EL PAIS QUE HEMOS CONFORMADO
49 millones de miserables
Raúl Cremoux
En tanto que la revista Forbes da a conocer que el señor Carlos Slim es ahora el hombre más adinerado del planeta, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), nos regala sus últimos datos sobre la pobreza mexicana. Don Carlos, al igual que todos los seres humanos, emplea de seis a ocho horas diarias en dormir, debe comer dos o tres veces al día y en su oficina deberá trabajar unas diez horas. No tiene nada de sobrehumano, sin embargo, su fortuna se multiplica hora tras hora en forma ineluctable y geométrica.
Sus haberes crecen hasta el punto que anuncia que son 45 millones de connacionales quienes utilizamos los teléfonos celulares o móviles que le reportan beneficios galácticos. A ello se deben añadir los cientos de negocios en los que interviene y que, obtenidos en suelo patrio, tantas satisfacciones financieras le producen.
La fortuna de Bill Gates, producto de sus inventos que se utilizan en todas las latitudes, ha logrado unir la Tierra, gracias al Microsoft. El prodigioso inventor ha sido desplazado por los mecanismos macrofinancieros del señor Slim que inercialmente le dan su faraónica fortuna.
En paralelo, la pobreza se cierne sobre 49 millones de seres humanos que diseminados, sobre todo en el centro y sur de la República, no encuentran la forma de obtener los beneficios básicos para su educación, vivienda y, por supuesto, alimentación. Paupérrimos entre los más deprimidos son los indígenas de Chiapas, Oaxaca y Guerrero que han sido atrapados en las redes del Jurásico.
Las oportunidades de ver la claridad y el bienestar pertenecen a la ficción, ya que en medio de la ignorancia y las brutales carencias, han sido separados por años luz de la dignidad básica.
Algo monstruosamente perverso tiene nuestro modelo de vida que a unos pocos les ofrece tanto y a otros que forman hormigueros, los imposibilita de lo elemental. El mapa de la pobreza y la miseria nos rodea, no hay manera de eludirlo, es amplísimo y muy variado. Nuestros ojos, en cambio se han acostumbrado tanto a ese paisaje que ya no lo vemos. El rezago adquiere tonalidades grisáceas en tanto que la acumulación de inmensas fortunas se distingue como alfileres puntiagudos en los centros de poder.
Ese es el país que hemos conformado.