DESAFIO
Rafael Loret de Mola
*Los Tronos Rasgados
*Figuras Sacralizadas
*De Espejos Incómodos
Un irreverente semanario de humor, “El Jueves”, editado en la capital de Cataluña, vivió su hora estelar el viernes anterior cuando un juez de la Audiencia Nacional de España, Juan del Olmo, ordenó el “secuestro”, esto es la incautación, de los ejemplares en circulación cuyas portadas se asomaban a la intimidad de la alcoba de los Príncipes de Asturias. Los rasgos caricaturizados de los personajes no daban lugar a dudas: ella, de espaldas y penetrada por él, escucha decir al consorte de sangre azul, con los ojos fuera de las órbitas: “¿Te das cuenta? Si te quedas preñada, ¡eso va a ser lo más parecido a trabajar que he hecho en mi vida!”. Y todo porque el presidente del gobierno ibérico, José Luis Rodríguez Zapatero, con evidente frenesí electorero, anuncio su decisión de dotar con 2 mil 500 euros –algo así como una dote de 32 mil 500 pesos de nuestros infortunados pesos- a los padres de cada españolito nacido desde el día de su comparecencia ante el Parlamento.
La anécdota no quedó allí. Retirada de los puestos de revistas en horas, la publicación citada alcanzó n el mercado clandestino un precio récord: precisamente 2 mil quinientos euros por ejemplar, esto es una cifra idéntica a la del anunciado óbolo público en pro de la descendencia. La puja se dio por Internet en una batalla frenética de coleccionistas, curiosos y maliciosos. Mientras, en los foros públicos la discusión se centró en el interminable diferendo sobre los límites a la libertad de expresión y el derecho de parodiar a las figuras públicas, sin límites en tanto sus actos y cotas sean vistos como relevantes para la sociedad en su conjunto, como signo de madura democracia.
Por supuesto, los bandos, esto es izquierdas y derechas, tomaron partido. Los de derecha, naturalmente, se dieron a defender a la monarquía del artero ataque contra la intimidad de la familia real, observada como símbolo de la identidad nacional; los de izquierda, claro, alegaron en pro de los editores en cuanto al imperativo de preservar la libre expresión. Sin embargo, al mismo tiempo, se cruzaron descalificaciones: los de derecha para exhibir la indolencia del gobierno –aunque de éste partiera la persecución judicial contra la revista de marras- y los del extremo contrario no dejaron de subrayar cuanto se relaciona con el “peso de la ley”, en pro de los socialistas en ejercicio del poder, a pesar de que se tratara de una regresión a las libertades o al libertinaje, cabría destacar, por parte de un puñado de humoristas con actitudes de omnipotencia indiscutibles. Hubo cabida, por tanto, para todas las distorsiones imaginables sin que se perdiera la línea sectaria de las críticas.
Desde luego, los caricaturistas de otras empresas desviaron la atención para insistir en un punto para ellos trascendente: la excesiva y morbosa publicidad dio al ilustrado “magazine” un nivel que no había alcanzado hasta entonces y extendió, además, la cobertura de la maliciosa portada porque no hubo español que no buscara asomarse al balcón del escarnio amén de la repercusión en el exterior del escándalo.
Una de las reacciones fue particularmente extrema: en el ultraderechista diario “La Razón”, el cartón del lunes pasado –23 de julio-, mostró a sus Altezas, compungidos, al pie de “La Piedad” de Miguel Ángel y con un globo salido de los labios de la Madre de Dios: “Ay, si yo te contara”. Con ello se reflejó el martirio que significa la afrenta para los reales protagonistas que no dieron lugar al debate insolente salvo si se recala en el espíritu republicano de millones de españoles que todavía se encienden por los rescoldos de la Guerra Civil, la larga dictadura franquista y la herencia monárquica de ésta muy a pesar del advenimiento de la democracia.
Debate
El diferendo, visto de acuerdo con lo apuntado, se separa de los linderos del derecho a la libre expresión y confluye a los peligrosos pantanos de la historia en los que la confrontación entre republicanos y monárquicos –como en México lo es entre liberales y conservadores- vuelve a sacudir conciencias y a exigir respuestas más allá de lo protocolario... sobre todo porque, de nueva cuenta, en el fondo de la cuestión pervive la angustia económica de quienes, a pesar de haber salido de la opresión de la tiranía, no se sienten satisfechos por sus ingresos y demandan una sustantiva elevación del poder adquisitivo y, sobre todo, la supresión de los privilegios aunque se trate de los miembros, tan queridos, de la Corte de la Zarzuela.
Juan Carlos, el Borbón que se saltó a una generación –su padre murió como Conde de Barcelona luego de abdicar a sus derechos de sucesión al trono español varios años después de la muerte de Franco-, tiene un pecado de origen, precisamente el deslazamiento de Don Juan, el hijo de Alfonso XIII, quien fue expulsado del Palacio Real por las huestes republicanas sin que los falangistas del “caudillo” le vindicaran al vencer, y un blasón, la consolidación de la democracia preservándola incluso del alevoso conato de golpe de Estado en febrero de 1981, apenas seis años después del fin del gallego autócrata. El discurso del Rey frenó a los descocados gendarmes de la Guardia Civil y a los generalotes que habían preparado el cóctel explosivo. Con ello se ganó el respeto de sus súbditos... y una alegre condescendencia que ya suma treinta y dos años. Si nos atenemos a los resultados vendió bastante mejor que Hemingway cada palabra escrita.
Me parece natural que se cuestionen las partidas que administra la Casa Real a discreción. También que se insista en el derecho de los miembros de ésta a querellarse de las agresiones que pudieran sufrir. En este caso, el Príncipe debería tener camino expedito para llegar a Tribunales para exigir una reparación al año moral sufrido, nada peor al escarnio gratuito, y con ello zanjar todavía más las diferencias. Pero tal pauta, claro, pondría a la realeza en un predicamento cada vez más severo: al igualarse a la ciudadanía, democráticamente, sus privilegios quedarían en el aire lo mismo que el simbolismo por ella representado. El alegato sobre la inutilidad de preservar a tan costosa familia –cuyo único trabajo en décadas ha sido el de la representación con bien asignados presupuestos para viajes, recepciones y hasta glamourosas vacaciones-, cobraría no sólo vigor sino trascendencia en una España cada vez más discutidora, animosa, participativa, por la inoculación del virus de la democracia.
En tal caso, el meollo de la cuestión sería si es factible el maridaje de dos modelos, el monárquico y el democrático, más allá de la flema inglesa y la frialdad nórdica. La caliente sangre latina reacciona por ciclos.
El Reto
Ninguno de nosotros se hubiera quedado con los brazos cruzados de estar en los zapatos del marido a quien se presenta en la mayor intimidad con la exhibición grotesca de su esposa sin más alegato que una polémica de carácter político y extremadamente circunstancial. Me imagino, sólo eso, cual pudo ser la reacción de Letizia, quien acaba de ser madre por segunda ocasión, ante la perversa maledicencia. Pero no pretendamos con ello construir un crucifijo para clavar en éste a los periodistas entrometidos e irreverentes. Porque, para infortunio de los aristócratas actuales, hay historia, mucha historia, de por medio.
¿O vamos a olvidar, por ejemplo, que el deterioro de los poderosos zares de todas las Rusias, sanguinarios por antonomasia y despectivos de las causas sociales hasta el extremo de las matanzas colectivas –recuérdese la noche de San Petesburgo-, comenzó cuando Alejandra, la gran debilidad del gran Nicolás, fue presentada, en una caricatura de la época, sentada desnuda sobre las rodillas del misterioso Rasputín, el monje loco, quien, a su vez, le tocaba con los dedos uno de sus pezones? Después de que circulara tal imagen, más devastadora que mil editoriales, la pretendida y falsa “divinidad” de los absolutistas rodó por los suelos y comenzó a socavarse su impunidad.
Es éste, desde luego, el verdadero núcleo de la polémica aunque, desde luego, no dejemos de sentir repulsa ante el cartón grotesco.
La Anécdota
Durante la administración de Manuel Camacho Solís como regente de la ciudad de México, el semanario Siempre! publicó una caricatura tremenda de Carreño en la que se exhibía al alto funcionario mencionado, intocable entonces dentro del apretado gabinete de Carlos Salinas, viéndose al espejo que le reflejaba como una moderna versión de Don Porfirio.
Camacho, muy molesto, pidió a este columnista reunirlo con la directora de la entrañable revista, fundada por Don José Pagés Llergo -¡qué falta nos hace!-:
--Por favor, esto es intolerable. No hay ninguna necesidad –clamó el regente- de llegar a estos extremos y compararme con el dictador de México.
Recuerdo cuál fue mi respuesta:
--Me parece que a los políticos mexicanos les hace falta una buena dosis de humor para aceptar la crítica hacia sus propias parodias.
Y, por supuesto, saqué a colación los antecedentes, desde el aguascalentense Posadas hasta el despiadado “Hijo del Ahuizote” que fustigó, desde la trinchera de la revolución incipiente, al oaxaqueño feroz que se sintió despojado, en mayo de 1911, de su posesión más preciada: el poder absoluto.
*Los Tronos Rasgados
*Figuras Sacralizadas
*De Espejos Incómodos
Un irreverente semanario de humor, “El Jueves”, editado en la capital de Cataluña, vivió su hora estelar el viernes anterior cuando un juez de la Audiencia Nacional de España, Juan del Olmo, ordenó el “secuestro”, esto es la incautación, de los ejemplares en circulación cuyas portadas se asomaban a la intimidad de la alcoba de los Príncipes de Asturias. Los rasgos caricaturizados de los personajes no daban lugar a dudas: ella, de espaldas y penetrada por él, escucha decir al consorte de sangre azul, con los ojos fuera de las órbitas: “¿Te das cuenta? Si te quedas preñada, ¡eso va a ser lo más parecido a trabajar que he hecho en mi vida!”. Y todo porque el presidente del gobierno ibérico, José Luis Rodríguez Zapatero, con evidente frenesí electorero, anuncio su decisión de dotar con 2 mil 500 euros –algo así como una dote de 32 mil 500 pesos de nuestros infortunados pesos- a los padres de cada españolito nacido desde el día de su comparecencia ante el Parlamento.
La anécdota no quedó allí. Retirada de los puestos de revistas en horas, la publicación citada alcanzó n el mercado clandestino un precio récord: precisamente 2 mil quinientos euros por ejemplar, esto es una cifra idéntica a la del anunciado óbolo público en pro de la descendencia. La puja se dio por Internet en una batalla frenética de coleccionistas, curiosos y maliciosos. Mientras, en los foros públicos la discusión se centró en el interminable diferendo sobre los límites a la libertad de expresión y el derecho de parodiar a las figuras públicas, sin límites en tanto sus actos y cotas sean vistos como relevantes para la sociedad en su conjunto, como signo de madura democracia.
Por supuesto, los bandos, esto es izquierdas y derechas, tomaron partido. Los de derecha, naturalmente, se dieron a defender a la monarquía del artero ataque contra la intimidad de la familia real, observada como símbolo de la identidad nacional; los de izquierda, claro, alegaron en pro de los editores en cuanto al imperativo de preservar la libre expresión. Sin embargo, al mismo tiempo, se cruzaron descalificaciones: los de derecha para exhibir la indolencia del gobierno –aunque de éste partiera la persecución judicial contra la revista de marras- y los del extremo contrario no dejaron de subrayar cuanto se relaciona con el “peso de la ley”, en pro de los socialistas en ejercicio del poder, a pesar de que se tratara de una regresión a las libertades o al libertinaje, cabría destacar, por parte de un puñado de humoristas con actitudes de omnipotencia indiscutibles. Hubo cabida, por tanto, para todas las distorsiones imaginables sin que se perdiera la línea sectaria de las críticas.
Desde luego, los caricaturistas de otras empresas desviaron la atención para insistir en un punto para ellos trascendente: la excesiva y morbosa publicidad dio al ilustrado “magazine” un nivel que no había alcanzado hasta entonces y extendió, además, la cobertura de la maliciosa portada porque no hubo español que no buscara asomarse al balcón del escarnio amén de la repercusión en el exterior del escándalo.
Una de las reacciones fue particularmente extrema: en el ultraderechista diario “La Razón”, el cartón del lunes pasado –23 de julio-, mostró a sus Altezas, compungidos, al pie de “La Piedad” de Miguel Ángel y con un globo salido de los labios de la Madre de Dios: “Ay, si yo te contara”. Con ello se reflejó el martirio que significa la afrenta para los reales protagonistas que no dieron lugar al debate insolente salvo si se recala en el espíritu republicano de millones de españoles que todavía se encienden por los rescoldos de la Guerra Civil, la larga dictadura franquista y la herencia monárquica de ésta muy a pesar del advenimiento de la democracia.
Debate
El diferendo, visto de acuerdo con lo apuntado, se separa de los linderos del derecho a la libre expresión y confluye a los peligrosos pantanos de la historia en los que la confrontación entre republicanos y monárquicos –como en México lo es entre liberales y conservadores- vuelve a sacudir conciencias y a exigir respuestas más allá de lo protocolario... sobre todo porque, de nueva cuenta, en el fondo de la cuestión pervive la angustia económica de quienes, a pesar de haber salido de la opresión de la tiranía, no se sienten satisfechos por sus ingresos y demandan una sustantiva elevación del poder adquisitivo y, sobre todo, la supresión de los privilegios aunque se trate de los miembros, tan queridos, de la Corte de la Zarzuela.
Juan Carlos, el Borbón que se saltó a una generación –su padre murió como Conde de Barcelona luego de abdicar a sus derechos de sucesión al trono español varios años después de la muerte de Franco-, tiene un pecado de origen, precisamente el deslazamiento de Don Juan, el hijo de Alfonso XIII, quien fue expulsado del Palacio Real por las huestes republicanas sin que los falangistas del “caudillo” le vindicaran al vencer, y un blasón, la consolidación de la democracia preservándola incluso del alevoso conato de golpe de Estado en febrero de 1981, apenas seis años después del fin del gallego autócrata. El discurso del Rey frenó a los descocados gendarmes de la Guardia Civil y a los generalotes que habían preparado el cóctel explosivo. Con ello se ganó el respeto de sus súbditos... y una alegre condescendencia que ya suma treinta y dos años. Si nos atenemos a los resultados vendió bastante mejor que Hemingway cada palabra escrita.
Me parece natural que se cuestionen las partidas que administra la Casa Real a discreción. También que se insista en el derecho de los miembros de ésta a querellarse de las agresiones que pudieran sufrir. En este caso, el Príncipe debería tener camino expedito para llegar a Tribunales para exigir una reparación al año moral sufrido, nada peor al escarnio gratuito, y con ello zanjar todavía más las diferencias. Pero tal pauta, claro, pondría a la realeza en un predicamento cada vez más severo: al igualarse a la ciudadanía, democráticamente, sus privilegios quedarían en el aire lo mismo que el simbolismo por ella representado. El alegato sobre la inutilidad de preservar a tan costosa familia –cuyo único trabajo en décadas ha sido el de la representación con bien asignados presupuestos para viajes, recepciones y hasta glamourosas vacaciones-, cobraría no sólo vigor sino trascendencia en una España cada vez más discutidora, animosa, participativa, por la inoculación del virus de la democracia.
En tal caso, el meollo de la cuestión sería si es factible el maridaje de dos modelos, el monárquico y el democrático, más allá de la flema inglesa y la frialdad nórdica. La caliente sangre latina reacciona por ciclos.
El Reto
Ninguno de nosotros se hubiera quedado con los brazos cruzados de estar en los zapatos del marido a quien se presenta en la mayor intimidad con la exhibición grotesca de su esposa sin más alegato que una polémica de carácter político y extremadamente circunstancial. Me imagino, sólo eso, cual pudo ser la reacción de Letizia, quien acaba de ser madre por segunda ocasión, ante la perversa maledicencia. Pero no pretendamos con ello construir un crucifijo para clavar en éste a los periodistas entrometidos e irreverentes. Porque, para infortunio de los aristócratas actuales, hay historia, mucha historia, de por medio.
¿O vamos a olvidar, por ejemplo, que el deterioro de los poderosos zares de todas las Rusias, sanguinarios por antonomasia y despectivos de las causas sociales hasta el extremo de las matanzas colectivas –recuérdese la noche de San Petesburgo-, comenzó cuando Alejandra, la gran debilidad del gran Nicolás, fue presentada, en una caricatura de la época, sentada desnuda sobre las rodillas del misterioso Rasputín, el monje loco, quien, a su vez, le tocaba con los dedos uno de sus pezones? Después de que circulara tal imagen, más devastadora que mil editoriales, la pretendida y falsa “divinidad” de los absolutistas rodó por los suelos y comenzó a socavarse su impunidad.
Es éste, desde luego, el verdadero núcleo de la polémica aunque, desde luego, no dejemos de sentir repulsa ante el cartón grotesco.
La Anécdota
Durante la administración de Manuel Camacho Solís como regente de la ciudad de México, el semanario Siempre! publicó una caricatura tremenda de Carreño en la que se exhibía al alto funcionario mencionado, intocable entonces dentro del apretado gabinete de Carlos Salinas, viéndose al espejo que le reflejaba como una moderna versión de Don Porfirio.
Camacho, muy molesto, pidió a este columnista reunirlo con la directora de la entrañable revista, fundada por Don José Pagés Llergo -¡qué falta nos hace!-:
--Por favor, esto es intolerable. No hay ninguna necesidad –clamó el regente- de llegar a estos extremos y compararme con el dictador de México.
Recuerdo cuál fue mi respuesta:
--Me parece que a los políticos mexicanos les hace falta una buena dosis de humor para aceptar la crítica hacia sus propias parodias.
Y, por supuesto, saqué a colación los antecedentes, desde el aguascalentense Posadas hasta el despiadado “Hijo del Ahuizote” que fustigó, desde la trinchera de la revolución incipiente, al oaxaqueño feroz que se sintió despojado, en mayo de 1911, de su posesión más preciada: el poder absoluto.