren todos los males? Lo del huracán fue, a pesar de ese agradecimiento presidencial, como un Atila: acabó con todo lo que encontró a su paso y fueron los pobres, a los que han abandonado, ayer como hoy, los gobernantes.
¿Si Calderón le da gracias a su Dios, entonces a quién deben reclamarle los pobres por sus desgracias: artificiales, por el desprecio de los gobernantes, que ahora son los derechosos panistas de misa los domingos y; naturales, consecuencias de los fenómenos como sequías, huracanes, sismos y tsunamis? Lo que los pueblos y sus pobres quieren es que sus gobernantes, legítimos o no, cumplan con sus deberes que son obligaciones, no del derecho natural, sino del derecho positivo constitucional. En todo caso estos gobernantes deben darle las gracias a los pobres que resisten con paciencia todas las desgracias y no se rebelan blandiendo sus derechos.