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jueves, 30 de agosto de 2007

DETRAS DE LA NOTICIA

Es probable que no ocurra nada

Ricardo Rocha

Es probable que no ocurra nada. Es decir, nada violento. Que no haya golpes, manotazos o empujones por la tribuna. Ninguna sorpresa enmascarada de puerco. Tampoco improperios que marquen para siempre ese día.

Pero también es posible que sea una jornada de escándalos. Que la maquinaria partidista invente nuevas e ingeniosas formas de protesta e impugnación para regocijo de la gayola. Que la guardia pretoriana reaccione a garrotazos. Y la política, una vez más, quede reducida a un circo romano.

En cambio, son muy escasas las posibilidades de que todo transcurra conforme a la ley. Que el acto se limite a la entrega del documento en el presídium del pleno del Congreso en San Lázaro. Y que Felipe Calderón se retire en paz.

Lo que es inevitable es el desgaste absurdo e injusto para la nación. La tensión brutal a la que el país se ha visto sometido. Y todo a causa de una ceremonia caduca y esclerótica. De un rito añoso y contradictorio: el informe presidencial.

Y nunca como ahora el día del informe había polarizado tanto la atención. Mucho más que en ocasiones anteriores unos y otros se descalifican, se insultan y se enseñan los dientes. Y no es nada gratuito. Se trata simple y llanamente de una feroz disputa por un elemento sustancial para todos: la legitimidad.

Lo que ahora ocurre son polvos de aquellos lodos de 2006. Por eso los panistas reclaman los privilegios de haberse aposentado en la silla presidencial a como diera lugar. Mientras que en el otro extremo los perredistas se han resignado a la legalidad de Calderón como presidente calificado por el TEPJF y aceptado por el propio Poder Legislativo.

Sin embargo, siguen sin admitir la legitimidad de Calderón por lo que consideran una elección muy probablemente fraudulenta y a todas luces inequitativa; al grado de que el propio TEPJF admitió en su resolución final que el presidente Fox con su injerencismo enfermizo “había puesto en riesgo el proceso electoral”, aunque simultáneamente validó el resultado a favor del candidato panista.

Desde luego que se podrán hacer las especulaciones que se quiera sobre las intrincadas y laberínticas negociaciones que se han enmarañado alrededor del día del informe: la interpretación del mandato constitucional; la discusión sobre el reglamento interno de la Cámara de Diputados; y hasta aspectos semánticos de lo que realmente quieren decir ciertas frases.

Pero en el fondo nadie puede negar que lo que subyace es todavía una fiera disputa entre panistas y perredistas y una enorme herida abierta en el cuerpo de la nación entre quienes sienten que todo es un hecho consumado frente a quienes se saben víctimas de un despojo. La soberbia de unos y la rabia de otros no han cesado. Y ahora se centran en el 1 de septiembre, por la enorme carga simbólica que —aun absurda y desproporcionadamente— se ha venido agregando al informe al paso de los años.

Lo grave es que ya desde ahora hay un recuento significativo de daños: una vez más la nación quedará adolorida y tal vez avergonzada; seguramente exhausta por esta disputa cíclica y quimérica; varias iniciativas sustanciales para el país —la fiscal, la electoral y la reforma del Estado— han quedado maltrechas y dependientes de los avatares del día del informe; los enconos subirán de tono no sólo entre los partidos opuestos, sino al interior de cada uno de ellos por los enfrentamientos entre conservadores y radicales. En suma, un México aún más dividido, fragmentado y enfrentado.

En este momento, al concluir estas líneas, me entero en la página electrónica de EL UNIVERSAL que Felipe Calderón decidió no intentar expresar oralmente un mensaje en la tribuna de San Lázaro pasado mañana. Llegará, asistirá a la ceremonia de inicio del periodo ordinario de sesiones, entregará su informe por escrito —como manda la ley— y se retirará del recinto.

Será hasta el día siguiente, domingo 2 de septiembre, cuando emita un mensaje en cadena de radio y tv desde el Auditorio Nacional. Supongo que estas determinaciones fueron negociadas por el PAN con el PRD a cambio de un trato respetuoso para Calderón el 1 de septiembre. Tal vez así sea. Yo todavía tengo mis dudas. Y es que, insisto, vivimos en el reino de la incertidumbre.